M. RIVAS
Balonmano

La vida, diez años después de la 'muerte'

Balonmano ·

A los 19, el preparador físico del Trops, Darío Mata, sufrió una parada cardíaca de media hora y ahora lucha por llevar una vida ligada al deporte con un desfibrilador en el pecho

Lunes, 3 de febrero 2025, 00:59

Los creyentes defienden la teoría de que la muerte no es el final, sino el principio de algo nuevo. Él lo experimentó durante media hora, pero por fortuna el destino decidió que no era aún su momento. De igual forma, aquella vivencia sí que le ... supuso el comienzo de una nueva vida. Era el martes 17 de febrero de 2015, acababa de llegar de Granada, donde estudiaba la carrera de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte y se encontraba en plena sesión de entrenamiento con su equipo, Los Dólmenes Antequera. Todo parecía normal, pero de repente, dejó de ir bien.

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«Ese día nos tocaba meter carga física, así que fue un entrenamiento intenso. Terminamos un ejercicio, prácticamente al final del entrenamiento, y estaba en la mitad dela pista y conforme iba para el banquillo noté que me mareaba. No me dio tiempo a llegar y, según me dijeron, me golpeé la cabeza contra este y perdí el conocimiento», relata el malagueño Darío Mata. Es todo lo que recuerda del día en que, durante 30 minutos, su corazón dejó de latir. Y también algo más: «Tuve una parada cardiorrespiratoria, y me dijeron que estuve media hora muerto. Recuerdo unos momentos en que lo veía todo blanco pero escuchaba a mis compañeros diciendo '¡Ánimo Darío!'. Cuando volví a abrir los ojos ya estaba en el Hospital de Antequera».

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Protagonizó, sin quererlo, una dramática escena en pleno pabellón. Por fortuna, allí mismo tenía un ángel de la guarda. Además de un desfibrilador en la propia instalación, el médico Martín González, que se encontraba entrenando en el gimnasio del pabellón, no tardó en acudir a su ayuda para salvarle la vida. «Todavía guardo su ficha en la cartera como recuerdo», cuenta. Es curioso, pero el malagueño, ahora de 29 años, no tiene este como el peor día de su vida, sencillamente, porque no recuerda nada. La verdadera agonía comenzó después.

Pasó diez días ingresado en el Hospital Clínico de Málaga, donde le instalaron un desfibrilador (DAI) en el pecho, conectado a su corazón. Una pequeña y valiosa máquina que sobresale en su piel y que le propina descargas eléctricas cuando sobrepasa las 200 pulsaciones o baja de las 30. Aunque lo peor fue el desconocimiento de su diagnóstico. «Al salir del Clínico me dijeron que fue una cardiopatía congénita. Una displasia arritmogénica del ventrículo izquierdo. A priori se decía que era genético, pero luego el estudio genético fue negativo».

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Al descartarse la causa genética, siguió investigando con diferentes profesionales. Recordó que tres semanas antes de lo sucedido, contrajo un virus. «Estuve muy malo, como nunca, con fiebre, ganas de vomitar… Parece que el hecho de haber estado malo previamente y haber excitado al corazón más de la cuenta, provocó una miocarditis», comienza. Otro cardiólogo lo confirmó: «El virus provocó la miocarditis y después no sabemos si con la parada o la miocarditis se inflamó el corazón y se provocó una cicatriz que, a día de hoy, es la que sigue dando problemas». Gracias a un tratamiento, el virus quedó eliminado, pero por desgracia, puntualmente sigue sintiendo arritmias. Incluso, el verano pasado volvió a estar ingresado en el Hospital.

Este canterano del Puertosol y jugador que estaba debutando aquel 2015 en la División de Honor Plata con el Antequera, nunca volvió a la pista… Pero gracias a su capacidad de superación e inconformismo, nunca se separó del balonmano. «Al principio era un poco inconsciente de toda la gravedad que suponía esto. Los médicos me lo pintaron como que no podía volver a hacer deporte… Fue difícil, no quería asumirlo. Tuve rachas peores, con los tratamientos, los pinchazos… No hacer deporte para mi era no sentirme lleno», reconoce.

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RFEB / SUR

Por eso, y con la ayuda de profesionales, fue retomando lentamente su actividad deportiva, y alrededor de un año después, volvió a jugar… Al balonmano-playa. Y no pasó inadvertido. «La parada fue en febrero de 2015 y en noviembre de 2016 fui campeón de Europa (con el Ciudad de Málaga), con el desfibrilador en el pecho», cuenta, orgulloso. Con su DAI, una 'armadura' especial para protegerlo y un pulsómetro.

Pero ahí estaba él, ganando un campeonato de España tras otro junto a su club, y cumpliendo un sueño que ya no creía posible: debutar con la selección nacional de balonmano-playa, con la que fue quinto de Europa y campeón de los Juegos Europeos en 2023. El deporte siempre le había dado la vida y no pensaba renunciar a él. Además, terminó su carrera y se sacó posteriormente la de Fisioterapia. Todo ello mientras lidiaba con diversos tratamientos en hospitales y, además, trabajaba en los banquillos.

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Pensó que si no podía ayudar a su equipo como jugador, lo haría desde el 'staff': «Después de la parada, Quino Soler (entonces entrenador de Los Dólmenes), Lorenzo Ruiz (ayudante) y Willy (delegado) me dieron la oportunidad de enseñarme mientras me sacaba el título de entrenador. Ayudaba en la cantera pero desde el año después de la parada ya estaba con el primer equipo como preparador, cortando los vídeos… Sintiéndome útil. No dentro de la pista pero sí fuera de ella». Tras la campaña en Asobal, se marchó al Trops de la mano de Soler, donde ejerció como su segundo y pasó después a ser preparador físico. Ahora no es sólo uno más, es el corazón del equipo.

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