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Sr. García .
Zukertort, un fanfarrón en la cima del ajedrez
Cuentos, jaques y leyendas

Zukertort, un fanfarrón en la cima del ajedrez

El polaco Johannes Zukertort estuvo muy cerca de convertirse en el primer campeón del mundo. Su azarosa vida, dentro y fuera del tablero, debe ser leída como una fantástica novela de aventuras

manuel azuaga herrera

Málaga

Domingo, 9 de octubre 2022, 00:22

Karl Friedrich Hieronymus fue un militar alemán del siglo XVIII. Cuando regresaba del campo de batalla, Karl contaba que había cabalgado sobre una bala de cañón, o viajado en globo hasta la luna. A partir de estas fantásticas narraciones, Erich Raspe escribió 'Las aventuras del barón Munchausen', un relato que más tarde transcendió como mito literario del antihéroe. La historia del ajedrez también tuvo su barón de Munchausen, un jugador de memoria portentosa, tan extraordinario dentro del tablero como embustero fuera de él. Les hablo de Johannes Zukertort, un entrañable fanfarrón, un cuentista que a punto estuvo de convertirse en el primer campeón del mundo de ajedrez.

La vida de Zukertort es leyenda y terreno fronterizo, una bella fábula escrita sobre un espejo esmerilado, a camino entre lo real y lo urdido. El padre de Zukertort fue un misionero protestante que difundía el evangelio entre la comunidad judía de Lublin, zona polaca bajo influencia rusa. La madre, al parecer, fue la baronesa Krzyzanowska, una mujer sobre la que no existe rastro alguno. En aquellas fechas, la ocupación zarista había prohibido el uso del polaco como lengua oficial. Esta prohibición provocó que la familia de Zukertort huyera en busca de regiones más alineadas al eje prusiano. En 1855, los padres de Zukertort fijaron residencia en Breslau, por entonces centro de operaciones de la insurgencia polaca. Zukertort tenía 13 años y aún no sabía mover los trebejos. Tampoco sabía que Breslau era la cuna de Adolf Anderssen, uno de los ajedrecistas más fuertes del mundo. Ni que pronto se convertiría en el más adelantado de sus alumnos.

Johannes Zukertort aprendió tarde los rudimentos del juego. Primero en casa, con su padre y su hermano; más tarde, en el club de ajedrez de Breslau. Cuentan que en su primer torneo perdió todas las partidas. Y que aquello actuó como la yesca en su orgullo, al punto que se prometió no parar de estudiar hasta comprender los secretos del juego, hasta ganar cada una de las futuras batallas que librase en el tablero. Johannes entró en contacto con Anderssen, sabio y mentor de las jóvenes promesas. Se hicieron buenos amigos. En 1867, Zukertort se trasladó a Berlín y, gracias a Anderssen, se convirtió en coeditor de la publicación 'Neue Berliner Schachzeitung', una revista de ajedrez muy leída. La comunidad ajedrecística miraba con recelo a aquel recién llegado, un hombre menudo y frágil al que la prensa describió como sigue: «Su cara es larga y delgada, su barba puntiaguda, su nariz prolongada y afilada, su pelo es escaso y revela un pequeño parche calvo». Zukertort se jactaba de haber jugado más de seis mil partidas contra Anderssen. En 1871, el alumno venció al maestro. Lo mejor (o lo peor) estaba por venir.

Fabulaciones y hazañas

Zukertort, de verbo grácil, presumía en público de haber protagonizado todo tipo de méritos y aventuras. Supuestamente, se había licenciado en Química y en Psicología. También se había doctorado en Medicina en la Universidad de Breslau. Pero lo cierto es que, en 1867, la Universidad le dio de baja debido a sus reiteradas ausencias. Aun así, era conocido como 'Doctor Zukertort'. Entre las habilidades de Zukertort encontramos las más variadas: era el mejor espadachín, el más diestro con la pistola, invencible jugando al whist y al dominó, capaz de hablar once idiomas, de recordar cada partida jugada. Según John Howard Taylor, un ajedrecista que jugó muchas veces contra Zukertort en el Simpson's Divan de Londres, Johannes era en su juventud «un lector incansable que dedicó noches enteras a la adquisición de información literaria. Estaba familiarizado con la historia inglesa y con los mejores clásicos ingleses, especialmente con Shakespeare. Tal era la energía de su carácter que aprendió italiano para leer a Dante, español para leer a Cervantes y sánscrito para rastrear el origen del ajedrez».

En 1872, tras la victoria de Zukertort ante Adolf Anderssen, un grupo de ajedrecistas ingleses organizó un encuentro entre Zukertort y Wilhelm Steinitz, un austriaco que era considerado el jugador más fuerte del momento. «Este evento me cambió la vida», confesó Zukertort. Desde ese mismo año, se quedó a vivir en Londres y, poco después, se convirtió en ciudadano del Imperio Británico. Pero el duelo en el tablero contra Steinitz lo perdió de forma aplastante: logró una sola victoria, siete derrotas y cuatro empates. A partir de ahí, Zukertort mejoró su rendimiento, ganó varios torneos y demostró que sabía jugar a la ciega –lo hacía contra ocho o diez rivales a la vez– con una facilidad pasmosa. «Si yo fuera un deportista», dijo en cierta ocasión, «y pudiera montar en bicicleta para no cansarme al caminar, jugaría a la ciega contra doscientos oponentes al mismo tiempo».

Años más tarde, en 1883, se celebró el Torneo Internacional de Londres. La cita reunió a catorce maestros de ajedrez que se enfrentaron, a doble vuelta, en un sistema de todos contra todos. Lord Randolph Churchill, padre de Winston Churchill, fue uno de los patrocinadores de un torneo que algunos historiadores describen como el primer campeonato del mundo, por el nivel de los participantes. La pasión de Lord Randolph por las sesenta y cuatro casillas le había llevado a ser vicepresidente de la Federación Británica de Ajedrez. Curiosamente, recibió clases de Zukertort y de Steinitz. Y con ambos trabó una buena amistad. Cuando Zukertort y Steinitz se enfrentaron en uno de los dos duelos directos del torneo, Lord Randolph se presentó por sorpresa en la sala de juego: «Con su permiso, veré la partida desde aquí», dijo. Y Wilhelm permitió amablemente que se sentara a su lado.

Zukertort logró la victoria del torneo de Londres, por delante de Steinitz, al que sacó tres puntos de ventaja. El inicio del campeonato de Zukertort quizás haya sido el más impresionante de la historia de este deporte: 22 puntos sobre 23 posibles. Johannes estaba realmente inspirado. El juego que desplegó en la ronda seis contra el inglés Joseph Henry Blackburne es una auténtica maravilla. La partida se conoce como 'La inmortal de Zukertort' y se encuentra, sin duda, entre las más hermosas de todos los tiempos. Animo al lector aficionado a que la busque y disfrute. Verá que no exagero. Es cierto que, en el último tramo del torneo, Zukertort aflojó bastante y perdió tres encuentros seguidos. Pero su salud era débil y el gran esfuerzo mental acumulado le pasó factura. Hoy sabemos que Zukertort, para calmar el dolor, recurrió al opio. Y jugó drogado las últimas rondas.

No era la primera vez que se drogaba. Zukertort tomaba con frecuencia dedalera, una planta que entonces se recomendaba para tratar las dolencias cardíacas, el control de la tensión o la epilepsia. La ciencia aún no sabía que la ingesta de solo tres hojas podía causar la muerte. Vincent Van Gogh, como Zukertort, tomaba dedalera. Y Agatha Christie la incorporó como sustancia homicida en dos de sus novelas. El caso es que Zukertort siempre tuvo un temperamento inquieto. En palabras del ajedrecista Harry Golombek: «La debilidad de Zukertort fue tener un sistema nervioso demasiado nervioso».

Con todo, tras su triunfo en Londres, Zukertort se autoproclamó campeón del mundo, pues había ganado a los mejores jugadores con sobrada autoridad. Sucedió que por aquellas mismas fechas Steinitz fue despedido del periódico 'The Field' y, al poco, Zukertort se convirtió en su sustituto. La ojeriza entre ambos transcendió el tablero y los artículos de la prensa no hacían más que avivar la rivalidad. La Revista Británica de Ajedrez, por ejemplo, se posicionó a favor de Steinitz: «Lamentamos ver que algunos periódicos estadounidenses y canadienses continúan apodando a Zukertort el campeón del mundo, un título al que no tiene derecho y que debe rechazar hasta que haya demostrado ser superior al señor Steinitz en un duelo directo». Se cuenta que en cierta ocasión, en una cena de gala, el anfitrión llamó la atención de los comensales: «Ha llegado el momento de presentarles al mejor ajedrecista del mundo». Steinitz y Zukertort, como un doble resorte, se pusieron de pie y, con orgullo, miraron de lado a lado de la mesa.

El duelo entre los duelos

Con tanto voltaje desparramado, no había otra que Steinitz y Zukertort se enfrentaran en un duelo particular para resolver, de una vez, quién de los dos era el verdadero campeón del mundo. Zukertort aceptó el reto con una condición: jugar en Londres. Steinitz, por su parte, prefería no moverse de Estados Unidos, donde vivía desde que perdió el torneo de Londres en 1883. Finalmente, el enfrentamiento se celebró en 1886 en tres sedes distintas: Nueva York, San Luis y Nueva Orleans. Zukertort cedió a las exigencias de Steinitz a cambio de un pago inicial de 750 dólares. Deben conocer que esta fue la primera vez en la historia que se habló de un «campeonato mundial de ajedrez». Y también la primera vez que los espectadores podían seguir el desarrollo de las partidas gracias a un tablero de pared que se instaló en la sala de juego, la academia de baile del edificio Cartier's Hall, hoy sede de una lujosa joyería.

En las cinco primeras partidas, las de Nueva York, Zukertort tomó una ventaja que, en el ajedrez actual, sería definitiva (4-1). Pero el resultado se igualó con el cambio de sede (5-5) y terminó, ya en Nueva Orleans, con un marcador favorable a Steinitz (7,5-12,5). Zukertort se quejó de la debilidad física y mental que le había provocado el trajín de cambiar de una ciudad a otra, con distintos climas. Pero Steinitz no compró el argumento: «El reclamo que Zukertort hizo a su enfermedad mientras estaba en Nueva Orleans fue injusto, y no tenía más derecho por ese motivo que el que yo tenía entonces por el insomnio que padecí en Nueva York. La misma tarde que él presentó un certificado de su médico en el que se declaraba incapaz de jugar, se convirtió en mi socio en una partida de whist. Le hice saber que esas cosas no podían ir más allá, de lo contrario, yo tendría que reclamar al árbitro». Steinitz, un genio adelantado a su tiempo, se coronó como el primer campeón oficial de la historia.

El martes 19 de junio de 1888 Zukertort se desplomó mientras jugaba una partida de ajedrez en el Simpson's Divan de Londres, su lugar favorito. Aunque fue trasladado con urgencia en un taxi al Hospital Charing Cross, murió al día siguiente. Sufrió una hemorragia cerebral.

En realidad, como dejó escrito el ajedrecista alemán Jacques Mieses, el bueno de Zukertort, el entrañable fanfarrón, el barón de Munchausen del ajedrez, había muerto dos años antes: «murió en su partida contra Steinitz».

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