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Algo incomoda a Esteban Granero. Contesta rígido, casi como un autómata, a las primeras preguntas. Enseguida confiesa: «La música me está arruinando». En el Marbella Football Center, que calienta sus gradas antes de un partido oficial, suenan canciones de reguetón sin descanso, con empeño de discoteca. Y el madrileño, apasionado de la música clásica, amigo de cantautores como Leiva y Quique González, no logra abstraerse hasta pasados unos minutos. Hace tres meses que se retiró del fútbol profesional tras una última etapa en el Marbella, donde quiso acabar su carrera como gesto de cortesía, entre otros, con su hermano. Por él empezó a jugar contra pronóstico hace casi tres décadas: «Ahora pienso que no sé si era un chico hecho para esto». Pero aquel empuje fraternal lo llevó a equipos como la Real Sociedad y el Getafe, aunque la mayor parte de su trayectoria trascurrió en el Real Madrid, donde compitió bajo la batuta de entrenadores como Mourinho y Pellegrini.
De él ya se ha escrito, no pocas veces, que es un futbolista atípico, henchido de inquietudes culturales y CEO de Olocip, una empresa dedicada a la inteligencia artificial. En su carta de despedida citó a Kipling: «Decía que el éxito y el fracaso debieran ser tratados de igual manera, como a los dos impostores que son. Falsos absolutos, trampas semánticas. Por lo menos es mi consuelo, yo que me he enfangado más con los segundos que probado las mieles de los primeros». 'El Pirata', como lo apodan por el aspecto desaliñado que mostraba en sus inicios, vive ahora con un pie en la Costa del Sol, lejos de las grandes rivalidades, junto con su pareja y sus dos hijas. Y cuenta que pasa el examen de la retirada «con deportividad».
–Venía pensando en lo rápido que Mark Zuckerberg ha pasado de héroe a villano y el riesgo que supone meterse en el mundo de la inteligencia artificial.
–Para mí tiene más riesgo no meterse. La inteligencia artificial es una tecnología de futuro. La gente quiere equivocarse menos y esta tecnología permite reducir el margen de error de las decisiones que tomamos, de las que dependen el trabajo y el dinero de mucha gente. Es una manera de limitar esa incertidumbre, de que haya menos posibilidades de fallar.
–¿Pero eso, aplicado al deporte, no resta romanticismo? La competición se nutre de esa incertidumbre. No ves el partido si sabes quién ganará.
–Le restaría romanticismo si eliminara esa incertidumbre por completo, pero la inteligencia artificial no es una bola de cristal. Siempre hay margen de error. Si cada día tomas decisiones trascendentales para tu negocio, querrás hacerlo con más tranquilidad. Y el análisis de datos puede mejorar la cuenta de resultados.
–¿Qué te llevó a apostar por esta tecnología y no otra?
–Mi experiencia en los clubes donde estuve jugando. Veía que había mucho margen para usar los datos, que tienen un poder enorme. Investigué de la mano de gente que realmente sabía... y hasta hoy.
–Hasta hace algunos años apenas se habían usado esos datos.
–Y eso que hubo un boom. Todo el mundo tenía el 'big data' en la boca.
–Pero era como un jarrón chino.
–Estoy de acuerdo. Se han acumulado datos por acumular. Ahora sabemos que se puede trabajar sobre esa información para saber qué va a ocurrir. La inteligencia artificial convierte la energía potencial de los datos en energía útil.
–¿Con qué equipos trabajáis?
–En España trabajamos con varios equipos como el Valencia, pero me gustaría hacer la inteligencia artificial accesible a todo el mundo. También a equipos de categorías inferiores o de países con pocos recursos. Nuestro objetivo es que esta tecnología esté al alcance de cualquiera, con independencia del presupuesta que tenga.
–Mientras jugabas te matriculaste en Psicología. ¿Cómo se pasa de ahí a la inteligencia artificial?
–Ha pasado mucho tiempo desde que me matriculé en Psicología, aunque siempre me ha gustado. Debería hacer caso a mi padre y terminar la carrera. Hace ya diez años que me fui de Madrid y uno cambia de planes, de perspectivas... Debería retomarla. La inteligencia artificial llegó de rebote. No tengo formación en ingeniería ni matemáticas, pero tengo mucha curiosidad y vengo de un mundo donde había ese déficit.
–Otro déficit en el deporte es el cuidado de la salud mental.
–Espero que el deporte de élite sirva de altavoz para que nos demos cuenta de la importancia de la salud mental, porque además optimizar las capacidades psicológicas de los jugadores se traduce en rendimiento. Tenemos que trasladar ese mensaje desde la cima porque así llegará al resto de estamentos del deporte y a todos los chavales. Ahora ha ocurrido con Simone Biles, aunque no me gusta que aprendamos la lección a través de alguien que está sufriendo. Preferiría que lo hiciéramos a través de alguien que está mejorando su rendimiento, por ejemplo.
–¿Entendiste que se retirara de la final por equipos para proteger su salud mental pese a que tenía opciones de medalla?
–Por supuesto. Empatizo absolutamente y la aplaudo. Es la misma atleta que si hubiera ganado diecisiete oros. La mayoría la vemos una vez cada cuatro años y durante treinta segundos, pero en todo ese tiempo en el que no sabemos nada de su vida, ella está entrenando diez horas al día. Insisto, no me gusta ver sufrir a nadie, pero ojalá sirva para que nos demos cuenta de todo lo que hay detrás.
–En su caso tenía éxito cuando paró. Ocurrió también con Naomi Osaka. Es fácil entender a alguien que pide ayuda cuando pierde, pero es menos habitual ver que alguien necesita parar cuando triunfa, como si hubiéramos dado por hecho que si ganas tienes que aguantar la presión.
–Todos podemos llegar a tener esos problemas, y no se trata de romperse de repente. A veces es gradual e intermitente. Seguro que ambas tienen días en los que se sienten con fuerzas para arrasar, otros en los que no pueden levantarse de la cama... Comprender esto es importante. El deporte hará un favor enorme a la sociedad si logra mantener la salud mental en el escaparate. Porque son situaciones que todos sufrimos.
–¿Tú las has sufrido?, ¿has sentido ansiedad en tu carrera?
–¡Joder! Si te contara...
–¿Hasta desbordarte?
–Hasta el punto de desbordarme, sí. Pero creo que nos ha sucedido a todos. Si te devolviera la pregunta probablemente me responderías que también has sentido ansiedad muchas veces.
–Sí, pero en el deporte de élite hay presiones añadidas.
–La exigencia es alta. Te juzgan cada tres días, sales en televisión, te juegas el puesto en cada entrenamiento, convives con chicos que son tus compañeros pero con quienes compites por jugar... Por eso me molesta cuando se frivoliza con la vida de los futbolistas. Claro que somos unos absolutos privilegiados, pero también llevamos una mochila... Como todos. Me interesa que el altavoz de los deportistas sirva para poner sobre la mesa algo que le sucede a todo el mundo, en mayor o menor medida. Mucha gente necesita ayuda.
–¿Cómo se digiere que un entrenador te diga: «Hoy no juegas»?
–Para mí es lo peor del fútbol. Entiendo que cada jugador es diferente, pero no estoy preparado para que mi éxito o mi fracaso, mis posibilidades mejor dicho, no dependan de mí. Envidio a los deportistas individuales. Un tenista sale a la pista y todo depende de él. Imagina que Rafa Nadal se clasifica para las semifinales de un torneo y de repente el entrenador le dice: «Mira no, que hoy juega otro». Rafa diría: «Pero si estoy jugando bien», «si ayer entrené», «si me dijiste que saldría»... Esa persona que decide sobre ti está de paso por tu vida, pero toma decisiones que afectan a tu carrera, aunque dentro de seis meses ya no esté. Yo habré tenido unos veinticinco entrenadores en mi carrera y todos han decidido sobre mí. Es una putada.
–¿Es lo que más te ha frustrado durante tu carrera?
–Por un tema personal sí, aunque otros considerarán que es más frustrante el dolor físico...
–Pero tú también lo has sufrido. Pasaste por una lesión en 2013 que te tuvo casi un año sin jugar.
–Sí, pero no me frustró tanto como a otros. Las lesiones te enfrentan contigo mismo y en esa lucha me encuentro cómodo. Claro que es duro, pero hay gente que te ayuda. Me parece más complicado que las cosas no dependan de mí. Fíjate: ahora, cuando lo recuerdo, esa etapa lesionado me parece bonita. San Sebastián es mi lugar favorito, por decirlo de alguna manera, porque creé un vínculo muy grande. Me llevaron en volandas.
–¿Cuánto tardaste en escribir la carta de despedida del fútbol?
–Cinco minutos. Salí a correr por la mañana, volví y la escribí... Y no la he vuelto a leer, la verdad.
–Pues lo que más me llamó la atención es que destacaras el nacimiento como privilegio.
–Es una frase de Richard Dawkins. Que estemos aquí, desde un punto de vista de probabilidad genética, es algo tan absolutamente complicado... No muere quien no nace. Y eso lo traslado al fútbol. Es tan complicado llegar al deporte de élite que debemos sentirnos afortunados. No depende sólo de cómo hagamos las cosas, sino de dónde nacemos, de nuestras familias, de la gente que nos rodea, de la suerte... Que yo haya sido futbolista me parece una casualidad cósmica. Volvería a nacer veinte mil veces y no sería futbolista, seguro. ¿Tengo derecho a sentirme mal cuando me retiro? No lo creo.
–Sin embargo, en esa misma carta escribes: «Nada es triste hasta que se acaba».
–Tenía cierto vértigo, una sensación de descoloque. Pero luego me he sentido bien. Hay cosas insuperables que sé que no volveré a vivir, y es una pena: la sensación de estar en el césped en un partido importante, de recibir una pelota en un campo lleno... Son cosas tan bestias que saber que se han acabado me entristece. Pero todo lo demás lo puedo asumir.
–¿Cómo se renuncia a esa adrenalina?, ¿cómo asumes que eso no volverá a pasarte?
–Sintiéndome un privilegiado porque me haya pasado. ¿Tengo derecho a quejarme por no volver a vivirlo cuando he tenido el privilegio de haberlo vivido?
–Pero no hablo de quejarte, que es la expresión de la emoción, sino de la emoción en sí.
–No soy un yonqui de las grandes emociones ni de la adrenalina. Soy un tío más intelectual que emocional, siempre lo he sido.
–Y la vida está repleta de experiencias. Ahora eres padre: no hay nada más volcánico.
–Lo has descrito perfectamente: ahora mis hijas son mi montaña rusa. No hay nada más volcánico que cualquier cosa que hagan. Esta tarde mi hija me ha dibujado y ha pintado los cinco dedos y eso ya me ha hecho el día, quiero decir: no soy un tío súper emocional. No necesito la adrenalina de la competición, no voy a meterme a hacer puenting ahora. Creo que lo estoy asumiendo con deportividad.
–Pero algunos deportistas parecen incapaces de aceptar que se ha terminado y acaban arrastrados por una espiral de patetismo.
–Yo he sido patético muchas veces (risas). El fútbol es complicado. Compites con gente que es muy buena. Pero ahora me siento agradecido, en paz y feliz. No tengo ese dolor... Y no estaba seguro de cómo reaccionaría después de retirarme, la verdad. Nunca sabes, siempre piensas: «Igual en una semana estoy volviéndome loco».
–En tu caso parecía que llevabas media carrera preparando una vida a la que regresar cuando acabase el fútbol: la inteligencia artificial, la propia paternidad...
–Por eso cuando dejé el fútbol me sentía sobre seguro. No tambaleaba, aunque siempre sientes ese vértigo de decir: «Oye, a ver si mañana...». Me mareaba convertirme en el centro de atención, aunque fuera por unos días. Me hubiera gustado que nadie se enterase de mi retirada y que dentro de tres años se preguntaran «¿Este tío dónde estará jugando?» y contestaran: «Pues se habrá retirado».
–Eso se llama timidez.
–No sé... No me considero especialmente tímido, pero tampoco vivo a gusto bajo el foco, salvo que sea el foco del campo.
–Es curioso que digas eso porque en lo deportivo has crecido bajo la exposición mediática. Has vivido esas tensiones que se producen entre grandes equipos. Te has criado en la sobreexposición.
–Pero es como si vivieras en una burbuja. Ahora echo la vista atrás y no sé cómo fui capaz de estar en esas situaciones. Pero entonces era un chaval... Ahora lo veo de forma diferente. Creo que tuve madurez para afrontarlo, pero es cierto que era complicado.
–¿Qué recuerdas de la rivalidad entre Mourinho y Guardiola?
–Recuerdo lo divertido. No era ningún juego, pero ahora lo recuerdo así, como un juego.
–En el fondo lo era, lo es. El fútbol es un juego.
–Sí, pero esa rivalidad generaba una dimensión tan grande... Yo pensaba que en el fondo sucedían cosas normales, aunque con un altavoz enorme. Ahora me pregunto cómo podía expandirse tanto lo que pasaba en un sitio tan pequeño. E insisto: no ocurrió nada excepcional. Eran situaciones normales, lo que ocurre en otros vestuarios a diario. Pero adquirió dimensiones enormes. A toro pasado, haber navegado en esas aguas me parece interesante.
–¿Por qué empezaste a jugar?
–Por mi hermano, que tiene doce años más. Me lo metió en la cabeza. Si hubiera sido hijo único no habría sido futbolista ni por asomo. He tenido vocación, pero no se me hubiera despertado si no hubiera sido por él. Luego fui ultracompetitivo y quería ser mejor y entrenar más, pero empecé a jugar porque mi hermano quería. Si no, hubiera sido algo menos físico. Ahora pienso que no sé si era un chico que estaba hecho para el fútbol, la verdad. Pero cuando te empujan acabas dentro.
–Luego vino la leyenda del futbolista intelectual, esa etiqueta que los medios te colgamos.
–Hay jugadores que pasan el tiempo con videojuegos y es tan sano como leer. Yo contribuí a esa etiqueta contestando preguntas, subiendo fotos de libros...
–Te sentías cómodo.
–Nunca me he considerado un tío culto, siempre he sentido que tengo todo por aprender. Me gusta leer, pero no significa nada.
–¿Alguna vez te sentiste como un bicho raro cuando te veían en el vestuario leyendo libros de Kafka o Gil de Biedma?
–No, porque mis compañeros nunca me hicieron sentir así.
–¿Y cómo vivías ese momento de soledad después de un partido, ya en el hotel, en silencio?
–Antes no había Instagram ni redes sociales para pasar el rato (risas). Es importante tener en qué gastar el tiempo. A mí los libros me han salvado la vida. Por eso estoy tan agradecido a la literatura.
–¿Te han salvado la vida?
–Sí, y me han dado entusiasmo, felicidad en momentos muy vacíos. A veces estás lejos, sin tu familia... A mí me ha soportado la lectura. Y me parece un lujo impagable.
–¿Recuerdas el momento en que decidiste venir a Marbella, acabar tu carrera aquí?
–Estaba convencido de que debía ser así. Me parecía coherente con mi visión de las cosas. Había amigos y gente querida tirando del carro aquí en Marbella, personas como mi hermano a quienes les debo mi carrera. Y jugar al fútbol para ellos me parecía lógico.
–Naciste en Madrid, pero tus padres son andaluces.
–Son de Baza. Fueron a Madrid con la maleta cuando tenían veinte años. Allí han trabajado y nos han criado. Siempre hemos sido una familia que se ha ganado la vida con trabajo, como tantos otros emigrantes que viven en la capital. Mis padres dieron el callo y ahora nos toca responder a nosotros.
–¿Eras consciente, de adolescente y cuando empezabas, del esfuerzo que hacían tus padres para que pudieras jugar?
–He sido consciente, pero poco a poco. Tal vez no al principio. Ahora me conformaría con darles el uno por ciento de lo que ellos me han dado a mí. Y luego viene el siguiente nivel, que es cuando tienes hijos, que es una experiencia que te pone en perspectiva. Cuando eres un chaval tus padres casi te estorban. Luego los adoras y estás agradecido. Pero cuando tienes hijos y te das cuenta de qué va esto ya dices: «¡Qué cosa!».
–Has sido padre joven.
–Nunca fui niñero hasta que nacieron las mías. Ahora podría estar veinticuatro horas mirándolas. Mi familia lo es todo para mí. Lo demás ocupa un 0,5 por ciento. Esta transición de dejar al fútbol ha sido fácil también por ellas. Tener en casa lo que tengo relativiza todo mucho.
–¿Y ahora qué?
–Pues ahora... A seguir. A trabajar, aprender y vivir.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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