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Marina Rivas
Jueves, 22 de diciembre 2022, 00:17
Hay partidos que no duran 90 minutos, sino toda una vida. Días de esos que rara vez se repiten, que invitan a soñar a todo un pueblo, momentos que algún día, rememorando esa ilusión del momento, relatarán a sus hijos diciendo: «Yo vi al equipo ... de mi pueblo jugando contra un rival de Primera». Con el aliciente añadido de tener como escenario el campo de todos los domingos. Torremolinos se levantó hoy diferente. Era el día para demostrarle a su equipo, a su humilde grupo de jugadores, que pasara lo que pasara en la noche, lo verdaderamente importante era disfrutar, mostrar actitud y sentirse grande por un día.
Era el día de esta plantilla. Lucharon contra viento y marea en esta Copa del Rey, dejando atrás en el camino a equipos como el Huesca, de Segunda División... Y en El Pozuelo, su campo de toda la vida, el que les ve sufrir cada semana en la 2ª RFEF, y el que acogió el primer enfrentamiento de la historia del club ante un rival de Primera División: el Sevilla. El nerviosismo entre los jóvenes era obvio: iban a medirse a los futbolistas que ven por televisión, los que ganan sueldos estratosféricos mientras ellos tienen que compaginar el fútbol con sus estudios o trabajos.
No es ningún secreto el hecho de que el alto precio de las entradas (entre 70 y 40 euros) no gustó entre la afición torremolinense, lo que desembocó en una lenta y agónica venta de entradas. Pero a la hora de la verdad, se dio el milagro. Las horas previas al encuentro, quienes quisieron apoyar de verdad al equipo estuvieron ahí, haciendo cola para adquirir su entrada. Como si de un regalo anticipado de Navidad se tratara, la ciudad entera quiso reaccionar y brindar su calor a un grupo de jóvenes que necesitaban, más que nunca, que creyeran en ellos.
A las 18.45 horas comenzó a caldearse el ambiente en la ciudad, aunque muchos otros prefirieron hacer la 'previa' en los bares. El equipo salió del Hotel Pez Espada, su centro de concentración, y llegó a las puertas del Ayuntamiento, donde fue recibido por la alcaldesa, Margarita del Cid (que luego acudió al campo). Allí comenzaría un momento mágico para el equipo. Y es que más de una veintena de aficionados moteros, engalanados con banderas, escoltaron al autobús en señal de respeto a sus guerreros verdes.
A las 19.30 horas llegó a El Pozuelo el autobús del Sevilla, recibido entre pitadas, aunque discretas. Cinco minutos después, llegó el equipo de Ibon Pérez Arrieta. No podían creer la vorágine de personas que se habían agolpado a las puertas del recinto para recibirles. La alegría de los futbolistas era contagiosa; les brillaban los ojos al ver a la ciudad volcada, les costó ocultar sus sonrisas al bajar del autobús y escuchar a cientos de personas al grito de «¡Vamos guerreros! ¡Tenéis que darlo todo! ¡Todo el pueblo está con vosotros!».
La emoción continuó en el campo, engalanado como nunca para la ocasión. La afición cumplió con creces, llenó las gradas (alrededor de 3.000 personas). Los únicos huecos vacíos fueron fruto del abandono del sevillismo a su equipo. Y plantaron cara los verdes, aun tres categorías por debajo del Sevilla, no encajaron un tanto hasta pasada la media hora, y, aun con el 3-0 en el marcador al cierre del encuentro, no dejaron de luchar. Lo hicieron por sí mismos, por el club, pero sobre todo por ellos, quienes lograron que, al menos por un día se sintieran de Primera.
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