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Desde 2012, la inhóspita zona de Zaatari, al norte de Jordania y a tan solo 10 kilómetros de la frontera con Siria (donde aún en algunas zonas sigue teniendo control el ISIS), sirvió de tierra segura a los miles de sirios que huían de ... la lucha armada en su país. Tras todo este tiempo, el conflicto sigue y ya son cerca de 80.000 refugiados los que esperan allí la oportunidad de regresar a la que era su vida y su casa. Aunque para muchos no será un regreso.
Acnur (la agencia de la ONU para los refugiados) apunta que cerca del 50% de la población son menores de 18 años, una cifra que va subiendo porque se producen sobre 80 nacimientos semanales. Un lugar donde aflora la vida, pero que no tiene agua corriente y la electricidad funciona de manera discontinua. Donde las temperaturas bajan de cero grados en invierno y pueden llegar a los 45 grados en verano, y el hogar para protegerse de las tormentas de arena y lluvia (frecuentes aunque no se imagine) son simples casetas de chapa.
«Al principio nació como un asentamiento de tiendas y ahora ya está cerrado por su gran densidad de población. Se estuvieron montando hospitales, escuelas y hasta pequeños campos de fútbol de tierra, por la gran afición que existe. Pero no deja de ser una realidad muy dura, no deja de estar en medio del desierto», describe el malagueño Javier García, que acude cada día a Zaatari desde que llegó a Jordania hace un año con el complejo encargo de crear una liga de fútbol para los niños del asentamiento de refugiados. Generar una comunidad entorno al balón que desprenda valores y esa sensación de impaciencia porque llega el partido del fin de semana.
«Hemos creado una estructura desde cero, formado a personal, entrenadores, árbitros... diseñando todos los protocolos de 'fair play' y competición. Porque no queremos basarnos solo en goles y puntos. No vale ganar a toda costa. Se premia con la tarjeta verde y puntos a los que demuestren buenos comportamientos, y habrá amarillas y resta de puntos para los que por ejemplo dejen sucio el banquillo o no quieran saludar al rival al final de un partido por no encajar la derrota. Es un proyecto pionero porque nadie ha hecho algo así en un sitio como este. Ni la Premier League, ni el Calcio y tampoco la Bundesliga», explica con entusiasmo García.
Ahora están en su particular pretemporada para que los diferentes equipos vayan asimilando los conceptos y las novedosas reglas del juego. Tienen previsto arrancar con dos competiciones: una de chicos sub-15 y otra de chicas sub-13, que aglutinan directa e indirectamente a más de 750 personas desde jugadores hasta técnicos. Todo este aterrizaje en Zaatari no ha sido una misión rápida. «Le hemos dedicado mucho tiempo, diez meses seguidos con solo unos días de vacaciones en la pasada navidad. La dedicación es plena y tiempo para poder entablar relaciones de confianza con ellos porque al principio sufrimos el choque cultural. Es una sociedad muy conservadora. Pero una vez conseguido vemos que son una gente maravillosa a pesar de todo lo que sufren», cuenta García, que se encarga entre otras cosas de la formación: «Me gusta utilizar el dicho popular de que no vengo a darte el pez, sino enseñarte a pescar. Ese sería el objetivo de esto. Que ellos mismos puedan gestionar una competición sostenible», apostilla el antequerano, que aún conserva el acento.
Para saber cómo llega este vecino de El Torcal hasta el desierto de Jordania hay que dar varias vueltas a su biografía. Ni él imaginaría todo lo que vendría tras dejar una carrera de 14 años como ingeniero. Estudió Telecomunicaciones en Vigo, porque en Málaga no se podía aún (era 1987), y luego regresó para trabajar en la empresa malagueña Ingenia del Parque Tecnológico. «Ejercí de consultor, de formador y estuve involucrado en la instalación del sistema de videovigilancia del Palacio de Ferias y Congresos de Málaga. Pero durante los años de la crisis pensé que era el momento de cambiar y probar otra motivación escondida. Empecé a formarme en la Federación y estuve en clubes como el Nervión para empezar. Trabajé en una academia del Arsenal en Sevilla mientras me formé en cooperación internacional, y los proyectos vinieron rodados... Por Irlanda del Norte y Reino Unido, con la RFAF; en China con LaLiga y también en Colombia en trabajos sobre la reconciliación con el conflicto de guerrillas que se llamaba Gol y Paz», rememora.
No podía faltar el blanquiazul del malaguismo en Zaatari y el club de Martiricos también colabora en este proyecto. Es uno de los 33 equipos del fútbol español (entre Primera, Segunda, Segunda B y clubes femeninos de la Liga Iberdrola) que donaron equipaciones y nombre. Allí un grupo de chicas de menos de trece años se divertirán con los colores del Málaga. «La idea es que el proyecto sea bidireccional: que los niños de aquí saquen provecho de la formación en valores, de la diversión y la ilusión de jugar cada semana. Pero también que en España puedan beneficiarse. Por ejemplo, que los chavales de las canteras de los equipos puedan relacionarse con los niños de aquí. Que vean que para pasarlo bien con el fútbol no hace falta las mejores botas, y su forma de vivir, para que aprendan a valorar las circunstancias», reflexiona García.
Acostumbrado ya a muchas culturas, aún sigue sufriendo cómo se le encoge el corazón con las historias que se encuentra. «Mi familia siempre me ha enseñado la importancia de respetar creencias y no pretendo cambiar nada, pero sí me llegan al corazón cosas que cuesta entender. Al principio queríamos hacer una liga de chicas sub-16 y nos avisaron de que tendríamos problemas porque cuando las niñas cumplen cierta edad no pueden pensar en jugar sino a quedarse en casa y pensar en el matrimonio. Por eso cuando hay algunas chicas que dejan de venir a entrenar es duro. Recuerdo de una niña que le gustaba las estrellas, que quería estudiar astronomía en la Universidad y ser la primera astronauta árabe pero luego dejó de venir y aunque hemos ido a buscarla ya no la he vuelto a ver», lamenta García, quien cree que aún está lejos la paz y que los habitantes de Zaatari vuelvan a casa.
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