
Ea, pues ya está aquí en todos nuestros relojes, menos en alguno analógico, el idolatrado horario de verano. Según el CIS, siempre generoso, más del ... 68% de la población española disfruta de estos atardeceres largos llegados, así de sopetón, desde la madrugada del domingo. Lo confieso: pertenezco a esa minoría silenciosa, poco más de un tercio, que prefiere el denostado horario de invierno. Sí, ese que fomenta la mantita, el sofá y la tele, ah. Sí, ese tan criticado en España por nuestra propulsión callejera, como si aquí en enero anocheciese a las cuatro de la tarde, exageraos. Lo sé, lo sabemos: estamos en el equipo perdedor, el de peor prensa. Ni siquiera podemos gritar lo de «veranito, veranito» como lema vital.
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Cargamos con fama de siesos, de aburridos, de aguafiestas, de malas sombras. Y en el pecado de disfrutar de anocheceres tempraneros (por la intimidad, por la concentración, por el recogimiento) llevaremos nuestra penitencia callada esta semana, con algo de insomnio y un poco de los nervios. Lo sabemos: pronto el cuerpo se acostumbra a todo, cada año igual, y dentro de nada estaremos departiendo hasta las tantas en cualquier ocaso iluminado y playero. Pero este mal rato anual no lo quita nadie.
La UE quiso coordinar lo de los usos horarios hace ya más de un lustro. Pero los países europeos no acaban de acordar cuál sería el huso más benéfico para el común. Que si debates sobre la conciliación, que si controversias sobre el rendimiento económico: ya mismo nos rearmaremos hasta los dientes pero todavía no son capaces de convenir un amanecer sincronizado.
Así que ahora toca otra vez apechar con los efectos anuales de alargar estos atardeceres rojos a los que no se acostumbran mis ojos: cansancio, somnolencia, irritabilidad... como si aparte del kit de supervivencia necesitáramos una preocupación más. Al menos esta noche TVE estrena 'MasterChef', que le pasa como a la UE: llevan prometiendo desde hace mil que sus programas acabarían prontito y el de hoy lo hará a eso de las dos de la mañana. Por si ustedes se desvelan.
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