La Zaranda fue fundada hace 44 años y desde entonces ha mantenido intacta su concepción del teatro, demostrando una fidelidad inusual a un lenguaje propio ... y a ellos mismos como compañía. 'La batalla de los ausentes' es otro acto de rebeldía y de resistencia, una crítica al poder y a los enemigos de los artistas, que son, entre otros, la burocracia, la falta de sensibilidad y la ignorancia de los poderosos. Con medio aforo vendido, el Cervantes se rindió mediante risas ante una función memorable, con un público en su mayoría joven, actores, directores de escena de Málaga y gente que sabe que esto es teatro de verdad. Aquí no hacen falta micrófonos para los actores. Los míticos Gaspar Campuzano, Enrique Bustos y Francisco Sánchez alias 'Paco el de La Zaranda' –que participa también como director– saben hasta dónde tienen que llevar sus voces, dominan las tablas y se lucen con sus caras y con sus cuerpos para dotar a esta comedia burlesca de toda su fuerza. El texto es, como siempre, de Eusebio Calonge, quien incide en un sentido del humor surreal y metafísico en el que también brota la poesía, tanto visual como textual. Otro ejemplo de intransigencia es que los actores de La Zaranda, a pesar de que el público despidió la obra entre ovaciones, no salieron a recibir los aplausos ni a saludar. No lo han hecho nunca. No van a cambiar ahora.
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'La batalla de los ausentes' bien podría servir como un memorándum de intenciones respecto a lo que estos cuatro seres llevan haciendo toda la vida. Tres viejos militares acuden a una conmemoración de los caídos en una batalla de la que fueron supervivientes, o no del todo (uno de ellos se quedó en el cuartel porque «tenía muchos frentes abiertos»). Este recuerdo a los ausentes es tan preciso que no se presenta nadie, y estos tres longevos milicianos, cercanos a una edad en la que cualquier cosa podría resultar mortal, emprenden un viaje de locura, batiéndose contra con un enemigo invisible en una guerra que se libra contra el olvido, que es la muerte.
Autoparodia
En esta obra hay autoparodia porque esta compañía, insisto, es el paradigma de la resistencia en el teatro; la sensación de que se están aludiendo a sí mismos es inevitable: «Combatimos contra un único enemigo del cual formamos parte». La bandera por la que luchan tiene el nombre La Zaranda, nada es casual. Con una escenografía sencilla en apariencia, pero versátil para los cambios de acto, y con transiciones con música de vals y hasta con un réquiem de Semana Santa, las escenas se suceden a la manera en la que lo hacen los números de humor y con una conexión enganchada mediante el delirio de sus protagonistas. «Nos podrán quitar la esperanza, pero no la dignidad», dice uno de ellos.
Las carcajadas sonaron fuertes en la crítica a unos ministros representados como maniquíes de trapo, y el de cultura ni aparece. «Hay que desinfectar el ministerio porque está todo lleno de parásitos». Luego, inmersos en la locura y mediante varias fórmulas de exterminio, a cuál más divertida, estos los tres combatientes majaretas logran ocupar el poder hasta un final majestuoso. Dicen que la muerte es un destino indigno para quien lo dio todo por un sueño, así que larga vida a La Zaranda.
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