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J. GÓMEZ PEÑA
Lunes, 21 de agosto 2017, 00:33
gruissan. Los cordones de seguridad están de moda en la Vuelta. El sábado por la noche, tras la contrarreloj, la policía francesa tuvo que acordonar la estación ferroviaria de Nimes. Dos horas de histeria. La psicosis que provoca el terrorismo. Al final, tras las carreras de agentes con fusiles desenfundados y la estampida de los vecinos y turistas, todo quedó en un susto. «¡Vaya noche!», resoplaba Javier Guillén, director de la carrera ya por la mañana, en la salida, también desde Nimes. De esa arena del anfiteatro romano partió la etapa, que terminó en la ventosa playa de Gruissan, en los viñedos de Narbona. Allí ganó y se vistió de líder el belga Yves Lampaert con un ataque en el kilómetro final. A él también le esperaba un cordón de seguridad. El del podio.
La tarima donde se premia a los vencedores ha cambiado. El signo de los tiempos. Las azafatas son una especie en vías de extinción. Desde que en enero el Tour Down Under australiano las vetó con el argumento de que su papel -dar besos a los ganadores y hacer bonito ante las cámaras- discriminaba la figura de la mujer, otras carreras se han sumado a esa corriente. La Vuelta es la última. Conserva cuatro, Mireia, María, Raquel e Irina. Son andaluzas como Fernando, el azafato. La cuota masculina. Entre los cinco forman el cordón. Prohibido acercarse al ciclista. Ni un beso a Lampaert.
Ahora, la ceremonia es otra. Una de las chicas, o bien Fernando, sube al podio con el trofeo o el maillot distintivo. Esquiva al corredor y se dirige al patrocinador o político de turno, que será el encargado de entregar el premio al ciclista. Sin besos, claro. El plan está bien diseñado, sin grietas. Las cuatro azafatas y el azafato lo tienen todo previsto. Incluso, el peor desafío: ¿Y si, por la vieja costumbre algún corredor da un paso adelante, se salta el invisible cordón de seguridad y amaga con un beso? Entonces, sólo entonces, las chicas ofrecerán sus mejillas. Mejor esa concesión que 'hacer una cobra' (echar la cara atrás) ante las cámaras y el público. Esta norma no escrita vale para ellas. Del peligro de sufrir el ósculo furtivo de un corredor Fernando parece a salvo. Y así, con el viento del estanque de Gruissan sacándole silbidos a las banderas del podio, Lampaert, el ganador total del día, vio desfilar desde lo alto del cajón a las azafatas, siempre a metro y medio de distancia de seguridad. A ajustarse el maillot rojo de líder le ayudó el exciclista Óscar Pereiro, el único con derecho a ponerle la mano encima. Con semejante cordón, Lampaert estaba seguro. Esa es la clave de esta Vuelta: la seguridad. Y todos le tenían miedo a esta segunda etapa.
Al viento, que siempre hace de las suyas. Aunque los ciclistas sólo sacaron provecho del aire de costado a 2,5 kilómetros de Gruissan, hubo cortes de ahí a la meta. El Quick Step, fiel a la tradición ciclista belga, sacó ahí su hélices. Trentin y Alaphilippe desmintieron el pronóstico que hablaba ya de un sprint masivo. Lanzaron a Lampaert y partieron en tajadas el grupo.
Entre los ilustres, sólo Nibali, atento, afilado, les siguió. Chaves, en reconstrucción tras un año de lesiones, cedió 5 segundos. Ocho perdieron Froome, Aru, Majka, Betancur, Adam Yates y Rubén Fernández. A 13 entraron Soler, De la Cruz, Barguil, Bardet, Zakarin, Kruijswijk, Simon Yates, Dennis -el líder destronado- y Contador, ya a 32 segundos de Froome. «Bueno, pero he salvado las caídas», se consoló. No como Javi Moreno, que se partió la mandíbula, o como Anass Ait el Abdia, con un brazo dañado. Froome pinchó pero enseguida le remolcaron.
Sólo el Quick Step se saltó ese cordón. Había quedado tercero en la contrarreloj. Buscaba el liderato con Trentin y lo obtuvo con Lampaert, una roca de 26 años que es campeón belga de contrarreloj. Al podio subió a recoger el premio doble: etapa y liderato. Ni un beso, claro. El cordón. Lampaert no correrá más ese peligro de carmín. Llega Andorra, la primera jornada de montaña, con altos de la Rabassa (1ª categoría) y la Comella (2ª), a siete kilómetros de la meta.
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