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Héctor Barbotta
Viernes, 30 de octubre 2015, 17:18
Cuando mañana las selecciones de rugby de Nueva Zelanda y Australia salten al campo del estadio londinense de Twickenham, con los jugadores formados detrás de las banderas de sus países para disputar la final de la Copa del Mundo de rugby habrá llamativas diferencias y semejanzas entre ambos equipos. Unos irán de negro, el negro más negro jamás conseguido en una tela, según la marca que los viste. Los otros, de un amarillo alegre, vistoso y chillón. No es posible imaginar dos indumentarias más diferentes, pero tampoco dos banderas más parecidas. Ambas son azules, las dos llevan la Union Jack en el extremo superior izquierdo, las dos dibujan la constelación de la Cruz del Sur en el ángulo opuesto. La única diferencia es que las cuatro estrellas en la bandera neozelandesa son rojas, y las seis de la australiana, blancas.
Esta coincidencia va más allá de lo simbólico y refleja la realidad de dos países con grandes similitudes en cuanto a historia, cultura e inserción en la geopolítica internacional. La diferencia en los uniformes, por el contrario, simboliza aquello en lo que australianos y neozelandeses son irreconciliables: el rugby. La rivalidad centenaria que mantienen desde 1903, cuando se enfrentaron por primera vez, es una de las más enconadas del deporte mundial.
A lo largo de la historia, las selecciones de rugby de los países separados por el mar de Tasmania se han enfrentado en 154 ocasiones, y aunque la estadística favorece holgadamente a los All Blacks (105 victorias, 42 derrotas y 7 empates), los australianos pueden presumir de ser quienes más veces han conseguido vencer a sus vecinos, algo que nunca consiguieron ni una sola vez varias de las selecciones que hoy componen la élite del rugby mundial, como Irlanda, Escocia o Argentina.
El pasional entrenador springbok, Heyneke Meyer, dejó claro tras perder la semifinal frente a Nueva Zelanda qué es lo que piensa de la final de consolación, que disputan esta noche Sudáfrica y Argentina. «Aburrida, como besar a una hermana». Aparentemente, para un país que ya ha sido dos veces campeón del mundo el tercer puesto significa poco. Sin embargo, para los Pumas, cuya desilusión por haber perdido el billete a la final no es menor, un eventual tercer puesto no se parecería en nada a la definición de Meyer. La prensa deportiva argentina ya ha adelantado que sería algo muy diferente. Algo así como besar a una novia. Con nueve cambios en la alineación por culpa de las lesiones y el cansancio, los Pumas afrontan el partido con el objetivo de repetir el tercer puesto de 2007, el que los puso en el mapa del rugby mundial y dio lugar a los cambios que los han llevado a convertirse en el equipo que más ha crecido en los últimos años y en una de las sensaciones del torneo que concluirá mañana.
Aunque ambas selecciones tienen lazos en común que van más allá de lo deportivo las dos fueron diezmadas por las guerras mundiales, su manera de afrontar el rugby es el reflejo de filosofías contrapuestas. En Nueva Zelanda, un país donde una derrota sonada en rugby puede suponer una crisis política, este deporte alcanza casi la categoría de religión. Los niños viven desde la primera infancia en contacto con el balón ovalado, y su implantación como disciplina casi exclusiva es abrumadora.
En Australia, en cambio, el rugby es el tercer deporte en popularidad, por detrás de otras dos disciplinas con las que guarda algunas similitudes: el fútbol australiano y el rugby league o rugby a 13. Pero Australia destaca en natación, en tenis, en golf, en cricket o en atletismo. Para ellos el rugby es un deporte importante y popular, sí, pero uno más.
También la historia de cada país encuentra cierto reflejo en cómo se vive en torno al balón oval. Mientras que en Australia la colonización inglesa supuso casi la desaparición de los aborígenes y sus manifestaciones culturales, Nueva Zelanda asimiló buena parte de la cultura originaria. No en vano el equipo escenifica antes de cada partido el haka, la danza ritual que se ha convertido en una carta de presentación bien conocida incluso por quienes no son aficionados al rugby.
Clásicos y técnicos los neozelandeses, audaces e innovadores los australianos, el partido del domingo enfrentará no sólo a dos equipos dinámicos y ofensivos que han demostrado ser los dos más completos y en forma de este torneo, sino también a quienes cuentan con las mejores estrellas. La final permitirá asistir a duelos entre jugadores considerados los mejores del mundo en sus puestos. Los terceras líneas Richie McCaw y Kieran Read, del lado all black, y David Pocock y Michael Hooper, del australiano; o el ala neozelandés Julian Savea frente a su par australiano Adam Ashley-Cooper. Duelos individuales en un deporte esencialmente de equipo que acabarán decidiendo cuál de los dos países conseguirá su tercera copa y cuál se irá masticando la derrota ante el rival más odiado.
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