Juan Calderón
Miércoles, 31 de agosto 2016, 00:51
Posiblemente es uno de los deportistas malagueños con mayor capacidad de sufrimiento y superación. Ha cruzado a nado el estrecho de Gibraltar, el canal de la Mancha o el Estrecho de Menorca, y ahora como si tal cosa le va a dar dos vueltas a la isla de Manhattan, noventa kilómetros más o menos, una broma . No hay océano o mar que se le resista a Christian Jongeneel, un amante de los grandes desafíos que desde hace unos años se marca retos inalcanzables para la mayoría de los mortales. Los hace con fines solidarios para recaudar fondos para la Fundación Vicente Ferrer por medio de Brazadas Solidarias.
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Lo curioso de su caso es que esta pasión por el agua surgió en una piscina con forma de habichuela y en una pequeña Toi, tan popular en los años ochenta. Eran otros tiempos, cuando los niños salían a la calle a jugar, iban a casas de los amigos en bicicleta y jugaban en los descampados de la zona de Pedregalejo al fútbol, las canicas o lo que se terciase.
«Empecé a nadar cuando estaba en el colegio de San Estanislao, en una piscina con forma de habichuela en la parte de arriba de Miraflores de El Palo. En mi casa vieron que me gustaba y un día en el patio apareció una Toi. En esa piscina de plástico empecé a bucear junto a mi hermana Carlota. Eran otros tiempos, los veranos los pasábamos todo el día jugando, con la bici de un lado para otro y bajando a la playa de Pedregalejo con los amigos en los espigones, justo delante de La Chancla», recuerda.
Los veranos de Christian Jongeneel olían a mar y estaban a caballo entre Málaga y Torre del Mar, donde su padre tenía una lancha y vivió auténticas aventuras. «Mi padre era, creo, uno de los pioneros del buceo con bombonas. Así que cargábamos la lancha y echábamos el día en el mar, buceando, nadando y haciendo esquí acuático. La verdad es que era una flipada para un niño», apunta.
Precisamente con la lancha como punto de partida, tuvo su primer desafío en el mar, y lo compartió con su perra Lina, un pastor alemán que acompañaba a la familia en todas las aventuras. «Un día estábamos a unos 200 metros de la orilla y mi padre me dijo que si era capaz de llegar a la playa nadando. Me tiré y la perra se vino nadando conmigo. Era muy chico, pero nadé bien. Y luego, claro, recuerdo cuando en aquella época tiraban los balones de Nivea desde las avionetas. Aquello sí que era una aventura, pero yo como nadaba bien, me iba a por los balones que estaban más al fondo porque los que estaban cerca de la orilla me los quitaban. La verdad es que aquella imagen de los balones de Nivea cayendo del cielo siempre me impactó», explica entre risas.
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Sin duda las incursiones en lancha con su padre eran la atracción del verano. No sólo por el hecho de desarrollarse en el mar, sino porque eran sinónimo de diversión, como cuando solían bucear para ver cada fin de semana una morena que habitaba en un roqueo y que ya era como de la familia, pero que acabó pescando un amigo de su padre. «Era una época fantástica porque, además solíamos hacer esquí acuático y recuerdo cómo los peces voladores saltaban a nuestro lado y nos acompañaban casi tocándonos. Ahora hace años que no los veo, no sé si será por la pesca descontrolada o por la contaminación», se lamenta.
Jongeneel sabe de lo que habla porque se pasa la mitad de su vida en una piscina o en el mar. A medida que fue creciendo fue forjando una sólida trayectoria deportiva, pero una vez que finalizó sus estudios de ingeniero forestal, curioso para un nadador, su instinto y ganas de competir fueron disminuyendo, pero no sus ganas de nadar. Fue entonces cuando descubrió la posibilidad de hacer largas travesías por el mar. Cruzó el Estrecho de Gibraltar (ida y vuelta), también el Canal de la Mancha (34 kilómetros), fue de Peniche (Portugal) a las Islas Berlangas (15 kilómetros).
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Llegado el momento quiso darle algo de sentido más allá del reto personal, así que contactó con la Fundación Vicente Ferrer para tratar de colaborar con ellos, y de ahí surgió la ONG Brazadas Solidarias, con la que recauda fondos para los distintos proyectos que la Fundación Vicente Ferrer realiza en la India. «Le comenté a mi amigo Rafa Carmona, delegado de la Fundación en Andalucía, el proyecto y les encantó. Así que empezamos con las travesías populares, además de las que yo realizo a nivel personal. Hay mucha gente que entiende que participar en nuestras travesías implica que están ayudando a que mucha gente al otro lado del mundo tenga una casa, a que sus hijos vayan a la escuela o a la compra de medicamentos. Cada año cambiamos de proyecto y hemos conseguido hacer casas, escuelas, comprar prótesis o medicamentos», explica.
Jongeneel habló con SUR camino de Zahara de la Sierra, donde celebró una travesía para recaudar fondos y comprar medicamentos para mujeres con VIH. No hay reto pequeño para este malagueño de 42 años, que en unas semanas se marchará a Nueva York para darle un par de vueltas a la isla de Manhattan, una nueva aventura, esta vez de 93 kilómetros y más de 20 horas de duración, que por cierto será emitida en directo por Google. Un reto descomunal para un hombre que empezó nadando en una Toi.
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