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miguel ángel oeste
Lunes, 6 de marzo 2017, 01:14
Crashing: Retrato de un cómicoHBO
Es lógico que Judd Apatow produzca (también dirige el piloto) esta serie creada y protagonizada por Pete Holmes, que narra las peripecias de un cómico que intenta hacerse un hueco en un mundo tan complicado como el de los monologuistas. Pete Holmes interpreta a un ficticio Holmes. Un hombre inmaduro que vive a costa de su mujer, cansada de hacer las funciones de madre, más que de una esposa propiamente, por lo que abandona a un sorprendido Holmes, que no comprende qué sucede: «Pero si somos felices», dice Holmes; «Tú eres feliz. Yo te mantengo mientras cuentas chistes sin cobrar», replica, Jess (Lauren Lapkus).
Y es lógico porque son temas que a Apatow le interesan. Afinidades electivas. De hecho, ha producido y dirigido películas con premisas similares. No es extraño que tenga similitudes con Hazme reír (Judd Apatow, 2009), en la que Adam Sandler interpreta a un cómico con cáncer y Seth Rogen a su discípulo; o con Paso de ti (Nicholas Stoller, 2008), aunque en este caso Jason Segel no es un cómico, sino un músico.
La mano y estilo de Apatow se notan en Crashing, en el tono agridulce, en la relación de género, en la agilidad con la que capta los diálogos, en su apuesta naturalista y en la descripción de un mundo, el de los monologuistas, cruel, despiadado, poco complaciente. Aquí la serie se hace fuerte. Realiza un retrato de sus relaciones y del mundo de los comediantes ácido, bastante inhumano y egoísta, en el que Pete parece un pez fuera de su pecera. El encuentro del personaje Pete con el cómico Artie Lange en el primer episodio y luego con T.J. Miller en el segundo, cuando Pete acompaña a Lange a Albany, está recogido con el desenfado y el conocimiento de lo que uno ha experimentado de primera mano. Tanto Lange como Miller hacen de ellos mismos, lo que engrandece la dimensión de la serie, al mostrar sus miserias sin ningún tipo de pudor. Es más, tanto uno como otro se ríen de sus debilidades, de sus adicciones, del intento de suicido de Lange. Cuando Crashing se mueve en este terreno funciona. A la vez, se preocupa por separarse de otras series protagonizadas por cómicos como Louie o Seinfeld; o dentro de la ficción española podríamos citar la recomendable El fin de la comedia. Aunque el caso quizá no es tanto que se distancie como que no tenga la capacidad y la agudeza en el retrato irónico de las desdichas de la vida que afectan a cualquier persona, algo que sí tenían las citadas.
En cambio, resulta indudable la complicidad que se da entre cómicos; incluso la composición ficticia de Pete Holmes como aspirante a monologuista siendo un tipo cristiano, buena persona, que trata de hacer lo correcto, que se arrastra por las esquinas y se compadece de sí mismo. El ritmo y tono de las relaciones de Pete fuera de ese ambiente se antoja más entrecortado, más monótono, menos arriesgado. «No me observes. Mírame. Hagamos algo distinto. Rompamos tabús», le espeta en la primera escena su mujer a Pete mientras le pide que innoven en la cama. Pero eso es lo que le falta a Crashing: romperse y rompernos. Probar cosas nuevas. Uno tiene la sensación de que todo está demasiado medido, que se habla de la vida, en realidad se ironiza sobre ella a partir de las flaquezas que nos azotan diariamente y sin embargo uno no siente que Pete vaya a estrellarse, no, sino que la estrella está con él, circunstancia que choca con el título o que directamente entra en conflicto con el quid de lo que propone. Esta serie puede verse en HBO.
Santa Clarita Diet: El vómito de Drew Barrymorre
¿Puede uno reírse con una mala comedia? Por supuesto. ¿Es legítimo? Sin duda alguna. ¿Puede alguien considerar una buena serie un tostón o una ficción con la que no conecta? Por supuesto. Pero seguirá siendo buena. ¿Puede que lo que uno considere malo o bueno no lo comparta el resto? Por supuesto. Sobre todo en este universo serial en el que las ficciones generan seguidores tan acérrimos como los de los equipos de fútbol. Tal vez todo se reduzca a la sensatez con que Billy Wilder decía aquello de: «Si una película consigue que un individuo olvide por dos segundos que ha aparcado mal el coche, o que no ha pagado la factura del gas o que ha tenido una discusión con su jefe, entonces el cine ha alcanzado su objetivo». Viene esto a cuento de la serie creada para Netflix por Victor Fresco, Santa Clarita Diet. Una comedia que pretende ser ingeniosa, mordaz, feliz en su crueldad, ácida, desenfadada y derrochar desparpajo. Ya digo: lo pretende.
¿Lo consigue? No.
¿Consigue que olvidemos las cosas mundanas? Al contrario. Por lo menos en mi caso.
En su aparente normalidad Santa Clarita Diet cuenta con un planteamiento como mínimo curioso. Sheila (Drew Barrymore) y Joel (Timothy Olyphant) son un matrimonio que viven en las afueras de Los Ángeles, trabajando como agentes inmobiliarios. Es una pareja instalada en la rutina. Tiene una hija adolescente madura, Abby (Liv Hewson) y unos vecinos policías enfrentados uno al otro, que parecen salidos de la peor parodia chusca. La serie juega a retratar una familia normal. El caso es que Sheila se siente apática, rara, apenas le encuentra sentido a la vida, aunque se esfuerza en mostrarse feliz. Entonces, mientras ella y su marido le enseñan una casa a unos clientes, Sheila vomita desproporcionadamente y pierde el conocimiento. La nueva Sheila es de pronto un zombie. Físicamente sigue igual, lo que cambia en ella es que necesita comer carne humana, algo que le hace sentir renovada, vital.
A partir de este leitmotiv esta comedia disecciona una hipotética familia normal con el componente zombie como elemento de extrañamiento. Un elemento que podría permitirle un juego amplio si el humor que desplegase fuera otro. Sin embargo se queda en el mero incidente anecdótico. Por lo demás, la comicidad y los chistes y gags de Santa Clarita Diet son más que discutibles, burdos y zafios. La aspiración estética deriva hacia lo kistch. La puesta en escena resulta roma. No hay ironía en ella. Todo se suelta con la facilidad del vómito de Drew Barrymore y huele tan mal como una vomitona. Los tópicos campan a sus anchas por la serie. El juego referencial a otras ficciones tampoco resulta logrado, pues no se mezcla con gracia. Y eso sin mencionar las interpretaciones exageradas de un elenco que es como un laxante caducado mientras recordamos el día que hemos tenido y el que tendremos por delante.
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