Gamal, Ammed y Dandino, en la carpa de artistas del Circo del Sol. Salvador Salas
Estreno en Málaga

Así son Los Tuniziani, los hermanos voladores del Circo del Sol

Ammed, Dandino y Gamal saltan por los aires desde un trapecio a diez metros de altura, el impactante número final de la nueva versión de 'Alegría' que este viernes se estrena en Málaga

Viernes, 31 de mayo 2024, 00:15

Ellos son los últimos en salir a escena, cuando el público ya se ha reído con los payasos, se ha sobrecogido con las barras acrobáticas y se ha emocionado con el dúo de trapecio sincronizado. Cuando crees que ya lo has visto todo, aparecen a ... 10 metros de altura sobre el escenario vestidos con mallas y pelucas blancas, y empiezan a volar de un lado a otro. Literalmente. El más difícil todavía. Es el número de los hermanos Tuniziani y su 'troupe', el más impactante de la nueva versión de 'Alegría' del Circo del Sol que este viernes se estrena en Málaga. Trece años después de la anterior visita del espectáculo al Martín Carpena, el título más emblemático de la compañía regresa a la ciudad en su formato más auténtico, bajo la gran carpa, la Grand Chapiteau. Hasta el 30 de junio, en el recinto ferial de Cortijo de Torres.

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Ammed, Dandino y Gamal son el corazón del trapecio volante, tres hermanos de una familia de cinco. Todos chicos y ciudadanos «del mundo», explican. Oficialmente su tierra es Puerto La Cruz, una localidad venezolana a orillas del Caribe, pero su madre tiene ascendencia española y su padre, italiana. Ella era acróbata, él mago. Los Tuniziani nacieron, prácticamente, en la pista del circo. «Casi», precisa Ammed. Hoy su centro de operaciones está en Las Vegas, pero desde hace meses giran por Europa –con paradas en Londres y Barcelona– con el Cirque du Soleil. «Realmente es una vida muy emocionante, hay mucha versatilidad y conocemos culturas de todos lados. También es un poco inconsistente, viajas mucho y cansa a veces. Pero el lado positivo es muy bonito», explica Ammed nada más terminar la primera prueba en el escenario malagueño antes de la 'premiere'.

Un momento del ensayo del trapecio volante, zona de entrenamiento y parte del vestuario. Salvador Salas

La 'familia del Circo del Sol' es ya una expresión clásica para denominar a esta ciudad móvil, con más camiones que la gira de Taylor Swift (unos 85), pero en este caso es textual. «Y se trabaja más tranquilo porque tienes la confianza de que lo que se aprendió en familia, se aprendió bien», añade Dandino, el mayor de los Tuniziani. Una certidumbre clave en un show donde no caer al suelo (con red) depende de estar coordinados al milímetro y agarrarse bien a las manos del otro.

Cuando los focos se apagan, la relación entre los hermanos es «como la de cualquiera de ustedes», con sus momentos de fraternidad y también sus conflictos, pero Gamal agradece especialmente la compañía. Es el único de los tres que tiene a sus hijos en Las Vegas. «Se me hace un poco más duro, pero estar con ellos y con mis sobrinos hace más fácil la vida atrás del escenario», argumenta. Ammed, por contra, tiene a todos los suyos con él: su mujer es una de las acróbatas que hace giros imposibles en el trapecio volante y sus dos hijos estudian a distancia para poder seguir la ruta del circo. Y ambos apuntan maneras: pronto empezarán a formarse en las habilidades circenses. «Les gusta mucho», asegura. Si siguen adelante, serán la cuarta generación circense de los Tuniziani.

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Fuera hace calor, mucho, y del autobús que hace de 'transfer' entre Cortijo de Torres y el hotel de los artistas –aunque algunos prefieren alojarse en apartamentos– bajan algunos cuerpos rosados por el sol de la Costa. Pero en el interior de la carpa la temperatura es perfecta. Estamos en la zona de los artistas, la lona adosada al Grand Chapiteau donde se hay un espacio para entrenar –con 'overbooking' de saltos y malabares a última hora de la mañana–, camillas para la sesión de fisio y un rincón reservado para vestuario con los 96 trajes que se utilizarán durante la función. Un equipo de tres mujeres pone a punto esos diseños coloridos con modernas impresiones digitales; mientras en el exterior otra pinta uno a uno los zapatos de los artistas. Hay que hacerlo cada dos o tres meses por el desgaste que tienen.

Aunque a veces no lo parezca, son humanos: se han caído «incontables» veces y también sienten miedo

También los cuerpos sufren. Para hacer lo que hacen, «hay que caerse incontables veces. Pero cada caída te forma una cicatriz con la que aprendes y te haces un poquito más fuerte». Detrás de cada una, señala Ammed, hay «una levantada». Él se ha roto por varias partes. Tiene una cirugía en el hombro y otra en la espalda. «Y creo que me quedan dos dedos buenos en mis manos», añade entre risas. «Pero esto es parte de la vida, ¿sabes? Hasta uno caminando se puede tropezar, caerse y romperse algo», argumenta.

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Porque, aunque no lo parezcan, son humanos. Incluso sienten miedo. «En mi carrera muchas veces. Incluso hoy en día tienes el pensamiento de que te puedes caer, porque siempre está esa posibilidad», dice Ammed. Pero es ese mismo miedo, señala Dandino, el que les hace «estar despiertos» y que los accidentes, «pudiendo pasar, sean muy bajos en porcentaje». Miedo, nervios y concentración que, como buenos profesionales que son, nunca notará el público: «Siempre con la sonrisa en la cara», concluye Gamal.

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