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El pasado y el futuro del balonmano provincial más brillante convergen en el presente en las filas del Barcelona. El antequerano Juan Palomino (2001) se pone esta temporada a las órdenes del malagueño Antonio Carlos Ortega (1971) en el mejor equipo de Europa. Unidos por el hilo a veces invisible de la patria chica, la tierra, el alumno, uno de los grandes talentos del balonmano nacional, que ha escalado de promesa a realidad, aprende de su maestro, uno de los mitos de la Asobal y la selección, el quinto goleador histórico de la máxima categoría... y formado en la brillante cantera de Maristas. «Él también tuvo pasado en Antequera y hablamos un poquito de cómo están las cosas por allí. Tenemos ese 'plus'», declara el joven el lateral izquierda en una conversación con este periódico.
Palomino dio sus primeros coletazos en su casa, en Antequera. Entonces ya era diferente. En 2020 recibió la llamada del gigante azulgrana, que veía en el él un proyecto de futuro. Un diamante en bruto y un talento para seguir escribiendo la historia del club en un futuro no muy lejano. Comenzó curtiéndose en el filial y esa misma temporada tuvo la oportunidad de debutar con el primer equipo en la tierra sagrada de Puente Genil, una de las grandes capitales del balonmano en España. Su madurez deportiva y también personal llegó en el Ciudad de Logroño, la escuadra en la que militó a préstamo las dos temporadas que le seguían. Las dos últimas. Ahora, más preparado, más curtido y más jugador, regresa a su club de procedencia para demostrar quién es entre los mejores del mundo.
Para él, no obstante, la exigencia no ha cambiado en la ciudad condal, consciente de que las aspiraciones del club son máximas y de que el objetivo pasa por ganarlo todo. «Me lo tomo igual de en serio, aunque es verdad que ahora optamos a todos los títulos y la exigencia, obviamente, es más grande. Eso implica estar todos los días al cien por cien, haya partido o no». La competición europea, la Champions, donde juegan los mejores, hace que él y todos sus compañeros tengan que hacer frente a dos partidos semanales. «Es una pasada. Ir a Francia, a Polonia.. Hace tanto veía a toda esa gente jugar por la tele. Al principio estaba un poco impresionado. Tienen muchos títulos y han jugado muchos partidos. Son muy contrastados en el mundo del balonmano. En los primeros partidos estaba como un niño chico», dice acerca de la competición de las estrellas.
En el vestuario del Barcelona también trabaja con jugadores que fueron referentes e ídolos en el pasado. Con humildad cuenta que ahora eso se ha convertido en algo normal: «Te hablo de los contrincantes porque ya tengo un poco asumido el estar aquí con todos mis compañeros; pero el llegar, entrar al vestuario y ver a gente con Mundiales, medallas olímpicas... Es una pasada. Estoy un poco más acostumbrado a verlos en los entrenamientos, son ya unos cuantos meses, pero la impresión sigue estando ahí, eso no cambia», relata entre risas.
Entiende su rol, el de ayudar, como algo natural. «Vengo a echar una mano en todo lo que pueda. Sé que no estoy a un nivel tan grande como mis dos compañeros de puesto, pero vengo a ayudar y a aprender. Todo vendrá con trabajo y mucha ilusión. La competencia la llevo muy bien. No me supone un estrés el no jugar o que juegue otro. Nos llevamos muy bien todos», expresa. Su paisano y entrenador, Ortega, le pide que sea él mismo: «Tengo mucha actividad dentro del campo. Me pide que sea ese jugador que fui en Logroño. Siempre activo y que nunca da un balón por perdido. Que los minutos que tenga sean de calidad tanto en los entrenamientos como en los partidos».
El próximo gran paso en su carrera pasa por vestir la camiseta de 'Los Hispanos', la selección absoluta, aunque prefiere no tenerlo en mente y evitar distracciones innecesarias. Eso sí, ya fue internacional en las categorías inferiores. «Intento no fijarme mucho en eso. Si tiene que llegar, llegará. Tengo que centrarme en el equipo, en dar un pasito al frente y en seguir aprendiendo. No estoy nada obsesionado con la selección. Vendrá si tiene que venir, todo en su debido momento», expresa al respecto.
Se fue de su casa con apenas 19 años. Hoy tiene 23 y, reconoce, sigue echando de menos las cosas de siempre y también a su gente de Antequera y de Málaga. «Yo cuando bajo disfruto mucho de la gente, del ambiente y de la gastronomía. Es distinto, aunque en Barcelona no se vive para nada mal». No le resultó complicado adaptarse a la vida en la ciudad condal porque ya hizo frente ese proceso hace cuatro años. Reconoce, el paso más importante lo dio cuando se mudó a La Rioja: «Fue un cambio un poquito grande, pero el volver a Barcelona ha sido una cosa muy natural. Ya conocía a la gente y los compañeros han hecho que este cambio sea mucho más sencillo».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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