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miguel ángel oeste
Miércoles, 24 de julio 2019, 00:33
Por veranos no será. La escritora y poeta Isabel Bono tiene muchos veranos que recordar. A veces los escribe, como los sueños. En sus carpetas guarda multitud de textos. Y en muchos de ellos el verano está presente como esos niños que corren por la playa de su poema «todo ahora ya (y para siempre)». En los veranos de su infancia se disfrazaba y fumaba en pipa para escribir novela negra, y se pasaba los días en la playa, e iba a la feria vestida con traje, ¿quién lo diría? Bono se acuerda de las gafas azules de submarinismo con las que miraba el fondo del mar. Bono escribe: «…las rocas perforadas por el mar/la playa muda/nuestros cuerpos dormidos/dando origen/al sueño de las algas/y todo brillaba». Como en verano. Estamos en una cafetería del centro. El café que hemos pedido está intacto. Después de pedirlo, casi por inercia, lo dos hemos pensado lo mismo: con este calor. Isabel, escritora portentosa, persona generosa, a veces con la mirada algo ausente de su madre. Después de estar un rato sin que ninguno diga nada le pregunto que me relate uno de esos veranos, uno que considere distinto.
«A ver, tengo tantos», dice y sonríe la autora de 'Una casa en Bleturge', novela con la que obtuvo el Premio Café Gijón. Vuelve a mirar el café pero no lo toca. Isabel Bono vuelve a mostrar esa sonrisa que no es una sonrisa. Parece un enigma. Me dice que era una niña algo rebelde, que los veranos de infancia y juventud son épocas de cambio. «Aunque, ¿qué verano no lo es?», se pregunta y continúa «sería bonito decir que todo empezó ahí, pero es mentira. Es verdad que yo llevaba varios años loca por cortarme el pelo, pero en mayo del 73 hacía la comunión y mi madre no quería que pareciera un niño. Bastante aguantaba ya que yo fuera por ahí con estrella de sheriff apedreando a las niñas. Tuve que esperar hasta el verano del 74 para deshacerme de la melena». Un mal rato para la madre. Pero la cosa no iba a terminar ahí, como Bono me cuenta: «También tomé otra decisión importante: dejar de vestir a juego con mi hermana. Dos disgustos seguidos para mi madre».
Le pregunto si sucedieron más cosas aquel verano de 1974. Algún incidente fuera de lo normal. «El verano del 74 fue raro. Después de hacernos unos test de inteligencia, las monjas decidieron que unas cuantas alumnas podríamos hacer dos cursos en uno. En junio terminé 3º de EGB y en julio empecé 4º. Fue la excusa perfecta para convencer a mi madre del calor que iba a pasar yendo y viniendo, estudiando en verano, con el pelo largo».
Las rarezas de ese estío para la escritora no terminan ahí. Hay una foto en la terraza, sentada en el suelo mientras estudia, «en la que parezco un pequeño Puigdemont, con unas gafas gordísimas que nunca aprobó mi madre y corte de pelo estilo Famobil. Qué inocente y maravillosa rebeldía», se describe con humor.
Para la mayoría de los niños ir al colegio en verano podría ser un aburrimiento, una especie de castigo, «un tostón», pero no para Isabel Bono, que recuerda detalles de esas clases de verano con viveza: «la voz de la profesora tenía un eco especial en aquella clase casi vacía. La luz era distinta, los olores eran distintos. Hasta la tiza parecía deslizarse con otro ritmo».
Quizá por eso es escritora: por observar lo que le rodea de un modo distinto. Le pregunto por más rarezas de ese verano. Me dice que cada agosto su amiga Odila se vestía de flamenca. «A mi madre le habría encantado verme bailar sevillanas». Pero ella siempre se negó, «no soy de volantes», afirma. Pero aquel verano rebelde, de rarezas para esta poeta irrepetible, ella se dijo «¿Y si me visto, pero de malagueña? Y mi tía Encarna se puso a coser. Los trajes de malagueña que había visto eran de rayas celestes o rosas. A mí ya me gustaba el verde. Y así me integré en la Feria del Sur de Europa (que dice nuestro querido Alcalde)».
Fue la única vez que se vistió de malagueña. Una rareza en la vida de Isabel Bono. Pero las rarezas de aquel verano no terminan ahí. Me dice: «Yo ya tenía escrito un cuento y escribía y perdía cosas sueltas, casi como ahora. Como a finales de agosto terminé 3º y 4º de EGB, mi tía Mary me regaló un diario. Para que escribas, dijo. Y fue ahí cuando empecé el diario de sueños que todavía continúo. Creo que no he dejado de escribir cada día desde ese verano.»
En septiembre empezó 5º. Y sin venir a cuento en «el segundo trimestre sufrí una enorme decepción y decidí dejar de estudiar. No volví a abrir un libro. Comencé a suspenderlo todo menos dibujo y gimnasia. Me veo una mañana de camino al colegio, en la rotonda de Conde Ureña, rompiendo los arcoíris de grasa de los autobuses con la punta del paraguas. Las niñas corrían. ¡Vas a llegar tarde! Y allí me quedé un buen rato, jugando, descifrando la poesía de aquel charco, decidiendo mi futuro. Un futuro de suspensos. Un futuro lleno de poemas». Poemas que empezaron a fraguarse ese verano raro del 74.
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Cristina Cándido y Álex Sánchez
Lucía Palacios | Madrid
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