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Jon Rivas
Jueves, 29 de agosto 2024, 20:17
«Todo pasa por algo», dice José Félix Parra entre sollozos y se conmueve la cámara y quienes le escuchan. Unos minutos antes, su compañero Pablo Castrillo ha ganado la etapa y se ha llevado la mayor alegría de su vida, después de recibir un ... disgusto descomunal tras enterarse la noche anterior de la muerte del mentor de su equipo, Manolo Azcona, que no pudo disfrutar, por un día, de la primera victoria del Kern Pharma en la Vuelta. Era el forjador de ciclistas como Joseba Beloki, Richard Carapaz, Igor Arrieta, Óscar Rodríguez, Marc Soler y varias decenas más.
Todos lloran en el equipo: ciclistas, técnicos, auxiliares y su director, Juanjo Oroz, que unas horas antes decía que lo que hubiera querido su padre deportivo sería que dieran el cien por cien. Hace unos días vieron los dos por televisión, en el hospital en el que Manolo estaba ingresado, la escapada de otro navarro, Urko Berrade, y se ilusionaron. Lloran en el equipo de alegría y a la vez de angustia. En la cena, con Castrillo como protagonista, hubo champán y lágrimas, porque el ciclista jacetano dio ese cien por cien que pedía Azcona. «Teníamos esa tristeza, pero también la motivación para estar en la fuga e intentar conseguir la victoria. Conseguir ese triunfo ha sido algo increíble y muy emocionante que le hemos podido dedicar», se emociona Castrillo.
Después de una etapa masticada por los fugados durante muchos kilómetros, pero que se intuía que se resolvería en la ascensión a Manzaneda, fue una victoria, la suya, de tesón aragonés, tozudez en grado superlativo y esa inconsciencia casi temeraria que también llevó a Azcona, años atrás, a crear un equipo profesional porque en el Lizarte, donde se fogueaban en categorías inferiores, se desbordaban las promesas y no tenía lugar en el que colocarlas. Aunque Castrillo no fuera el más rápido, ni el mejor escalador, ni el corredor con más clase del grupo de diez que quedó para disputar la victoria, dio ese paso adelante, inconsciente tal vez, pero mágico.
A falta de diez kilómetros atacó, abrió hueco y nadie lo pudo cerrar. Fue en una zona de falso llano, en la que un acelerón provoca la distancia suficiente como para coger confianza y seguir hacia delante. «Elegí ese sitio casi sin pendiente porque era mejor para coger distancia». Con el plato grande y la ambición desmesurada, Pablo se empeñó en ganar. Fue un ejercicio angustioso. No consiguió irse más allá del medio minuto, y con la carretera ancha y largas rectas camino de la estación invernal de Manzaneda, siempre estaba a la vista de sus perseguidores, sin curvas de herradura ni bosques espesos que camuflan las diferencias y desmoralizan a los perseguidores. Nada de eso. Las imágenes aéreas mostraban a Castrillo rodeado de coches y motos, y 200 metros más allá, el grupo que no podía cerrar el hueco.
Detrás, impaciente, el suizo Schmid salió a buscarle, mientras Marc Soler, que parecía guardar alguna energía, jugaba al gato y al ratón con sus acompañantes, sin encontrar el momento de saltar. Carlos Verona había consumido las suyas con un esfuerzo por despegarse en los primeros minutos de ascensión y Narváez circulaba entre dos aguas, temeroso de fundirse y ansioso por atacar, aunque no fuera, al final, ni lo uno ni lo otro. Cada hito kilométrico superado por el oscense era un paso más hacia la gloria. Miraba hacia atrás, no podía evitarlo, y a veces Schmid parecía más cerca, y otras más lejos. Más alejados, pero amenazantes, los demás. Un acelerón de los rezagados podía estropear el plan de Castrillo, pero cuando llegaba alguno aparecía un contraataque para ralentizar la marcha.
Así que Pablo Castrillo, entre tiras y aflojas y miradas hacia atrás se empeñó más que nadie, fue tozudo y valiente, se exprimió hasta la última gota de sudor e hizo llorar a todo su equipo, como habían hecho unas horas antes en el hotel de concentración, aunque por otro motivo. Manolo Azcona tiene su homenaje. «Es bonito que el equipo Kern Pharma haya conseguido la victoria», reconoce Wout Van Aert. «Atacan cada día, siempre intentan estar presentes en las escapadas y tienen muy merecido esta recompensa con la victoria de etapa, especialmente ahora», añade el belga.
En la otra batalla, la de la lucha por el jersey rojo, hubo un alto el fuego. Nadie perturbó la siesta de O'Connor, en su carroza tirada por varios ciclistas de su equipo, sancionado la víspera por bloquear la cabeza del pelotón y provocar la caída de Richard Carapaz, que intentaba adelantarlos. Recibieron una de esas novedosas tarjetas amarillas que se ha inventado la UCI para hacer caja.
Como si se escenificara la guerra de Gila, entre los favoritos hay pelea un día sí y otro no. ¿Es el enemigo? ¿Ustedes van a atacar mañana? Pues eso. Tal vez toque en la siguiente etapa. El líder cree que sí. «Tendremos un final extremadamente duro. Será uno de los días más importantes desde que ha empezado la carrera».
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