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El choque cultural es más grande para Víctor Hugo López cuando llega la primavera. Esa época del año en la que las costumbres y las tradiciones de su Málaga natal afloran, igual que el azahar de los naranjos de su barrio: La Victoria. Criado académica y deportivamente en Maristas, será la octava vez que pase la Semana Santa a más de 11.000 kilómetros de distancia, algunos mares más allá. Concretamente, desde la ciudad japonesa de Nagoya, el cuartel general de la escudería Toyota y la casa del Toyoda Gosei, el equipo de balonmano en el que ejerce de entrenador.
A sus 41 años es uno de los malagueños que más lejos ha llegado en el deporte, profesional y geográficamente. Empezó jugando en su 'cole', «como todos los chavales, un poco como 'hobby'». Salió de Málaga con apenas 20 años rumbo a Gáldar, en Canarias, para jugar en la Liga Asobal. Luego estuvo en Almería, Valladolid y Logroño. En 2013, tras una década en la élite nacional, puso rumbo al Grosswallstadt, en la que fue su primera temporada en el extranjero, en la mejor liga europea, la Bundesliga. Con el tiempo se convirtió en un trotamundos: en 2015 jugó en el Al-Quiyada catarí y en 2016 fichó por el Toyoda Gosei nipón, con la intención de jugar sólo un año, que al final fueron tres.
«No venía de Málaga y ya tenía kilómetros, pero en Japón fue muy complicado al principio. No entendía nada y muchas cosas funcionaban al revés. Lo que para ti es importante para ellos no lo es», cuenta, ya adaptado, ocho años después de sentir aquello. «Teníamos un traductor que me enseñó mucho de la cultura y de cómo piensan los japoneses». Se formó como entrenador en España, durante un verano, para regresar a Japón en cuanto empezase la temporada. «Había hecho el curso de entrenador porque para los jugadores que habíamos estado en Asobal era relativamente fácil tenerlo. Era una puerta más, pero nunca había pensado en ser entrenador», se sincera. «La realidad es que surgió aquí. Todo funciona muy bien y el proyecto es bueno. Y ya van cinco años», rememora.
En una cultura donde todo está sujeto a un meticuloso orden, la capacidad de improvisación se ha convertido en un auténtico lujo. «Aquí lo verifican todo. Te mandan un 'excel' con la hora a la que se sale, a qué hora para el tren en según qué estación, a qué hora es la cena, tu número de habitación y el día siguiente al detalle. Y no sólo te lo mandan, sino que te lo explican. En España ni te paras a eso», explica.
En Japón, las estructuras de los cuerpos técnicos funcionan de una forma diferente al resto del planeta. «Está el entrenador jefe, que además hace de director deportivo. Tiene más trabajo. Y luego está la figura del 'coach', que en Europa sería el entrenador asistente. Ese soy yo. Junto con el entrenador somos un equipo. La última decisión es suya, pero tengo bastantes responsabilidades dentro del equipo». Está integrado en el cuerpo técnico de Shigeru Tanaka, un exjugador de la selección japonesa que también fue su entrenador cuando aún ejercía de lateral derecho. «Cuando se retiró fue a Barcelona. Tenía conocimiento del balonmano español y sabe el idioma. Nos entendemos muy bien».
En el balonmano nipón el sol sale por la ciudad de Nagoya. Una ciudad industrial y nada turística que queda a medio camino entre Tokio y Osaka. Estas últimas tres temporadas han estado bañados de éxito: han hecho pleno de títulos, una Liga y dos Copas para certificar su hegemonía en el balonmano nacional y justificar, en trofeos, el porqué de su estancia. Su disciplina también es diferente: los jugadores son más veloces y menos corpulentos. Recalca la capacidad de adaptación que necesitan los jugadores que aterrizan ahí. «No es habitual que vengan a retirarse aquí, como pasa con el fútbol, por ejemplo», cuenta.
Reconoce que Antequera (Los Dólmenes) le pilla algo más lejos, pero sí afirma seguir la actualidad del Trops, con el que tiene vínculos humanos. «Estuve hace poco con Quino Soler, y tengo muy buena relación con él», cuenta. Deja que la vida le sorprenda. Igual que nunca había pensado en ser entrenador y ha acabado sentado en un banquillo, dice ahora que no sabe si le gustaría regresar a España relacionado con el balonmano. Por lo pronto, asegura, seguirá una temporada más en Japón. Ya mismo será Martes Santo y la cofradía de su infancia, el Rocío, volverá a procesionar si el tiempo lo permite. Él seguirá trabajando, aunque volverá a conectarse con su barrio a través de esas mariposas que atrapan a los victorianos cuando termina la cuaresma.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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