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Pío García
Domingo, 4 de agosto 2024, 00:15
En los Juegos Olímpicos de Múnich, en 1972, España solo se llevó un medalla. La consiguió el boxeador Enrique González Cal, Dacal II, un chaval asturiano de 20 años, con pelo rizado y bigote, que peleaba en la categoría minimosca (48 kilos). Eran años de ... plomo para el deporte español, un erial pedregoso en el que a veces brotaban, sin saber cómo, inesperados talentos. El boxeo le disputaba al fútbol el calor de los aficionados: hacerse púgil, como hacerse torero, era el sueño de muchos chavales que querían escapar a golpes de la miseria. González Cal, nacido en Candás, acabó haciéndose profesional para completar el sueldo que recibía como obrero de Ensidesa, aunque aquella plata olímpica que logró en Alemania lo convirtió en un personaje súbitamente popular. En Montreal 76 fue el abanderado del equipo español y la mayor esperanza de la delegación, pero sufrió un corte en la cara y fue eliminado. «Cuando gané la medalla en Múnich no se cabía en el vestuario; cuando perdí en Montreal estaba solo», repetía. Tuvo que ser Ladislao Kubala, seleccionador de fútbol y espectador del combate, quien lo acompañara a la enfermería para que le cosieran la ceja.
El pionero González Cal murió en 2022 víctima de ELA. Otros dos boxeadores españoles, hasta hoy, han conseguido colgarse un metal al cuello: Faustino Reyes conseguía una plata en Barcelona 92 y Rafa Lozano, el actual seleccionador, puede presumir de tener en casa un bronce (Atlanta 96) y una plata (Sydney 00). Desde entonces, nada. Trabajo infructuoso, esperanzas defraudadas, lamentos por las decisiones arbitrales. Sin embargo, en París, un aguacero de medallas y diplomas olímpicos ha acabado con una sequía que duraba 24 años. La cosecha podría haber sido mayor si José Quiles hubiera ganado este sábado su combate de cuartos, pero se topó con un uzbeko de brazo flamígero y movimientos de relámpago. Aun así el éxito es incuestionable: Enmanuel Reyes Pla y Ayoub Ghadfa están en semifinales y lucharán para bañar en oro sus metales.
Rafa Lozano es el hilo que une las viejas medallas con las nuevas. El actual seleccionador, que pisó el podio dos veces, se hizo cargo de la dirección técnica del equipo hace 12 años. Ahora recoge la recompensa. «Igual no llegamos al diez, pero un ocho... -valora-. Cuando llegué a la selección tracé un plan de trabajo a largo plazo y se ha ido mejorando poquito a poquito. En Tokio se clasificaron cuatro púgiles y obtuvimos tres diplomas y ahora en París han venido seis, con dos medallas y dos diplomas». La clave, para Lozano, ha sido incrementar la competitividad de los deportistas a base de combates: «Tenían que ganar más experiencia y hemos tratado de moverlos incluso por el extranjero. Había que motivarlos y demostrarles que no estaban el culo del mundo, sino a la altura de cualquier otro boxeador. Esto no ha sido llegar y besar el santo. Aquí hemos metido muchas horas y hemos dejado mucho tiempo de ver a la familia para conseguirlo».
El éxito del boxeo español en París no solo ha sido singular por la cosecha de medallas, sino por el peso y la biografía de quienes las han conseguido. Aunque la España predemocrática fue territorio de mocetones míticos como Paulino Uzkudun o Urtain, en los Juegos Olímpicos los púgiles nacionales solían ser polvorillas de gran agilidad y escasa estatura. González Cal y Rafa Lozano compitieron en minimosca y Faustino Reyes lo hizo en peso pluma (57 kilos). Sin embargo, en París, el éxito se lo reparten Enmanuel Reyes Pla (pesado) y Ayoub Ghadfa (superpesado). Los 92 kilos marcan la frontera entre ambas categorías. «Lo hemos cambiado todo. Le hemos dado la vuelta al boxeo», sonríe Lozano.
La presencia de Reyes Pla y de Ghadfa en la selección ilustra, además, el deseo de abrir el foco para captar talentos. El púgil cubano llegó a La Coruña tras una azarosa huida por media Europa: primero Bielorrusia, luego Moscú, más tarde Austria. En enero de 2020, justo a tiempo para participar en los Juegos de Tokio, el Consejo de Ministros le concedió la nacionalidad «por circunstancias excepcionales». La Federación de Boxeo lo había solicitado por entender que su incorporación al equipo podría ser favorable para las aspiraciones del país. «Ahora empiezo a devolver a España todo lo que me ha dado», dijo tras ganar su combate de cuartos. En el caso del marbellí Ayoub Ghadfa no hubo fugas peligrosas ni trámites administrativos velocísimos, solo instinto y seducción. Desde niño practicaba kickboxing, pero, cuando llegó a Madrid para estudiar Ciencias de la Actividad Física, se apuntó al gimnasio de José Valenciano, que le propuso que probara el boxeo. Rafa Lozano lo vio y enseguida lo reclutó. Aunque le faltaba mucho rodaje, podía cubrir una categoría muy poco explotada en España. Aprendió a golpes, derrota a derrota.
Ambos púgiles son ahora la punta de lanza de la revolución en el boxeo olímpico español. Reyes Pla puede clasificarse este domingo para la final de los pesados. Su rival es otro púgil de origen cubano, Loren Berto Alfonso, que combate bajo bandera azerí. Ayoub Ghadfa lo hará el 7 de agosto, contra el francés Aboudou, en Roland Garros y ante un público hostil. «A los dos los han ganado antes, así que espero que lo vuelvan a hacer», apunta Lozano. Un oro vendría a embellecer el palmarés de la selección, pero el golpe ya se ha dado en París.
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