Tragicomedia nada calada

Cada vez hay menos conductores, pero tampoco abundan series parecidas. La trama va sobre un huraño profesor cuarentón que, en plena crisis vital, pretende aprobar una asignatura pendiente: la del carné de conducir. El martirio del libro de tráfico, sudar por primera vez al volante, ay, o hacerse con el maléfico jueguecito de acelerador/embrague: todo eso con más de 40 tacos; o sea, el infierno en vida.

La fábula del regador regado, o del profe convertido en alumno, da pie aquí a situaciones de incomodidad que son un regocijo: toda la audiencia que sufrió situaciones similares lo sabe. Pero, precaución, amigos conductores: más que una comedia de gags burdos o visuales, la serie regala una narración muy bien hilvanada sobre nuestras debilidades y asperezas vitales. Un tierno cuentecito con diálogos afilados e hilarantes que rodean al personaje central, interpretado por un atinado Juan Diego Botto, en racha no solo por el cine y el teatro, también ahora por este proyecto televisivo con encanto. El actor, circunspecto y superado, casi con pinta de Buster Keaton contemporáneo, interpreta un personaje fenomenal, a la altura de otros secundarios muy notables como Leonor Watling (que hace de su expareja), Lucía Caraballo (la hija de 'Estoy vivo', una maravilla futura del cine español) y, especialmente, David Lorente, un enorme e inolvidable ya profesor de práctica lleno de pundonor y frases hechas con resonancias a El Fary.

Lorente gana la partida en cada escena y pide a gritos una serie propia, más larga y con el mismo tono, donde nos eduque al alimón para el cadalso del carné y para los exámenes sucesivos de la propia vida.