Miguel Ángel Oeste
Lunes, 14 de noviembre 2016, 00:26
Ahora no es raro oír que el mejor cine se encuentra en las series de televisión. Lo he leído y escuchado como si fuese un mantra o un mandamiento de una recién creada religión, con lo que implica de absurdo. Y es que una parte de la legitimación de las series radica o se mira en el séptimo arte y, por extensión, porque el mismo lenguaje cinematográfico es tomado de referencia para una narración con claves inevitablemente (no siempre, por supuesto) funcionales. Además de lo evidente de la distinta duración, como forma de enfrentarse a la creatividad de una historia el cine y las series son inevitablemente (otra vez) distintas. De ahí que repase algunas de las películas que se convirtieron en series.
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Como no se puede realizar un recorrido pormenorizado, me centro en tres estupendas series inspiradas en tres estimables películas que amplificaron el universo cinematográfico del que partieron: M.A.S.H (CBS, 1972-1983), Friday Night Lights (NBC 2006-2011) y Fargo (FX, 2014).
Hay otros muchos títulos: cómo olvidar a Coco, Leroy o Danny Amatulo, aquellos bailarines que soñaban y nos hacían soñar en Fama (NBC, 1982-1987) basada en la película homónima de Alan Parker (1980); o la ágil y divertida Buffy, cazavampiros (WB, 1997-2003), que borró la cuestionable película de la memoria del espectador.
Que conste. También hay casos inversos: series de las que se hicieron películas. Es algo que ocurría, ocurre y que seguirá ocurriendo. Si bien el hecho de que una película se convierta o se prolongue en serie de televisión amplia su universo y da recorrido a los personajes, cuente o no con el mismo elenco y protagonistas, y no siempre obedece al éxito cinematográfico, lo que sería más habitual; el hecho de que una serie se comprima en película suele estar vinculado a que la serie y sus personajes sí que sean un referente para un público mayoritario por diferentes motivos, incluso para aquellos que no hayan visto la serie.
En este sentido, el imaginario televisivo se ha erigido en referente de lo popular. Hoy día es más potente que el cinematográfico. ¿Quién no conoce a Los Ángeles de Charlie o El equipo A? Series que pasaron a ser películas. En este trasvase de serie a película se suele respetar las coordenadas de la ficción televisiva, mientras que al contrario de película a serie- los casos suelen ser, al menos en una amplia mayoría, reelaboraciones del original. Y eso es lo hacen las tres series aludidas al inicio -M.A.S.H, Friday Night Lights y Fargo-, ser reelaboradas, aumentar el foco sobre el mundo en el que se inspira, para cargarlo de matices propios y singulares, para hacer aflorar las debilidades de la condición humana, junto con una postura estética reconocible que las define. De ahí surge, tal vez, el carácter universal de estas tres ficciones televisivas, sucedan en Dakota del Norte o en Dillon o en cualquier otro lugar.
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M.A.S.H
La sátira cómica y negra de la película de Robert Altman de 1970, que mostraba a un grupo de médicos y cirujanos en plena Guerra de Corea enfrentándose y cuestionando las jerarquías y reglas del ejército, inspiró la serie homónima, que se prolongó con bastante éxito de 1972 a 1983. Hoy día, con la fragmentación de las audiencias y el cambio de paradigma, sería imposible conseguirlo, pero el capítulo que cerraba la serie sigue siendo el episodio más visto de la historia en Estados Unidos. Más allá de datos y anécdotas, la serie logró el favor de los telespectadores por su mirada desprejuiciada, distinta, corrosiva, de unos hechos y situaciones sobre los que en principio no se podía hacer comedia ni era políticamente correcto hablar. M.A.S.H consigue pasar de lo cómico a lo dramático con fluidez, sin darse importancia, sin transcendencias vacuas, sin renunciar a la suciedad de lo que narra, y encima logra que nos riamos de situaciones que nos hacen llorar. Se la echa de menos.
Friday Night Lights
En 2004, Peter Berg adaptó el libro homónimo de H. G. Bissinger, ganador del Pulitzer, y luego lo convirtió en serie para la NBC. La serie que tuvo cinco temporadas se desarrolla en Dillon, un pequeño pueblo de Texas sin demasiadas perspectivas, en el que el fútbol americano sirve como catalizador de la mayoría de las diferentes historias. Pero este drama deportivo es sobre todo un drama vital, que explora el tiempo, las emociones, los sentimientos, las posibilidades y elecciones de etapas cruciales en la vida de cualquier persona, el paso de la juventud a la madurez, su inevitable derrota, los sueños y las frustraciones marcado por un aliento emocional y un cariz épico (incluso en la pérdida) cuando se centra en los partidos de fútbol americano. Al igual que ocurre con las películas de Bennett Miller -Moneyball (2011) respecto al béisbol y Foxtcacher (2014) en cuanto a la lucha americana-, sería un prejuicio absurdo creer que se trata de una americanada o de una mera serie deportiva de jóvenes, porque su dimensión resulta mayor, desde la concepción de una puesta en escena urgente, cámara en mano, en un tono naturalista, a la manera con la que esquiva cualquier concesión a la hora de narrar las vivencias de los personajes de Dillon, con el entrenador Eric Taylor a la cabeza. Una serie a reivindicar.
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Fargo
En 1996, los hermanos Coen dirigieron una extraña y cautivadora película en la que se daba la ósmosis perfecta entre géneros, predominando la comedia negra, el policiaco y cierto trasfondo nihilista.
La sensibilidad y el universo de esta película, con el patetismo que derrochaba y las singularidades (tanto las etéreas como las tangibles) fueron llevados a la pequeña pantalla por Noah Hawley para desarrollar sus tonalidades y perspectivas de una fauna de personajes humanos en sus debilidades y miserias, siempre bajo una estética helada (en lo terrenal y en lo visual), que se preocupa de escarbar en la moral y la ética de personas que se oponen en la visión del mundo, donde el azar tiene su protagonismo y relevancia. Nada resulta caprichoso en esta serie con ecos del género negro y policial. Cualquier detalle remite y encuentra su referente en un plano, una canción, una línea de diálogo. El atractivo plástico de la serie es otro elemento a valorar de estas dos miniseries de diez episodios que narran historias distintas conectadas por personajes y un universo cercano y extraño, pero fascinante, un espejo pesimista de las máscaras tras las que nos ocultamos. En espera de la tercera temporada.
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