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SERGIO CORTÉS
Jueves, 14 de junio 2018, 00:02
málaga. «Mira que he ganado cosas y que he vivido momentos buenos, pero para mí este día es inolvidable». Fernando Hierro, ya campeón de todo, líder del Real Madrid y de la selección, icono del fútbol europeo, acababa de ser presentado como 'manager general' del ... Málaga. Volvía por la puerta grande a La Rosaleda, el estadio que dejó siendo un chico flacucho, después de una comida en la que José Carlos Pérez creyó que iba a necesitar engatusarlo. «Pensé que iba a tener que llevármelo al huerto para convencerlo, pero no me ha hecho falta. Su cara me decía que estaba muy ilusionado, estaba entregado...», confesó el recordado directivo malaguista con su habitual sentido del humor. Porque Fernando, el pequeño de los Ruiz Hierro, nunca olvidó sus raíces, su Vélez natal y su Málaga, pese a ser una estrella futbolística mundial. Desde ayer es el primer malagueño en entrenar a la selección.
Se ha hablado mucho de las razones por las que Fernando Hierro dejó el Atlético Malagueño y hasta se señala a un entrenad or que, paradójicamente, fue el que hizo más para que viniera. «Yo no he culpado nunca al Málaga. Sencillamente en esa época no tenía cualidades, era muy flacucho. Si yo hubiera sido técnico del club, habría decidido lo mismo», ha confesado alguna vez. Es cierto que no tenía físico y que ofrecía ciertas limitaciones en comparación con otros chavales, más hechos, pero también pesó que el club no quería hacerse cargo de lo que costaba que viviera en la 'torre', aquella residencia situada en La Rosaleda. Fue entonces cuando su hermano Manolo, que creía ciegamente en sus cualidades, se lo llevó a Valladolid. En un partidillo de entrenamiento con el filial a lo ancho del campo Vicente Cantatore, que estaba echado en la barandilla, preguntó a los que lo acompañaban: «¿Quién es ese chico?» La respuesta fue sencilla: «Ese es el hermano de Manolo Hierro, que se ha venido con él». Y ahí comenzó todo. Fue una etapa complicada para él. Mucho frío, mucho gimnasio, muchas calorías para coger peso, muchos 'mayores' alrededor dando consejos y corrigiendo, muchos kilómetros lejos de sus padres... Pero maduró muy rápido. «Demasiado, no me quedaba otra», recalca.
De ahí al estrellato hubo poco margen. Aún recuerda con cariño aquella visita a La Rosaleda con el Valladolid. Junio de 1989, último partido del Málaga en casa, el equipo blanquiazul se jugaba la permanencia en la élite. En la primera falta lateral a favor del equipo pucelano fue a subir para rematar y se encontró con un 'bloqueo' de Juanito, líder malaguista, en el que era su último encuentro en Martiricos antes de que Curro Romero le cortara la coleta. «Fernando, ¿dónde coño vas? Tú, quietecito ahí atrás, ni se te ocurra subir a rematar. No me toques...», le gritó. «Lo miré y vi que era mejor hacerle caso...», confiesa.
Fernando seguía conectado a Vélez y seguía al Málaga. Lo primero que hacían él y Manolo en Valladolid cada domingo era preguntar cómo había quedado el equipo. Su hermano Antonio, el entrañable 'cabezón' (querido a más no poder por todos), era uno de los capitanes. Y luego, mientras triunfaba en el Real Madrid y en la selección, Fernando siempre estaba disponible cada vez que recibía una llamada de su pueblo, de la Diputación o de la Junta. Hacía un hueco siempre que podía cuando se celebraba en Madrid un acto vinculado a la provincia o a Andalucía y cuadraba la agenda para volver a casa. La felicidad fue plena la primera vez que vino con España a La Rosaleda. Aquella mañana, en el hotel Torrequebrada, mientras paseábamos para hacerle las fotos de un reportaje, soltó: «¿Os podéis creer que estoy nervioso?»
Hierro triunfó en el Madrid y en la selección, después como director deportivo de la Federación (en el cargo vivió las dos Eurocopas y el Mundial), hasta que decidió dejarla. Demasiadas guerras internas, algo que no va con él. Y ahí aprovechó José Carlos Pérez para reclutarlo para el Málaga. Hizo de puente Manolo Hierro, una de las debilidades del añorado directivo. Fue coser y cantar para este. Cuando Pérez comenzó a sugerirle las funciones que podía asumir, la respuesta de Fernando lo dejó boquiabierto: «José Carlos, yo voy al Málaga para lo que haga falta. Me da igual cómo se llame el cargo. ¿Tú sabes lo que yo llevo esperando esto?».
Para entonces, Fernando, asentado en Madrid, también quería pasar más tiempo cerca de sus padres. Después fue un año que lo consumió, con muchos más problemas de lo que pudiera parecer, siempre con la procesión por dentro. Pronto comenzaron las dudas sobre la inversión económica de Al-Thani (él tenía hilo directo con Catar por su relación personal con la familia real) y después perdió a su gran amigo José Carlos Pérez. Aquella noche del 9 de febrero de 2013, roto de dolor y temblando de frío en la puerta del tanatorio, Hierro fue claro: «Ya nada será igual». Y no lo fue.
Pero antes de marcharse, una decisión muy meditada durante semanas -su aspecto físico dejaba bastante que desear-, Hierro peleó y peleó ante la Federación Española y la UEFA del inefable Platini para que al Málaga le concedieran la licencia UEFA, requisito indispensable para competir en Europa. Las dudas en ambos organismos eran enormes. El veleño utilizó todas las influencias habidas y por haber. Sin ella no habría sido posible la Champions. Mientras, capeaba el temporal en el vestuario por el comienzo de los impagos. Pellegrini fue su aliado.
Poco amigo de los focos y de las entrevistas, pero muy amante de las tertulias futbolísticas, Fernando Hierro es la persona más importante del fútbol en la provincia en toda la historia. Pese a los muchísimos reconocimientos, se siente especialmente orgulloso de ser profeta en su tierra, de sentirse querido en Vélez y en toda la provincia. «Eso es lo mejor que me ha dado el fútbol, el cariño de mi gente», confesaba hace unos años en la plaza principal en Alhaurín de la Torre mientras los vecinos se agolpaban para hacerse fotos con él. Por eso, siempre que se recurre a él para cualquier iniciativa, su respuesta es la misma: «Ya sabes que por Málaga lo que sea...» Nunca olvidó sus raíces.
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