

Secciones
Servicios
Destacamos
IGNACIO CAMACHO
Jueves, 18 de abril 2019, 00:21
SE llamaba Manuel y nació en Málaga, y en Málaga, su Málaga azul y blanca, se ha muerto frente a la playa dejando una orfandad de gaviotas desorientadas. Era un místico descreído, un estoico lleno de esperanza y al tiempo un epicúreo de paso corto y vista larga; un dandi de fina estampa, ancha frente y cabellera blanca, un patricio del artículo y de la poesía, un conversador magnético al que se le caían de los bolsillos manojos de metáforas. Era, como durante tres décadas demostró en esta contraportada, el rey de la distancia corta del periodismo, el príncipe de la frase exacta, de la chispa sutil y de la ironía en voz baja; el orfebre de la cita precisa, el maestro del pensamiento en ráfagas. Era el fondo firme y la forma delicada. Era la ternura sin empalago, la amistad franca, la inteligencia sin pedantería, la humanidad diáfana; era la disciplina, la entereza, la bondad machadiana, la dignidad, el pudor, la elegancia. Era el perfil estético y moral de una estatua romana. Era el superviviente de una raza literaria que se extingue, de un tiempo que se acaba. Era la memoria de un siglo, el penúltimo heredero de una estirpe clásica, de una aristocracia intelectual que hizo del lenguaje una patria y del estilo un sello de impronta nobiliaria.
Cuando recibía un homenaje y escuchaba elogios derramados como simbólicas petaladas sobre su cabeza, Alcántara solía decir que era uno de los pocos mortales con el privilegio de haber podido leer su propia esquela. Temía a la muerte tanto como cualquiera pero bromeaba con y sobre ella para ahuyentar el fantasma de su certeza. El humor fue siempre su mejor arma dialéctica. Una vez le dijo a Domi del Postigo que miraba a Dios "con expectación", otra exquisita pirueta de su guasa escéptica. El existencialismo, como filosofía y como ética, impregnó desde muy joven sus mejores poemas, que figuran entre los más hondos de toda la generación de los años cincuenta. Fue un niño de la guerra que desde adulto se veía como "un hombre de pie sobre sus huellas", y acaso por eso se agarraba a la vida con una rebeldía prometeica. La vocación de la escritura que le fluía por las venas era su vía de escape, la herramienta que le ayudaba a eludir la inquietud metafísica de la trascendencia; mantuvo hasta casi el final la cadencia del artículo diario, desafiando los límites de su fortaleza. Al final, el peso de la edad le menguó las fuerzas y por apenas tres meses no pudo cumplir su férrea voluntad de morir con las manos sobre las teclas, que era su forma de hacerlo, como los héroes, con las botas puestas.
De esa lealtad indeclinable con el oficio queda el legado asombroso de más de veinte mil artículos. Acaso sólo con los dry-martinis, la bebida que definió como un cuchillo derretido, logró una estadística lo bastante alta como para batirse a sí mismo. En todo ese formidable legado escrito es imposible encontrar un solo rasgo nihilista u oblicuo, un vestigio de crueldad, de acidez, de rencor o de cainismo. Su estructura moral era incompatible con el odio, con el encarnizamiento, con la impiedad; no se le conocían enemigos. Detestaba el griterío, la invectiva, el matonismo periodístico; usaba el ingenio en vez del sarcasmo, la paradoja en vez de la humillación, la indulgencia en vez del castigo. Sabía envolver la crítica en la distancia elegante del tono elíptico y encontrar un camino para envolver el reproche en una pátina de esperanza y de humanismo compasivo. Su sueño cívico era el de Tercera España, el de la convivencia eternamente emparedada entre antagonismos trincherizos, el ideal de una democracia apacible que defendió desde la lucidez de un discreto pesimismo.
Ser hombre es ir andando hacia el olvido, escribió en el más intenso de sus latidos líricos. No es su caso, al fin: hoy camina hacia la eternidad envuelto en la mortaja de un reconocimiento unánime y merecido. Ha sido, como Rubén Darío dijo de Verlaine, el padre y maestro de todas las generaciones actuales del articulismo, a las que acogió siempre con su grandeza hospitalaria de amigo. El mejor título al que podríamos aspirar, a falta de su inalcanzable estilo, es el de considerarnos siquiera discípulos de su ejemplo de independencia y compromiso. Y aunque ya no podamos decir que es el mejor columnista español vivo, seguirá viviendo siempre en la imborrable gratitud y estima de quienes le conocimos.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.