En un mundo que no atraviesa su mejor momento, siempre convulso desde que la especie humana se instaló en él, sufrimos más que nunca la notable ausencia de liderazgos positivos, no solo en nuestros partidos políticos sino también en otros muchos ámbitos de la vida. ... Los que están en el poder están más preocupados demasiadas veces de satisfacer sus propios egos, las ansias de poder o el enriquecimiento personal que de solucionar los problemas reales de los ciudadanos y responder a las verdaderas necesidades amparados, eso sí, en cambiantes valores y principios 'ad hoc', es decir, a la medida de los propios intereses particulares, apoyados en la manipulación de sus seguidores más fieles y del engaño generalizado.
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Manteniendo conductas irresponsables y en absoluto ejemplarizantes, infravalorando las consecuencias, enviando mensajes cruzados, populistas y viscerales sin importarles crispar, dividir o alterar nuestra convivencia, un día sí y otro también, polarizando a la sociedad e intentando obligarnos a tomar partido, conmigo o contra mí.
Por esto cuando se nos trasladan estos mensajes deberíamos saber distinguir cuando nos llegan a través de la opinión con firma y autoría de cuando lo hacen a través de la información sesgada que solo pretende justificar comportamientos o blanquear la imagen de quien convenga. Porque resulta cada vez más alarmante la complicidad de algunos medios de comunicación ocupados en hacer proselitismo y exaltar a las redes sociales realizando una labor pedagógica de un discurso interesado, actuando como plataforma publicitaria sin importarles defender una cosa y mañana la contraría.
Y esto lo podemos trasladar sin ambages al mundo del deporte y de forma más exponencial al del fútbol, con más seguidores y atención mediática que ningún otra especialidad deportiva, que se vive en demasiados lugares de manera, yo diría, excesivamente apasionada. Haciendo un 'Chiringuito' de nuestras vidas apelando más a las vísceras que al sentido común.
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Y no voy a ser yo quien defienda aquí a nadie, pero leía ayer con estupor como el señor Laporta, presidente del Barcelona, con absoluto desparpajo, con el único fin de exaltar los ánimos de los incondicionales culés, de distraer o alejar al personal del punto de interés apelaba, tras su imputación en el 'caso Negreira', a la «Sociología Madridista» para justificarse él y justificar a la entidad blaugrana de uno de los escándalos más importantes, en mucho tiempo, que sacude no solo al fútbol sino a todo el deporte español.
Por supuesto que tiene todo el derecho a defenderse como también tiene la obligación de responder a los hechos probados y a las acusaciones no probadas con transparencia y claridad, como se lo merecen muy especialmente sus socios y aficionados, así como también todo el mundo del fútbol. Y ojalá puedan explicarlo pronto y demostrar su inocencia por el bien de ese gran club y del buen nombre del deporte de nuestro país, pero, no lo olvidemos, una cosa son las instituciones y otra las personas que en cada momento las representan.
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Porque ya estamos hartos de que muchos de nuestros dirigentes, a modo de contagio, conviertan al adversario en enemigo enalteciendo los más bajos instintos de los más manipulables, ya sean propios o extraños, sin preocuparse lo más mínimo de las consecuencias de sus actos y con la única intención de parapetarse tras ellos, tras unas siglas o para desviar nuestra atención para evitar rendir cuentas de sus errores o para no hacerse cargo de sus responsabilidades mas elementales.
En Twitter: @pedroadramirez
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