El uniforme de gala
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Me seduce más la promoción que hace la retransmisión del Tour de Francia de las localidades por la que pasa que una morcilla en plan 'Murcia, qué hermosa eres' en medio de una gala en un pabellónSecciones
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Me seduce más la promoción que hace la retransmisión del Tour de Francia de las localidades por la que pasa que una morcilla en plan 'Murcia, qué hermosa eres' en medio de una gala en un pabellónVa para cinco años que el profesor Luis Puelles publicó en estas mismas páginas una de las reflexiones más brillantes, certeras y elegantes que puedo recordar. El artículo venía a cuento de la inauguración del Centre Pompidou Málaga y el profesor comparó la tentación de ... sentirnos una ciudad culta por ese movimiento con la de creernos elegantes por llevar un traje alquilado. Ha pasado el tiempo y aunque todavía queda, más de uno ya anda buscando sus mejores galas para irse de gala. Primero, a la de los Goya y, luego, a la de los Max. Al fin y al cabo, alquilar ceremonias parece una consecuencia lógica de la estrategia de alquilar marcas museísticas, cambiando las exposiciones por el 'photocall', en una destilación más pura capaz de prometer una embriaguez más efímera, pero también más potente.
Con los anuncios de la organización en la ciudad de las galas de los Goya y los Max se ha visto un escenario parecido al que dejaron la llegada de las filiales museísticas: parece exigirse, de manera casi inmediata, la afiliación a la corriente a favor o en contra del asunto. Se trata de una deriva más amplia y profunda que empaña cualquier asunto de cierta actualidad hasta asimilar la temperatura opinante al funcionamiento de una placa de inducción. Han pasado casi cinco años desde la llegada de las últimas filiales museísticas, unas semanas desde el anuncio de los Goya y apenas un puñado de días desde que dijeron que también vendrían los Max. Cada proyecto encierra una cantidad de variables suficiente como para detenerse un tiempo a colocar en cada plato de la balanza qué aporta y qué resta a la ciudad, aunque eso no sirva a quienes demandan una opinión cerrada, monolítica y afilada. De partida, los Goya y los Max vienen de la mano de Juan Antonio Vigar y en esta casa eso es sinónimo de sentido y sensibilidad. Eso sí, en el caso de las entregas de premios tengo mis dudas sobre el poder promocional de esos actos para la ciudad, en general, y para el cine y el teatro locales, en particular. No sé, puestos a elegir, me seduce más la promoción que hace la retransmisión del Tour de Francia de las localidades por la que pasa la carrera que una morcilla en plan 'Murcia, qué hermosa eres' en medio de una gala celebrada en el interior de un pabellón, porque aquí no hay dónde hacerla como dios manda. Al fin y al cabo, los Goya llegan a Málaga después de pasar por Sevilla, donde la SGAE inauguró hace un año un auditorio de 70 millones de euros, 33.000 metros cuadrados y 2.000 butacas. Las cifras son casi calcadas a las del proyecto del Auditorio de Málaga (el mantra de los cien millones de coste incluye la urbanización, la modificación del tráfico rodado, la plaza y el aparcamiento subterráneo). Aquí la SGAE trae los Max, por algo se empieza, pensará el alcalde.
Como empieza, sin haber terminado del todo, la nueva etapa en el CAC Málaga con el mismo concesionario desde antes de que abriera sus puertas hace más de dieciséis años. Esta semana se ha firmado un nuevo contrato y viene con una vieja estrategia, casi análoga a la vista en los museos y en las entregas de premios: una propuesta rutilante (en este caso, el artista Sean Scully) que llega aquí como podría haber ido a cualquier otra parte. Un traje 'prêt-à-porter', alquilado primero y adaptado después a nuestra talla, que nos hace parece elegantes, dinámicos y modernos. En una década y media, el CAC Málaga ha reunido un buen puñado de grandes nombres de la plástica actual, pero cualquier madridista sabe, sobre todo estos días, que una relación de estrellas no forma un equipo capaz de competir y, ganado el partido de la resonancia exterior, quizá toque empezar a fajarse en la liga interna, más allá del programa didáctico, los ciclos de cine y la concesión a los artistas «de proximidad» a menudo arrinconada al fondo a la derecha.
En este tiempo, el CAC Málaga ha apostado de manera decidida por las exposiciones individuales, desterrando opciones como el comisariado externo, los proyectos que ponen en relación la obra de varios autores en torno a un asunto o una sensibilidad estética o el desarrollo de montajes 'de tesis'. También ha obviado la relación con otras instituciones culturales de la ciudad y del exterior (salvo algunas galerías privadas muy concretas y recurrentes), el vínculo investigador con la Universidad, la organización de congresos o seminarios para hacer de la ciudad un foco de reflexión en torno al arte actual y el fomento del talento local a través de becas o residencias, hasta el punto de que esto último ha sido una condición expresa en el nuevo contrato. En suma, puede que el CAC haya llevado el nombre de la ciudad fuera de aquí en un ámbito que hasta entonces le había resultado ajeno, pero ahora tiene por delante la posibilidad, quizá el deber, de tejer una red más íntima, un traje propio. El uniforme de gala, aunque alquilado, ya lo tenemos.
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