Un ganador sin asteriscos

Cuando la pandemia nos pillaba a todos desprevenidos y aún andábamos sumidos en la perplejidad los clubes de baloncesto españoles acordaron un sistema de competición inédito, nuevo y sin contrastar, en sede única y con unos protocolos sanitarios también novedosos y exhaustivos que transmitieran a todos los participantes seguridad y previnieran, sobre todo, la salud de los jugadores. Se hizo en momentos de incredulidad absoluta y en los que era difícil anticipar la vuelta de la alta competición en cualquier modalidad deportiva, aquí o en cualquier parte del mundo.

Una vez ha concluido y a la hora de hacer balance de la Fase Final Excepcional de la ACB, el nivel de satisfacción alcanzado por los aficionados ha sido muy alto, muy por encima de lo esperado, y es que, en primer lugar, los protocolos seguidos han sido muy eficaces, no habiéndose registrado en el tiempo de duración del torneo ni un solo contagio, además, los jugadores han estado a un nivel mucho más alto de lo que las circunstancias nos hacían presagiar y, aún sin público en las gradas, la competitividad mostrada por los equipos, la emotividad y la pasión puestas en el juego han sido tremendas.

Una fase final inspiradora y seguida desde muchos sitios con interés y curiosidad, demostrando que ante la adversidad no hay que parar sino que hay reinventarse, que hay que ser prudentes pero no vivir con miedo, para haber acabado haciendo realidad y convirtiendo la vuelta del baloncesto en un gran éxito deportivo. Una experiencia imprevista que seguro resultará de gran utilidad a la hora de afrontar los retos y dudas que nos está planteando ya la puesta en marcha de la próxima temporada.

No ha habido un campeón por sorteo y tampoco como resultado de la foto instantánea de la clasificación en el momento en el que la declaración de alarma nos envió al confinamiento, como en otras ligas, ha habido un ganador en la cancha con unas nuevas reglas, sí, pero pactadas por todos, lo que lo legitima sin ningún tipo de paliativos.

Ya sabíamos de antemano que una competición tan corta, con semifinales y final a un solo partido igualaba un poco más las oportunidades de los equipos y ampliaba el margen para la sorpresa ante los grandes favoritos de siempre, que a pesar de la profundidad de sus plantillas y el superior potencial de sus jugadores se han visto superados, el Barcelona solo en la gran final y el Real Madrid, que ha sido incapaz de adaptarse, en ningún momento, a la competición. Y el Baskonia ha resultado ser el justo ganador haciendo realidad la proeza que hubiera supuesto para cualquiera alcanzar el título de liga en estas circunstancias, una lección de fe y confianza en la victoria que ha mostrado ante cualquier eventualidad, en los momentos más duros o cuando el equipo parecía roto, guiados en todo momento por su entrenador, Dusko Ivanovic, al que siempre le ha perseguido un marchamo de dureza que le ha llevado en su carrera a conseguir sus mayores gestas y también sus fracasos más sonados.

Ivanovic fue al torneo a ganar y sin complejos, asumiendo las consecuencias de su atrevimiento, sin que de su boca haya salido jamás una justificación ni excusa, imponiendo siempre el máximo nivel de exigencia, demandando a sus jugadores el límite en defensa y en su concentración en el juego, anteponiendo al equipo por encima de todo.

Nos ha dejado a todos un ejemplo de competitividad y mentalidad ganadora para acabar llevándose el campeonato de forma merecida y sin asteriscos, no existe el entrenador perfecto, pero él ha sido el mejor por su ambición, valentía y capacidad para adaptarse y adaptar mejor a sus jugadores a esta nueva coyuntura y a lo que había en juego.