Era un día «muy especial». «Espero que me haya salido bien porque estoy tan emocionada...», dijo con lágrimas en los ojos sobre las tablas del Cervantes. «Cuando se ha subido el telón y he visto este teatro encendido... Lloro porque tengo 81 años, soy ... esa mujer mayor de riesgo a la que no le dejan salir de casa, ni mis hijos ni el Gobierno (...), pero agradezco haber venido a Málaga a esta última función». Concha Velasco se llevó este martes los últimos aplausos del Teatro Cervantes antes del cierre obligado de dos semanas por la expansión del coronavirus en la capital. Una bajada del telón anticipada para el 38 Festival de Teatro, pero a lo grande, con el público en pie ovacionando a la Velasco.
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La actriz regresó al escenario que le ha dado «tantas oportunidades» con 'La habitación de María', la segunda obra teatral que firma su hijo Manuel Martínez Velasco. Un papel creado a medida que ella defiende sola en el escenario y sin necesidad de moverse de su silla. Tras la disparatada comedia de 'El funeral' –la primera colaboración madre-hijo que tan poco gustó a la crítica–, la dama de la escena vuelve aquí al drama con la historia de una escritora famosa con agorafobia que ve como el edificio en el que vive se incendia. Una tragedia que se torna comedia en numerosas ocasiones por la naturalidad de una actriz curtida en las tablas, por sus comentarios irónicos sobre temas de actualidad y por sus salidas 'a lo Velasco' que encandilan al público.
Hubo risas, sí, pero es en los momentos más duros del texto –hacia el final– donde sale el animal escénico que es, donde se reconoce a la Concha Velasco de otros tiempos. La de este tiempo tiene el enorme mérito de llenar ella sola el escenario durante una hora y veinte minutos. Porque a sus 81 años –como ella misma reconoció al terminar la función– sigue viviendo por su familia y por el público. «Por ustedes y para ustedes. No he querido ser otra cosa en la vida, nada más que trabajar en el teatro», señaló.
En 'La habitación de María' se deja dirigir una vez más por José Carlos Plaza. Y aunque se confiesa muy disciplinada –«Mi padre era militar franquista y mi madre maestra republicana, eso ha quedado en mí»– da la sensación de que a estas alturas de la función de su vida, Concha Velasco se toma todas las licencias que quiera. Y hace bien. Ella se lo puede permitir.
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Es la única actriz en las tablas, pero está acompañada. Recibe llamadas, una periodista le habla desde la tele y le arropa una maravillosa escenografía que recrea un ático con Madrid de fondo. Eso en cuanto al continente. El contenido suena muy propio aquí y ahora, aunque fue escrito en 2019. La obra es un canto a la vida a cualquier edad y en cualquier situación, un llamamiento a ser libres y a no estar atenazados por el miedo. «La libertad está en ser audaz», dice la protagonista en la que cree que es su última noche.
Y ella lo ha sido desde que empezó en esto con solo once años. De cara al público, ya como Concha Velasco y no como su personaje de Isabel Chacón, habló sin censuras y con el corazón en la mano. «Voy a decirles algo que mis hijos no quieren que diga: Soy socialista, católica y española». Y, con un Cervantes que se caía en aplausos (solo eran los 200 permitidos pero parecían 2.000), continuó: «Que dios les bendiga, nos ayude a salir de esta y me permita volver con otra función». Amén.
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