Los primeros malagueños que llegaron a París pedaleando conservan sus recuerdos intactos. Hoy tienen 78 y 75 años y resultaría difícil que alguien los reconociera como lo que un día fueron. Aunque eso está de más, porque para Pedro y Dámaso Torres todo queda en ... casa. Son los pequeños de una familia de diez hermanos nacidos y criados en la localidad de Humilladero, al norte de la comarca de Antequera, que en 1973 se convirtieron en los primeros pedalistas locales en correr el Tour de Francia, una aventura sólo al alcance de cuatro ciclistas más: el coíno Sebastián Pozo, los rondeños Mario Lara y Jesús Rosado y el marbellí Luis Ángel Maté.
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Se colgaron el dorsal de la 'Grande Boucle' en el 'maillot' del legendario equipo La Casera-Peña Bahamontes. El mayor de los dos, Dámaso, lo cuenta sentado en un banco del Parque del Oeste, mientras que Pedro atiende a este periódico desde Tarragona, donde actualmente reside. La familia Torres Cruces hizo las maletas rumbo a Cataluña a principios de los 50 y Dámaso regresó al pueblo por amor cuando colgó la bicicleta y se casó, pero Pedro se quedó a vivir allí. Sus vidas transcurrieron de forma paralela hasta que el mayor de los dos decidió colgar la bicicleta.
Eran tiempos en los que ganaba el más fuerte. O quizá el más inteligente. Sin pinganillos ni conexión directa con los directores, Pedro Torres demostró ser el mejor de aquella edición en las temidas cordilleras francesas, alzándose con la clasificación de la montaña. Entonces el mejor escalador no era reconocido con un 'maillot' blanco de puntos rojos, sino con una 'chapita'. El malagueño, además, redondeó su golpe maestro venciendo en la decimoquinta etapa, en la ciudad Pau, un hito sin igual en el ciclismo malagueño.
Pedro Torres relata lo que sintió cuando rebasó aquella línea de meta con una claridad abrumadora. «Cuando pasé la raya no sabía ni donde estaba. Me cogieron los periodistas y la televisión y yo estaba como un crío. No me lo podía creer. Llegué al hotel y allí me estaba esperando Dámaso. Nos abrazamos y nos pusimos a llorar. Es algo fabuloso, de verdad», rememora. Volvió a calcar sus resultados en la Vuelta a España del año 1977. Cosas del destino, levantó los brazos en otra decimoquinta etapa, en el paraje gallego del Formigal, otra gesta única en el tiempo que le sirvió para conseguir su segundo premio al mejor ciclista en la montaña.
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En la carretera tenían roles diferentes, pero en ningún momento dejaron de ser y de actuar como hermanos. Dámaso hacía de gregario de Pedro. O lo que es lo mismo: el hermano mayor ayudaba al pequeño a ganar carreras. Una bonita metáfora sobre la familia. «Yo le decía a Dámaso que corriera, que se olvidara de mí y que intentara ganar alguna carrera», cuenta Pedro. Los dos encarnaban un perfil bastante parecido sobre la bicicleta, aunque el pequeño de los dos reconoce haber sido un corredor algo más completo. «Yo para ganar tenía que estar escapado, no era bueno en el 'sprint'», cuenta Dámaso, que ganó bastantes carreras antes de saltar al profesionalismo. Pedro, por su lado, afirma en pretérito haber tenido la capacidad de rodar bien en todo tipo de terrenos.
Sus carreras tuvieron una duración dispar, aunque los motivos de su retirada no sonaron diferentes. Dámaso colgó la bicicleta, el casco y las calas en 1975, mientras que Pedro lo hizo en 1980. Ambos, por los dolores y el desgaste físico que ocasionaba en los corredores un ciclismo en el que el casco era un complemento testimonial, las bicicletas tenían unos desarrollos más duros, el kilometraje de las carreras era más largo y los terrenos por los que se rodaba, más duros. «En el Tour había días que corríamos dos etapas, una por la mañana y otra por la tarde», cuenta Dámaso, que corrió dos ediciones de la ronda gala y otras dos de la Vuelta. Pedro, en cambio, participó en seis Tours, siete Vueltas, un Giro y seis Mundiales, quedando cuarto en 1975.
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Corrieron juntos en La Casera-Peña Bahamontes y en el Súper Ser. Dámaso se retiró entonces y Pedro siguió compitiendo, primero para el Teka y después para el Kelme. Cuenta el mayor que entonces se ganaba más dinero en otros oficios, pero que el 'gusanillo' de la competición, la posibilidad de viajar, seguir coleccionando paisajes y hacer amigos le hicieron querer dedicarse a eso. Y porque su talento se lo permitía.
Dámaso siempre se sintió atraído por la bicicleta. «Pedro y yo trabajábamos en una empresa constructora y dos de nuestros hermanos mayores lo hacían en la fábrica de motos Derbi. Se compraron una bicicleta de carreras cada uno y, mientras que ellos trabajaban, las cogíamos y nos íbamos a entrenar. Pero cuando volvían ya estaban allí porque no querían que las tocáramos», relata Dámaso. Pedro jugó al fútbol hasta juveniles. «Le daba muy bien», cuenta su hermano. «Un día se quiso venir conmigo y al día siguiente quiso repetir», amplía. «Yo, que era el mayor y corría, compraba cosas con el dinero que iba ganando y me conseguí hacer una bicicleta Campagnolo».
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Tras el retiro, Dámaso se hizo funcionario de comunicaciones y transportes en Humilladero y Pedro creó una marca de ropa deportiva, junto a dos amigos, que vendían al por mayor. Nunca dejaron de lado al pueblo ni a sus raíces y allí montaron un club ciclista: la Peña Cicloturista Hermanos Torres. Dámaso cuenta que llegaron a un acuerdo de patrocinio con la empresa Muebles Casasola, de Campillos, para financiar algunas de las pruebas que en las que participaban sus corredores.
Los primeros malagueños en llegar a París, sin embargo, no continuaron montando en bicicleta en el tiempo. «Nos da miedo», reconocen. «Antes había mucho menos coches y ahora es muy peligroso», afirman. No obstante, Dámaso lo palia andando 10 kilómetros al día, disfrutando de su familia, de su salud y de unos recuerdos que valen oro. Y Pedro, igual.
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