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Jon Rivas
Miércoles, 4 de septiembre 2024, 19:09
Cuando Marcelo Bielsa, gané o no gane, triunfe o fracase, abandona un club, deja, en la ciudad en la que entrenó, un grupo más o menos numeroso de gente que guarda luto por su ausencia y recuerda con tristeza el vacío que queda. Son los ... viudos de Bielsa. En la Vuelta ha sucedido un fenómeno parecido con Wout Van Aert, perejil de todas las salsas, animador infatigable, acaparador de victorias y maillots, que tal vez no está capacitado para ganar una gran carrera por etapas, pero sí para brillar, siempre con luz propia, allá donde corra, una especie de Bielsa del ciclismo, -más ganador, sin duda- de los que van dejando huella allá donde participa, y a quien un día después de abandonar, todavía de rodilla presente, ya se le echa en falta.
Se suceden los panegíricos, los discursos ante su ambulancia, rodeada de ramos de flores y de mensajes escritos por los aficionados. Faltan velas encendidas, y tal vez ositos, o leones, como los del Credit Lyonnais del Tour, o ese toro Tei-Tei de la Vuelta que da un poco de miedo, porque, aunque no está de parranda, Van Aert tampoco está muerto, aunque tenga la pierna derecha con rigor mortis hasta que se le baje la inflamación y se le cure la herida.
Lloran sus incondicionales, por los maillots que pudieron ser y no fueron en la última estación de Madrid, y los amantes del ciclismo en estado puro, emocionados por la escasa fortuna de un ciclista que ofrece hasta la última gota de sudor, y que de sangre no se le puede pedir más.
Dirían los cursis que hasta lloran las nubes camino de Santander por su ausencia, pero sería mucho decir, porque los pronósticos del tiempo, antes de la caída del martes, ya anunciaban lluvia en la capital cántabra, como la última vez que llegó allí la carrera, en 2003, cuando ganó Petacchi y proclamó a los cuatro vientos, que entonces eran tempestades, que era el ciclista más rápido del mundo, justo el día que igualó la marca de Miguel Poblet y Pierino Bafi, de ganar etapas en las tres grandes un mismo año.
Se añora a Van Aert, como añoran muchos a Bielsa en el fútbol, y se podría decir también, como recurso poético, que los cuatro escapados del día estaban haciendo un homenaje al fenómeno belga, pero tal vez sea un poco generoso con la memoria del caído, pensar así, porque Jonas Greegard (Lotto), Thibault Guernalec (Arkea), Thomas Champion (Cofidis) y Xabier Isasa (Euskaltel), atendían simplemente a los intereses de su marca comercial y su equipo, en busca de una victoria que intentaron trabajarse. Durante muchos kilómetros colaboraron en la medida de sus posibilidades, y corrieron como si se conocieran de toda la vida para intentar un imposible, el de romperle los esquemas al pelotón y burlarse en sus narices.
A veces parecía que sí, sobre todo cuando se presentó la lluvia y las bajadas sinuosas podían poner en peligro al pelotón entre el verdor de la Cantabria infinita, porque a los favoritos se les aparecía el fantasma de Van Aert, o más exactamente, les venía a la cabeza el recuerdo de la imagen del belga doliente, apoyado en el coche, y casi sin quererlo, apretaban un poco más la maneta del freno, al que cuando toca arriesgar le dan barra libre.
Pero fue que no, porque entre el Kern Pharma, más ambicioso que nunca después de los dos triunfos de Castrillo, y el Alpecin que tiene ahora el jersey verde, echaron abajo la fuga a tres kilómetros de la meta, en la trasera del palacio de Congresos de Santander, cuando el terreno llano pegado al mar se pone cuesta arriba por la calle Castelar, camino de la avenida de la Reina Victoria para llegar al Sardinero y enfilar la llegada.
Allí se movieron varios, el imprescindible Campenaerts entre ellos, pero al final fue el inexorable poder de los llegadores el que impidió cualquier rebeldía, para que ganara Kaden Groves, que es quien viste ahora el jersey verde para disgusto de los viudos de Van Aert, que ya está en Bélgica para tratarse de la profunda herida que sufrió en la rodilla. El muerto al hoyo y el vivo al bollo. En las palabras de ganador no hay ni un recuerdo al caído. «Tenía que aprovechar esta oportunidad. El equipo estaba concentrado y me ha ayudado desde la salida», dice Groves. «Era mi última oportunidad de ganar en esta carrera y tenía un equipo muy motivado para controlar la escapada. Regalarles con la tercera victoria es algo muy especial».
Los favoritos, mientras, mojados pero contentos. Salvaron otro día, y ya quedan menos. «No ha sido un día especialmente difícil», reconoce el líder Ben O'Connor. «Fue menos complicada de lo esperado». La siguiente etapa es la única que se disputa en el País Vasco, y que penetra también en La Rioja, con salida en Vitoria y llegada en el parque natural de Izki, en Maeztu, en un recorrido complicado en el que se asciende el alto de Herrera, a 45 kilómetros de la meta
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