El adiós de Chusovitina, la olímpica eterna

Nacida el 19 de junio de 1975 en Bujará, Chusovitina inició su carrera en la Unión Soviética, pero en sus primeros Juegos, en 1992, defendió la bandera del Equipo Unificado de las exrepúblicas soviéticas al estar la URSS en descomposición. Como uzbeka compitió en Atlanta 1996, Sídney 2000 y Atenas 2004, y como alemana en Pekín 2008 y Londres 2012. En Río 2016 y en Tokio 2020 volvió a hacerlo como uzbeka. Hace un año, la pandemia del coronavirus la obligó a extender su ya de por sí extensísima trayectoria: «Pensaba poner fin a mi carrera en los Juegos de Tokio y ahora no voy a cambiar de planes. Otra temporada más en el gimnasio», dijo. Este domingo se despidió para siempre.

«He llorado de alegría. Tanta gente me ha apoyado desde hace tanto tiempo. Estoy muy agradecida», declaró. «Me hubiese gustado que hubiera público. Todos los deportistas necesitan atención y aplausos. No iré a París, pero a lo mejor a Los Ángeles...», bromeó luego.

En una disciplina donde prima la juventud, la veterana Chusovitina buscó la final en Tokio ante rivales con hasta treinta años menos. Muchas de ellas ni siquiera habían nacido cuando logró el oro en Barcelona en el concurso general por equipos. Dieciséis años después, repetiría metal en Pekín 2008, con una plata en la categoría individual. Para entonces, su vida, tanto personal como deportiva, había dado un giro y poco se parecía a la de 1992.

Todo cambió con el nacimiento de su hijo Alisher en 1999. Chusovitina decidió dejar la gimnasia, pero tuvo que volver a la competición cuando el pequeño fue diagnosticado de leucemia en 2002 y hubo que costear su tratamiento. De 2006 a 2012 compitió por Alemania, donde se había instalado para que su hijo pudiera ser tratado, y cuya federación nacional ayudó a pagar a los médicos necesarios. Alisher acabaría superando la enfermedad. «Cuando regresé de Pekín, el médico me dijo que mi hijo estaba curado. Creo que para una madre es una noticia que ninguna medalla puede igualar», recordaría después.

Gracias a que la Federación Internacional de Gimnasia (FIG) le concedió en 2013 un nuevo cambio de nacionalidad, en Río 2016, siendo ya una veterana en los Juegos, volvió a lucir los colores de Uzbekistán, país al que soñaba dar una medalla olímpica. Lo intentó, sin éxito, hasta el final, lo que no le ha impedido convertirse en un icono en su tierra natal, donde incluso tiene sellos con su rostro.

Ahora, los planes de Chusovitina pasan por abrir una academia de gimnasia en Taskent y montar un «espectáculo de teatro» para popularizar su deporte en Uzbekistán, donde la lucha o el boxeo son las disciplinas más extendidas. «Quiero que la gente ame la gimnasia, que vean lo bella que es. Cuando la gente vea lo hermosa que es, se apresurarán a inscribir a sus hijos en clases de gimnasia».