El italiano Vicenzo Nibali se justifica ante el juez de la carrera.

'Tarjeta roja' a Nibali y triunfo de Chaves

Se agarró con descaro al coche, por lo que el italiano fue expulsado en la segunda etapa

j. gómez peña

Domingo, 23 de agosto 2015, 13:12

El río Guadalhorce, de agua esmeralda, parece manso. Pero milímetro a milímetro cortó la sierra como un cuchillo y la dividió en el Desfiladero de los Gaitanes, la garganta sobre la que pasa el sendero más peligroso de Europa, el Caminito del Rey. El Guadalhorce tiene una arma que no suele fallar: la paciencia. Durante dos millones de años ha ido comiéndose la montaña.

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Pero lo que le ha valido al río, a Quintana no le funcionó en el pasado Tour. Demasiada sangre fría, exceso de paciencia. Tardó en atreverse a atacar a Froome. Y al colombiano del Movistar se le acabó el Tour antes de que pudiera ganarlo. Así que ayer, impaciente, fue el primero en moverse en la primera etapa de la Vuelta. Sacó la dentadura. Le respondieron peones: Dumoulin, Roche, Mentjes y, enseguida, uno que se le parece, otro colombiano, Esteban Chaves, al que ayer tampoco traicionó la paciencia en el kilómetro final. «Me la he jugado», contó Chaves. Arrancó pronto y ganó en la cima de Caminito del Rey, donde Quintana, fundido al final, distanció un puñado de segundos a sus rivales y alejó a Nibali, caído a 30 kilómetros de la meta. El italiano tropezó nada más empezar la Vuelta. «Malo, malo», repetía Nibali en la meta.

Trampa

Malo no, peor. Las cámaras y también un juez vieron cómo al poco de caerse se agarraba al coche del Astana para enlazar con el grupo. No había duda. Trampa. El reglamento es claro: fue expulsado de la Vuelta. Tarjeta roja para él y para Shefer, su director. «Es un hecho lamentable», señaló Javier Guillén, director de la carrera. «Nunca había visto un agarrón así», criticó. Nibali perdió el Tour y se expulsa de la Vuelta en la segunda etapa. Coronó su peor año ayer en el caminito de Chaves y Quintana, los reyes colombianos. Un favorito menos. Peor para la Vuelta; mejor para los otros candidatos. «Nairo, ¿demuestra este ataque de hoy que vienes a por la Vuelta?», le preguntaron a Quintana. «Sí», zanjó. Mensaje para sus adversarios y para Valverde.

Chaves, rostro infantil, feliz, pícaro, es ya líder de todo. Y Quintana es el favorito más beneficiado. Chaves le pudo por un segundo a Dumoulin. A 9 segundos entró Roche, gregario de Froome. A 14, Daniel Martin. Y a 26, Quintana y Purito Rodríguez, que le atrapó justo al final. Cuatro segundos después apareció Froome, que sí ha venido a por la Vuelta. Un segundo más tarde, Valverde, que andaba chasqueado, y Dani Moreno. Aru, enfadado, se dejó seis segundos más que Quintana y cuatro menos que su compañero Landa, que se sentía liberado. «Me he visto bien, mejor de lo que esperaba», sonreía el alavés en un día negro para su equipo, el Astana, el de Nibali, el expulsado.

Para colmo, su gregario más fiel, Tiralongo, llegó el último al Caminito del Rey. Daba pena. Con el rostro apalizado, con un corte escalofriante en el pómulo. Cara roja de sangre, culpa de la misma caída de Nibali. En El Chorro, al lado de la garganta de los Gaitanes hay una escuela de escalada en roca. La Costa del Sol está pegada a la sierra. En cuanto das un paso al interior, subes. Es coto para escaladores. Por eso unos cuantos dorsales que se sabían fuera de sitio se largaron casi desde la salida en Alhaurín de la Torre, donde la cárcel de los famosos. Se fugaron Oliveira Villella, Pedraza, Lindeman, Montaguti y Gonçalves, el portugués del Caja Rural, el que más se acercó al final del Caminito del Rey. Lo vio. Allí al fondo, con la pasarela cosida a la roca vertical. Vértigo. El Movistar, el equipo de Quintana y Valverde, le cazó ahí. Las hélices de los corredores de Unzúe sonaban como un helicóptero. La sierra malagueña, casas blancas entre palmeras, naranjos y olivos, es un paisaje para la escalada.

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Y a tres kilómetros del final, Quintana demostró que se le la terminado la paciencia que le congeló en el Tour. La sangre fría que tuvo en Francia le empezó a hervir al calor de Andalucía. Con ese gesto de cera que tiene se atrevió contra todos. Ni Froome, ni Aru, ni Purito respondieron. Nibali no podía replicar: llevaba encima la paliza por engancharse (por agarrarse) de nuevo al pelotón tras la caída.

A la rueda de Quintana se enroscaron Roche, Dumoulin y Mentjes, tres ciclistas inesperados que parecían indefensos ante la talla escaladora de Quintana. Pero no. El calor de agosto aplanó al colombiano. «He querido y no he podido. Me he quedado sin fuerzas. Demasiado calor», lamentó Quintana. Se le iba la etapa. Cedió. Mal menor. Por detrás sólo le cogió Purito. «Está bien empezar así, sacando tiempo a los favoritos», resumió el colombiano.

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Delante, uno como él, Chaves, sudaba frío. «Estaba nervioso. No sabía cómo venían de fuerzas Dumoulin y Roche». No esperó a comprobarlo. Zas. Atacó al inicio de la rampa final. Reventó a Dumoulin. Chaves es valiente. Viene de lejos, de Tenjo, un pueblo cerca de Bogotá a 2.500 metros de altitud. Tiene en la ventana de casa puertos como el de Tribuna de más de 40 kilómetros y tiene, sobre todo, una cicatriz que mira a diario en el espejo. En el Trofeo Laigueglia de 2013 se dio contra una señal de tráfico. Despertó dos días después. Con la clavícula rota, sangre en los pulmones, sordo y, lo peor, con el brazo derecho insensible, blando. Tenía afectado algún nervio. No lo podía mover. Pasó nueve horas en el quirófano, donde le conectaron «el cable roto».

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