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Jamás el cine ha estado tan cerca de la tauromaquia como en 'Tardes de soledad', la película de Albert Serra, con el diestro peruano Roca ... Rey como protagonista. Lo que aquí acontece trasciende lo documental o lo ensayístico. Es el despiece de un mito, el minucioso desmontaje de un rito que ha alimentado durante siglos la imaginería hispánica. Serra no explica ni toma partido, solo muestra, y al hacerlo, convierte la tragedia en un espacio de extrañeza, una liturgia donde los elementos se despojan de su carga simbólica y quedan reducidos a pura fisicidad: la piel que suda, la arena que se levanta, la carne que se tensa, la sangre que brota. No hay discurso, sino imagen. No hay relato, sino inmersión: la danza entre el torero y la bestia, la pulsión de muerte y belleza que define la fiesta.
En su inicio, la película sumerge al espectador en la soledad del toro, con un primer plano que nos desafía, una mirada que anticipa la tragedia que está por venir. A partir de ahí, 'Tardes de soledad' se impone: rodadas con teleobjetivos de última generación, las imágenes capturan cada detalle con una cercanía conmovedora, permitiendo apreciar la tensión, el sudor, la respiración del torero y el bramido de la bestia. El sonido, grabado con micrófonos unidireccionales, nos introduce en el latido del ruedo hasta que parecemos respirar por él. Se escuchan los murmullos, los pasos, el suspiro del capote, los silbidos y la lluvia.
La inmersión en 'Tardes de soledad' es en bruto, sin artificios, apenas algunos temas musicales. El espectáculo se muestra desordenado, como si Serra operara en una máquina de despiece, sin una narrativa clara. La cuadrilla, lejos de cualquier misticismo, se presenta como un grupo ruidoso donde los exabruptos y los halagos se suceden sin cesar, a veces con un tono paródico, sin épica. En el centro, Roca Rey, serio, parco, con una sonrisa que desaparece en pocos segundos. Su presencia es la de alguien que, para existir, no necesita adornos ni mitología, solo acción pura. El momento en el que se viste en el hotel, capturado con un detenimiento ceremonial, es uno de los momentos más reveladores: el traje de luces como un atuendo que transfigura, que convierte el cuerpo en espectáculo, en un artificio que se ofrece a la mirada pública; el carácter travestido del toreo, donde la feminidad, la poesía y la belleza tratan de imponerse.
'Tardes de soledad' es cine sin causas ni ideología, solo cine. La película se inserta en una tradición que abarca de Chaves Nogales a Georges Bataille, de Picasso a Barceló. Su reconocimiento a ha llegado desde distintos frentes. Albert Serra ha recibido numerosos galardones por la película, entre ellos la Concha de Oro en San Sebastián, o el Premio Nacional de Tauromaquia no oficial. Hay un respaldo de una parte del mundo taurino, que ha elogiado la honestidad con la que el filme retrata la lidia. Otros sectores taurinos no han recibido la película con entusiasmo, probablemente porque esperaban otra cosa. Los antitaurinos reafirmarán su idea del toreo como espectáculo sangriento y cruel, porque lo es y aquí se muestra. 'Tardes de soledad' no oculta lo que no se quiere ver: la sangre, el sufrimiento, los últimos estertores, el temblor de la muerte y los ojos en blanco.
Serra ha entregado una obra que descoloca, desafía y deja en el aire preguntas sin respuesta. Película sobre toros y experiencia cinematográfica sin precedentes, una inmersión en la tauromaquia que solo un cineasta como él podía concebir para nuestro disfrute, pero también para nuestro espanto.
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