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Constancia, inteligencia, trabajo, modestia, esfuerzo y sacrificio son otros sinónimos de talento en el terreno deportivo, en este caso asociado a la aptitud, es decir, la capacidad para el desempeño de algo, que casualmente en el baloncesto suele ser la virtud más apreciada por los ... entrenadores, que son los que más valoran la labor oscura de esos jugadores que no abundan y, además, aportan los intangibles que inclinan la balanza hacia el éxito. Las estrellas son la luz que alumbran en la oscuridad cuando los partidos ensombrecen el planteamiento, pero es la fuerza del grupo, la de los jugadores de equipo, la que da sentido a este deporte. Y el mejor ejemplo de ello es Alberto Díaz, como ha recordado Sergio Scariolo estos días.
En baloncesto hay una frase recurrente que dicta que el ataque te gana partidos y la defensa, campeonatos. En este Eurobasket recién finalizado, el mérito de Alberto Díaz, conocido por sus férreos marcajes, es que ha compaginado ambas facetas del juego, atrás y delante, amargando al rival en la elaboración de su juego y haciendo daño en su canasta. Y ha crecido hasta límites insospechados conforme ha ido avanzando el torneo, convirtiéndose en las eliminatorias en pieza principal para Scariolo, un entrenador que valora tanto a los finos estilistas, de los que España ha presumido gracias a la dorada generación del 80 (con varios representantes malagueños), como a los bravos fajadores, por eso le reclamó cuando Llull se lesionó, aunque ambos tengas pocas cosas en común. La sapiencia del italiano le hizo virar en su planteamiento cuando los contratiempos amenazaban la costumbre de ganar de una selección sin paragón en las dos últimas décadas, de ahí que la FIBA, el organismo internacional que rige el baloncesto, elogiara el viernes en redes sociales el rendimiento del conjunto español con un mensaje que ilustra su grandeza: «ADN Ganador. El baloncesto es simple. 10 jugadores persiguen el balón durante 40 o 45 minutos y al final, siempre gana España». Sentencia que se puede aplicar al malagueño a lo largo de su carrera, que siempre le han impuesto a un compañero por delante y ha terminado siendo crucial durante la temporada.
Alberto Díaz, que en este Eurobasket ha sacado de la chistera un repertorio defensivo y ofensivo digno de elogio, ha tenido que lidiar siempre con los agoreros que magnificaban sus defectos, que los tiene lógicamente, en detrimento de sus virtudes, elogiadas únicamente por los entendidos. Sus lágrimas tras la semifinal denotaban el sentimiento que supone culminar una trayectoria con una medalla que hace solo tres semanas iba a ver sentado en el sillón de su casa cómo se la colgaba un compañero (tengo dudas de que sin él se hubiera conseguido la presea) y ahora será su bien más bien preciado. Y el más merecido. Porque Alberto, siempre recatado y que entiende la vida alejado de las estridencias, ha puesto de moda otro color, el rojo, el de su sangre bravía, el de la camiseta que defiende con la honestidad de los gladiadores y el de su pelo, ese que le distinguió siempre como un ser diferente, fuera y dentro de la pista. Ya es el color del éxito, el color del oro.
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