De nostalgias y amores
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La tercera temporada de 'Stranger things' es más fresca y menos oscura que la anteriorSecciones
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La tercera temporada de 'Stranger things' es más fresca y menos oscura que la anteriormiguel ángel oeste
Lunes, 29 de julio 2019, 00:34
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Cuando veo 'Stranger things', la serie creada por los hermanos Duffer para Netflix, siempre me hago la misma pregunta: ¿a quién va dirigida esta serie? Porque no creo que vaya dirigida a los jóvenes de hoy; más bien a los adultos que fueron ... jóvenes en los ochenta. Una miniserie donde el público que fue adolescente en aquella década (ahora adulto) mira con familiaridad y un componente emocional las aventuras de un grupo de chavales que trata de salvar el mundo de las sombras ominosas que lo pueblan.
Y también porque las citas musicales, cinematográficas, literarias tienen ese componente. No creo que a ninguna adolescente de hoy le diga nada el poster de Ralph Macchio (conocido en los ochenta por 'Karate Kid') y lo que representa; del mismo modo que poco debe de decirles la trama entre americanos y rusos, cuando por aquel entonces, a mediados de los ochenta, Estados Unidos (con Reagan como presidente) y la antigua Unión Soviética (con Gorbachov como secretario del Partido Comunista) representaban o volvían a recrear una especie de Guerra Fría, que tiene su correspondencia en esta temporada y se vincula claramente no solo con las películas de la década (no se puede olvidar una película tan significativa como 'Rocky IV', y el enfrentamiento entre Iván Drago y Rocky Balboa, por poner un ejemplo) sino también con la ciencia ficción, terror e incluso otros géneros de finales de la década de los cincuenta e inicios de los sesenta, como las alusiones obvias que se rastrean a 'La invasión de los ladrones de cuerpos'.
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En este sentido, 'Stranger things' funciona mejor cuando es liviana, opta por el humor, por su vertiente 'nerd', se olvida de dramas y transcendencias y se vehicula por la aventura juvenil sin pretensiones. Y en esta temporada ha optado más por la comedia, por un componente distendido, aunque el desenlace no ha estado a la altura. Pero hay que reseñar que esta temporada ha sido más alegre que la segunda, ha funcionado como intento de recuperar esa sensación de disfrute como se gozaba cuando uno iba al cine a ver 'Regreso al futuro'. Este ejercicio nostálgico de sus creadores, los hermanos Duffer, se realiza como una clara acción posmodernista que introduce al espectador en una ficción serial de género que se articula y funciona, precisamente, en relación a aquellas películas de terror, fantásticas, de ciencia ficción y de romance adolescente que en los ochenta reinventaron de un modo hedonista y desprejuiciado dichos géneros, muy en consonancia con la esperanza que se desprendía de aquella década. Películas que contribuyeron a crear una mitología que ha venido siendo explorada y explotada desde múltiples ángulos a favor de una nostalgia que no es otra cosa que un lugar común más de consumo.
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Al margen de la reescritura de títulos concretos que elaboran los Duffer ('Escuela de genios', 'El club de los cinco', 'Aquel excitante curso', 'Rambo', 'El guerrero americano', 'Lifeforce', 'Los Goonies', 'E.T.', 'Cuenta conmigo', 'Poltergeist, 'Noche de miedo', 'Los Gremlims', 'Aliens', 'Monster Squad', 'Terminator', 'Karate Kid', 'Star Wars', 'Cocoon', 'Indiana Jones', 'La niebla', etcétera), ya sea como mera referencia o como modo de mutar o metamorfosear de forma eficaz esta mitología colectiva que reinterpretó los códigos de los distintos géneros aludidos, 'Stranger Things' siempre se ha movido entre cuatro coordenadas: el terror de raigambre costumbrista cuyo modelo es Stephen King; las relaciones sentimentales cortadas al estilo de John Hughes; las aventuras extraordinarias dentro de la cotidianidad de los 'héroes de a pie' tan característico del cine de Steven Spielberg; y una lista musical que favorece la sensación evocadora de las ficciones ochenteras, que parecen soñadas para instalarse en esa zona de la memoria acogedora, pero también siniestra.
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'Stranger things 3' se sitúa en el verano de 1985, en el que vemos cómo los chicos van cambiando, sobre todo Mike (Finn Wolhard) y Lucas (Caleb McLaughlin), que se preocupan por su relación con las chicas, Eleven (Millie Bobby Brown) y Max (Sadie Sink), respectivamente, mientras Will se queda apartado, en su deseo de seguir como el grupo de chavales que eran jugando a 'Dragones y mazmorras'. Esto unido al regreso de Dustin (Gaten Matarazzo) del campamento en el que dice que ha conocido a una chica, pero no le creen, hace que los cimientos de la amistad entre los cuatro amigos se tambalee.
Quizá no está del todo desarrollado, envuelto en una acción en ocasiones algo precipitada. Por su parte, Steve (Joe Kerry) trabaja en el centro comercial que han abierto con Robin (Maya Hawke), una de las relaciones y tramas que mejor funcionan por su frescura, por su mezcla de ternura, patetismo y humanidad. Nancy (Natalia Dyer) y Jonathan (Charlie Heaton) hacen prácticas en el periódico de Hawkins, pero mientras él puede hacer fotos, a ella la obligan a hacer de chica de los recados mientras se burlan de ella, introduciendo lecturas de cómo se representaba en la época el trabajo siendo hombre o mujer. A la vez, el hecho de que el episodio transcurra en el centro comercial pone en tela de juicio los comercios familiares y de toda la vida con las franquicias y la corrupción política que simboliza el alcalde, al que da vida el mítico Cary Elwes, Wesley en 'La princesa prometida'.
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La estructura argumental de esta temporada se dispone en tres líneas de acción que como es lógico terminan confluyendo en una que encuentra su razón de ser en el centro comercial. Una trama es la del grupo que componen Will, Lucas, Mike, Eleven y Max en su lucha contra el otro mundo; otra la de Dustin, Steve, Robin y Erica (Priah Ferguson) en su hallazgo de los rusos; y la tercera la de los adultos Joyce (Winona Ryder) y el comisario Hopper (David Harbour) en la que se mezclan ambas tramas, la fantástica y la de los rusos. De las tres, seguramente la más distendida es la segunda, la que realmente fluye de un modo orgánico y se ríe de sí misma.
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De este modo, los Duffer juegan con los géneros mientras los chicos entran en plena adolescencia y les preocupa más el beso que el juego y la aventura fantástica, porque el mundo empieza y termina en el primer amor, como si fuese una película de Hughes al tiempo que suena toda una banda reconocible para las personas que fueron chavales en los ochenta.
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