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La delegación israelí en la ceremonia de apertura de los Juegos. Fotos: agencias
La fiesta de la paz acabó en masacre
'Septiembre Negro'

La fiesta de la paz acabó en masacre

Este lunes se cumplen 50 años de la matanza de 11 atletas israelíes y un policía alemán en un ataque de terroristas palestinos a los Juegos de Múnich. Cinco miembros del comando fueron abatidos

Juan Carlos Barrena

Berlín

Domingo, 4 de septiembre 2022, 21:30

Debía haber sido la 'fiesta de la paz' en la que Alemania pretendía mostrar al mundo su rostro amable 27 años después del término de la Segunda Guerra Mundial y el asesinato de seis millones de judíos por los nazis en lo que hoy se conoce como el Holocausto. Los Juegos Olímpicos de Múnich de 1972 se convirtieron sin embargo en tragedia, durante la que ciudadanos judíos volvieron a ser masacrados, mientras el estado alemán se mostraba impotente e incapaz de protegerlos.

El 5 de septiembre de ese año el comando terrorista palestino 'Septiembre Negro' armado con fusiles Kalaschnikov y granadas asalta de madrugada, a las 04,35 horas, el cuartel de la delegación olímpica israelí en la Villa Olímpica y, tras matar a tiros al levantador de peso Josef Romano y el entrenador de lucha Mosche Weinberg, que trataron de hacerles frente pese a estar desarmados, toman como rehenes a otros 9 deportistas y preparadores israelíes. Weinberg muere en el acto y Romano dos horas después, desangrado al negar los terroristas cualquier tipo de asistencia médica.

La esposa de uno de los atletas asesinados en una de las habitaciones asaltadas por los terroristas.

Apoyados en los preparativos de la acción por neonazis alemanes, los ocho miembros del comando exigen poco después y hasta las 9 de la mañana la liberación de más de 300 palestinos encarcelados en Israel, el terrorista japonés Kozo Okamoto preso en su país y los miembros fundadores de la organización terrorista alemana Fracción del Ejército Rojo (RAF), Andreas Baader, Gudrin Ensslin y Ulrike Meinhof, en Alemania. Comienzan entonces unas frenéticas negociaciones entre el ejecutivo alemán y los activistas palestinos, en las que el entonces ministro federal del Interior, Hans Dietrich Genscher, trata desesperadamente de buscar una solución al drama. Esta se complica cuando el gobierno israelí que dirige entonces Golda Meir rechaza radicalmente someterse al chantaje. Un primer ultimátum de los terroristas hasta las 12 horas es prorrogado hasta las tres dela tarde. Poco antes de su término el propio Genscher y varios altos políticos alemanes más se ofrecen sin éxito como rehenes a cambio de la liberación de los deportistas.

Los ultimátum y prórrogas se suceden a lo largo de la tarde y los terroristas amenazan con ejecutar a sus rehenes y suicidarse. Una operación para liberarles en la misma Villa Olímpica debe suspenderse en el último minuto. El comando palestino sabía ya por las noticias en radio y televisión de la inminente acción policial. No se había cortado la corriente eléctrica a los secuestradores ni se había alejado del lugar de los hechos a la prensa, que transmitía en directo los movimientos de los agentes. La negligente gestión de la crisis no había hecho sino comenzar. «Para esa situación no estábamos en absoluto preparados. De ninguna manera, ni en nuestra formación, ni en lo que se refiere a armamento y mucho menos en posibles tácticas para afrontar una toma de rehenes de ese tipo», recuerda Walter Renner, en aquella fecha un simple policía de a pie, que junto a otros compañeros sin preparación alguna debía neutralizar a los terroristas en la Villa Olímpica.

Uno de ellos vigila desde una ventana de la Villa Olímpica.

Presionados por los terroristas, que renuncian finalmente a sus exigencias de liberación de presos ante la negativa de los países interesados, el gabinete de crisis acuerda entonces facilitar la huida del comando con sus rehenes a Egipto y el traslado del grupo en helicópteros al aeropuerto de Múnich-Riem, donde debían abordar un avión para alcanzar su destino final. Pero en vez de volar al aeropuerto civil, los helicópteros son desviados al aeródromo militar de Fürstenfeldbrück, donde se tiende una trampa a los terroristas que acaba en desastre. Tras tomar tierra, el comando descubre que el avión que debía trasladarlos a Egipto carece de tripulación. Comienza entonces un intercambio de disparos con agentes de policía que se prolonga durante dos horas y media y que acaba en masacre. Abatidos a balazos o por las granadas que los terroristas lanzan al interior de los helicópteros perecen los nueve rehenes, así como un agente de policía y cinco de los integrantes del comando.

Medio siglo después Israel logra que Alemania indemnice con 28 millones a los familiares de los atletas asesinados

Como si nada hubiera pasado

Tras suspender los Juegos durante una jornada y la celebración de unos precipitados funerales de homenaje a los deportistas muertos, se reanuda la competición como si nada hubiera pasado. No hay disculpas de los responsables políticos y policiales, no se forma una comisión investigadora y nadie asume la responsabilidad por el fracaso de la operación para liberar a los rehenes. Tampoco por la negativa a aceptar la ayuda de especialistas israelíes para resolver el secuestro. «Lo que sucedió después fue un dramático fracaso del estado», afirma Ludwig Spaenle, comisionado para antisemitismo del gobierno de Baviera. «Los testigos, las víctimas y sus familiares fueron tratados como parientes indeseables», destaca Spaenle, quien recuerda que no ha sido hasta hace 10 años cuando se ha comenzado a abordar en profundidad lo sucedido entonces, coincidiendo con la desclasificación de parte de las actas secretas sobre el caso, en las que se vio confirmada la ineptitud de la policía alemana y la incompetencia de los responsables políticos.

Un helicóptero alemán fue destruido en el enfrentamiento.

Acuerdo de indemnizaciones

Tanto es así que la ceremonia en la que este 5 de septiembre se rendirá homenaje a los miembros asesinados de la delegación olímpica israelí ha estado a punto de convertirse en un nuevo escándalo. Los familiares de las víctimas y hasta el presidente de Israel, Isaac Herzog, habían amenazado con no acudir al acto por las ridículas indemnizaciones que el gobierno alemán se había ofrecido a pagar 50 años después de los hechos, pero sobre todo por el secretismo que seguía envolviendo a los hechos. Cinco días antes del aniversario, Berlín alcanzaba un acuerdo de última hora con los allegados para el pago de 28 millones de euros a las familias de los 11 israelíes muertos. Pero también para que Alemania «asuma la responsabilidad política dentro del marco del acto de homenaje», a convocar una comisión de historiadores alemanes e israelíes para estudiar minuciosamente lo sucedido entonces y a desclasificar todos los documentos que aún se guardan en secreto. El acuerdo crea «50 años después las condiciones para superar un doloroso capítulo de la historia común, honrarlo adecuadamente y sentar las bases de una cultura de la memoria nueva y viva», dijo Steffen Hebestreit, portavoz del Ejecutivo de Berlín.

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