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Jon Rivas
Martes, 27 de agosto 2024, 18:40
Pasaban los escapados por Tuy, en la desembocadura del Miño, cuando comenzaba a caer una ligera bruma, y veían de cerca el puente que construyó el ingeniero riojano Pelayo Mancebo, que une el pueblo gallego con Valença do Minho. La localidad portuguesa fortificada era, antes ... de que se concibiera el espacio Schengen, visita obligada para comprar ropa de cama a buen precio y toallas, muchas toallas que volvían en el maletero del coche familiar en el que los pasajeros imaginaban ser contrabandistas y estar viviendo una aventura de sábanas y edredones ilegales.
Pero los ciclistas no estaban al estraperlo, que ya no existe, sino a la fuga, preocupados, cuatro de los cinco, por su acompañante más indeseado en una escapada que, como la suya, estaba consentida por el pelotón. Un corredor, Wout van Aert, que colaboraba con los demás y hacía el trabajo que le correspondía sin escaqueos, pero que, sin embargo, no era el más popular entre ellos. Y no era una cuestión personal, solo negocios.
Así que maquinaban estrategias, tal vez para una emboscada entre cuatro, quizás en el último puerto, el de Mougás, largo y con un comienzo muy duro, para agotar al belga, que llevaba dos etapas ganadas y aspiraba a la tercera. Pero -siempre hay un pero-, el grupo de los cuatro comenzó a cavar su propia tumba medio kilómetro antes de esa última ascensión. Marc Soler tardó más de la cuenta en recoger un par de bidones y varios geles energéticos del coche de su equipo. Van Aert observó de reojo la maniobra y arrancó. Quedaban 31 kilómetros para la meta. Salvo Soler, que seguía con la merienda, el resto salió a por el belga, pero solo Quentin Pacher consiguió pegarse a su rueda.
El personaje que interpretó Bruce Willis en 'El sexto sentido' no sabía que estaba muerto, y a través de su mirada fantasmal se desarrollaba la película. El francés Pacher sí que lo sabía, pero a pesar de todo siguió como si tuviera todavía una vida plena y satisfactoria; fingiendo que podía ganar la etapa que tanto se había trabajado. Pero su pareja de baile era Van Aert, el belga todoterreno, capaz de ganar al sprint o escapado, en una etapa llana o en otra de media montaña con un puerto de primera al final. «Durante 50 kilómetros tuvimos que luchar para abrir un poco de brecha -apunta-. Pero para ser honesto, creo que fue a mi favor, porque en el final, los escaladores que tenía en el grupo tenían quizás menos energías, y así fue como gané».
Ganó, además, como quien lava, casi sin sudar, o ese era al menos el aspecto que presentaba en la meta. Era tal su superioridad, como la de un equipo de fútbol profesional jugando contra uno de infantiles con ocho jugadores, que después de responder al amago de Pacher bajo la pancarta del último kilómetro, que resolvió como quien mata una mosca atontada por el calor, levantó los brazos en la meta. Cuando el francés ya se había rendido, descendió con tranquilidad de la bicicleta, sonrió con moderación, esperó a Quentin para darle la mano, como si fueran viejos amigos, porque viajar en una fuga une, y luego se dedicó a la familia, su mujer y sus dos hijos, que se le colgaron de los brazos, le quitaban las gafas y le preguntaban cosas de niños. Qué diferencia con el domingo, cuando a Mikel Landa le costó más de un minuto articular palabra.
¿Y el líder? Bien, gracias. Ben O'Connor pasó una jornada tranquila, nadie le importunó, su equipo le escoltó hasta la meta, y salvo los amagos de endurecer la carrera del Bora primero y el Education First después, nadie pensó que el terreno era adecuado para desenterrar el hacha de guerra. «Me sentí bien en la subida final, donde pusimos un ritmo apropiado. Todo estuvo bajo control, no era un día para la general. Creo que lo hicimos bien».
Nadie atacó, nadie intentó emboscarle, un día más para todos, un día menos para él. «No puedo hablar un porcentaje de posibilidades de ganar la Vuelta, pero soy el líder, el maillot rojo, y lo defenderé. Es difícil dar un pronóstico», dice O'Connor, que como número uno de la carrera también se erige en portavoz del sentir general cuando habla del clima más benigno del norte. «Nadie se quejará de que no haya 40 grados. En esta etapa tuvimos 30, también elevada, pero no son los 40 que no te permiten bajar la temperatura del cuerpo». En Galicia los ciclistas no son ya esponjas humanas.
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