Jon Rivas
Miércoles, 28 de agosto 2024, 19:30
Cuando una etapa comienza y acaba en un parque tecnológico, causa un cierto reparo. Da la sensación de que huele a chamusquina, como si en un recorrido que, por cosas de los patrocinios, se tiene que plegar a los intereses de los que pagan, se ... difuminara el verdadero interés. Pero claro está, todo depende de lo que haya por medio, del relleno del pastel, así que bueno, piensan los más cafeteros: hay que esperar a ver qué pasa, porque además la carrera, nace y muere -aunque sea en ese parque tecnológico- en Padrón, donde ya se sabe, es el lugar donde los pimientos, unos pican y otros 'non'.
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Y miren por dónde, la etapa de Padrón salió picante y no insípida, con chispa y no apagada; interesante y no aburrida. Como un buen pimiento que acompaña al chuletón de vaca gallega. Porque, es cierto, los primeros 155 kilómetros se desarrollaron como cualquier etapa que la jerga ciclista califica como de transición. Con una escapada canónica, de las que tranquilizan al líder y su equipo, que a partir de cierto momento asumen el control para poner una marcha asumible para todos, que se conforman con dejar que los de delante se jueguen la victoria de etapa mientras todo vaya tranquilo allá donde se juegan las alubias. Entre que descendían el Puerto de San Xusto y ascendían el de Aguasantas se montó la fuga de 38 ciclistas, un pelotón de tamaño medio.
Así sucedió, claro que tal vez no contaba el equipo de O'Connor, o el propio líder, con esa tachuelilla de 2,8 kilómetros que debían ascender los ciclistas para descender de nuevo hacia Padrón. Una pequeña colina de 300 metros de altitud sobre el nivel del mar, que no se había ascendido en los dos primeros pasos por la zona. Sí lo sabía el Bora, y también el Movistar, que cuando olfatearon que las primeras rampas del puerto de Cruxeiras estaba cerca, se colocaron en cabeza, y cuando las duras rampas del inicio comenzaron, pusieron un ritmo infernal. Estaba claro que Primoz Roglic tenía piernas, y Enric Mas también.
En cuanto se retiraron de delante los domésticos del esloveno, fue su jefe, en primera persona, el que asumió la responsabilidad, con el balear a su rueda, pegado, sin separarse ni medio metro. O'Connor sufría, intentando aguantar en el siguiente grupo, pero tampoco pudo. Se descolgó agotado, como en la sierra de Cazorla. No le van los puertos explosivos y sus rivales lo saben. Prefiere los largos y tendidos, pero para intentar mantener el jersey rojo va a pasar un calvario. «No estoy contento, pero no puedo hacer mucho al respecto. Necesito mejorar, y ser mejor al día siguiente», confiesa.
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Poco a poco, Roglic y Mas abrieron hueco con el líder, y tampoco Carapaz aguantó el ritmo, pero el trabajo de hormiguita de Mikel Landa, que regula sus fuerzas a la perfección, le sirvió para ir limando metros y fundir su grupo, en el que iban Gaudu y Skjelmose, con el de los dos favoritos a desbancar a O'Connor. Juntos llegaron a la cima y se lanzaron en tromba hacia Padrón. Llegaron allí con 37 segundos de ventaja sobre el líder, otro rasponazo que recibe O'Connor. «Ha sido muy duro. Al principio fue duro y la subida al final fue realmente exigente. Quizá podría haberlo hecho mejor, pero sigo todavía con el maillot rojo».
Las cosas se aprietan un poquito más en la clasificación, pero se expanden entre quienes no aspiran a otra cosa que a ganar una etapa y buscar la gloria puntual. Es lo que sucedió con el vencedor en Padrón, donde el irlandés Eddie Dunbar fue el más rápido y el más listo entre los escapados. «A veces es raro cómo van las cosas», apuntaba antes de subir al podio. «Tuve un comienzo de Vuelta realmente malo, perdí mucho tiempo, vine aquí para correr la clasificación general y aprendí bastante rápido que no tenía las piernas para hacerlo».
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Iban los fugados con distancia suficiente como para llegar a Padrón, pero en la ascensión a Cruxeiras, el valiente navarro Urko Berrade lanzó un ataque que solo siguieron, en un principio, Zana y Verona. Parecía que entre los tres podrían jugarse el triunfo de la etapa, pero había algunos equipos con varios corredores que se organizaron para cazar en el descenso hacia Padrón. «Pippo Zana y yo corrimos muy bien, fuimos muy inteligentes y aquí estamos», decía Dunbar en la meta. Quedaban 500 metros cuando salió de atrás y nadie pudo seguirle.
El líder O'Connor prefiere las montañas largas, y la duodécima etapa tiene una de 15 kilómetros para probar si es así. Será el final en la estación de Manzaneda. Si los corredores se lo proponen, otra vez un día de emociones fuertes.
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