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j. gómez peña
Sábado, 14 de mayo 2022, 18:38
Thomas de Gendt, belga de 35 años y con victorias en el Tour, el Giro y la Vuelta, es un veterano preso. Corre encadenado a Caleb Ewan, el velocista del Lotto. Para eso, para protegerle, le pagan. Aun así, le dan permiso algunos días. Libertad ... provisional.
Como en la octava etapa del Giro, de Nápoles a Nápoles. Sin alejarse mucho, que hay que volver a la prisión por la noche. De Gendt, como hizo en el Stelvio en el Giro 2012, es de los que se fugan. Eso hizo junto a otros veinte, todos a rueda de la bestia, de Matthieu van der Poel. El joven neerlandés era el vigilado. De Gendt, el más experimentado. Sabe escaparse como pocos. Se fugó luego de esa fuga con su compañero Vanhoucke, con el aragonés Jorge Arcas y con el italiano Gabburo. Ni Van der Poel ni Girmay les atraparon en el peligroso circuito final. En Nápoles, diez años después de su triunfo en el Stelvio, De Gendt coronó otra escapada. «¡A tope, Harm!», le pidió a Vanhoucke. «¡Lánzame que gano seguro!». Cumplió. A tres minutos, enloquecido, entró el pelotón con Juanpe López vestido de rosa por quinto día. Lo peleó. Líder panza arriba.
En la escapada de De Gendt, Arcas y Van der Poel iba Guillaume Martín, situado a cuatro minutos de Juanpe en la clasificación general. El lebrijano tuvo que desgastar a sus gregarios del Trek para conservar la túnica rosa. Sudaron tinta. Lo consiguieron. Y cuando, ya cerca del final, el alemán Lennard Kamna -segundo en la tabla- quiso pillarle en fuera de juego, el sevillano reaccionó como un resorte. Pimpante. Con aplomo. Defiende con las uñas la maglia que agarró en el Etna. «En la reunión de equipo antes de la salida me han dicho que estuviera pendiente de Kamna. Y eso he hecho». No regalará su tesoro.
Pasear por Nápoles es como pelar una cebolla. Debajo de una capa hay otra, y otra... Dicen, con razón, que es bulliciosa y caótica. Y es emocionante, atractiva. Hay que ir una vez en la vida a Nápoles. Eso sí, mejor a pasear que a correr en bicicleta. El Giro diseñó la octava etapa, la previa al Blockhaus, con salida y meta en esta ciudad: 153 kilómetros en un circuito semiurbano lleno de repechos, curvas, isletas, alcantarillas, baches, asfalto resbaladizo y estrechamientos. A la sombra del volcán, del Vesubio, y en un paisaje abierto al mar. Sin un palmo plano. Y sin un metro de tregua. De eso hubo un culpable. Van der Poel. Desde el banderazo inicial intentó fugarse. Búfalo. Salvaje. Frente a balcones con ropa tendida, el neerlandés arremetió como sabe. Así corre.
Le siguieron muchos. Fuga masiva. Todos saben que la de Van der Poel es la estela a seguir. Ahí estaban Vendrame, Calmejane, Feline, Tejada, De Gendt, Moniquet, Vanhoucke, Arcas, Schmid, el rápido Girmay... y dos ciclistas a considerar, Guillaume Martin, que podía poner en riesgo del liderato de 'Juanpe' López, y Ulissi, un rematador al que su padre puso de nombre Diego por el dios de Nápoles, Diego Armando Maradona.
El circuito desquició por detrás al pelotón. Histeria rodante. Los equipos se colocaron en formación para proteger a sus líderes. El Bahrain con Landa, el BikeEchange con Simon Yates, el Ineos con un Carapaz preocupado por Castroviejo, renqueante tras la caída del día anterior. Pero ni así cogió el pelotón a los escapados. Van der Poel, bruto, trató de reventar a todos en el repecho más cruel. Casi lo logra. Girmay fue su sombra. Y mientras los dos favoritos se miraban, De Gendt vio el hueco por el que fugarse hacia la victoria en Nápoles.
El Giro va ya hacia el Blockhaus, la primera gran montaña, la que vio nacer a Eddy Merckx en 1967 y que luego, en 1972, comprobó que el belga era humano al caer derrotado ante otro genio, José Manuel Fuente, el Tarangu. El Blockhaus es también un mal recuerdo para Landa desde el Giro de 2017. «¿Dónde está Mikel?». Su masajista miró aquel día hasta dentro de la ambulancia. Nada. Allí tampoco. La hilera de corredores iba llegando a la cima. A cada ciclista de su equipo que entraba le hacían esa pregunta. «¿Y Mikel?». No lo sabían. Hasta que apareció el penúltimo, el francés Elissonde. «Ahí viene», tranquilizó.
Landa, implicado en una caída al inicio del puerto cuando el pelotón impactó contra una motocicleta policial mal estacionada, había tenido casi una hora de marcha fúnebre en la subida para darle vueltas a su desgracia. La resumió en dos palabras: «¡Qué putada! ¡Qué putada!». Las cámaras le rodearon. «Casi no podía dar pedales. He subido con una pierna. Me duele». Por eso, por ese tropiezo, dice ahora que le tiene «ganas» al Blockhaus, el primer gran examen para los aspirantes al podio de Giro. Con más de cinco mil metros de desnivel acumulado, la novena es una etapa a la antigua. Y la subida final, el Blockhaus, reta con 10 kilómetros al 9,4%. Eso mide este coloso. Ahí conocerán su talla real tanto Landa, como Carapaz, Yates y todos los que aún se creen candidatos.
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