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Dicen que de la melancolía no se sale nunca, y de verdad que hay veces en las que uno se queda atrapado en la morriña, le da tanta importancia a lo que ha pasado que en su personalidad reina el descontrol por el presente. Desde ... fuera, parece incomprensible esta voluntad de unos millonarios, personas como nosotros, que empeñan un dineral y, de manera más o menos inesperada, su propia vida en un viaje en un submarino llamado Titán, en descenso no tanto con fines científicos sino por la mera experiencia y por la curiosidad y el testimonio de haber visto de cerca las ruinas oxidadas de un hito de la cultura popular. El día que el Titanic chocó contra el iceberg más famoso de la historia, hace más de 100 años, se desató también esta eléctrica mitomanía que dispara un rayo que de algún modo sigue hoy, llevándose a gente por delante, cobrándose nuevas víctimas que se van sumando a las 1.505 personas que murieron en el acto durante aquel accidente marítimo.
La historia del Titanic tiene eso que no se sabe lo que es que somete a su interlocutor por el pescuezo y lo arrastra hasta el fondo, junto a Leonardo DiCaprio y a Kate Winslet. Encarnamos la obsesión de su director, James Cameron, que estaba atrapado en el relato tanto que quiso recrear desde la vajilla hasta las sábanas del transatlántico, y levantó una réplica exacta del barco, sólo un 10% más pequeño que el original. La película costó más de 200 millones de dólares de la época y durante muchos años ha sido la más cara de la historia del cine, pero también la más rentable. 'Titanic', la película, se estrenó en España a principios de 1998 y estuvo en cartelera unos 11 meses. Dura 194 minutos, algo inusual en el cine comercial de entonces, y vendió más de once millones de entradas. El 20% de los espectadores la vio más de una vez. Hay que valorar el fenómeno social situándolo en aquella época en la que no existía el mentidero de las redes sociales ni la sobreinformación. La gente iba al cine sabiendo poco o nada de la película que iba a ver. La experiencia era todavía un acontecimiento y estaban después los videoclubs, y se le rindieron los permios Oscar, que terminaron de catapultarla como una película capaz de gustar a todo el mundo. La canción de Celine Dion, por su parte, se repetiría en nuestras vidas de una manera inesperada. Todo esto se cuenta muy bien en el libro 'Generación Titanic', de Juan Sanguino, que analiza la película como icono. El amor y la lucha de clases han funcionado en la narrativa desde que el humano es capaz de contar historias. Aquí, además, reluce el dilema moral del capitalismo, que haya muertos de primera y muertos de cuarta.
Cinco exploradores multimillonarios han muerto reventados en su excursión a los restos del Titanic. Turismo de aventuras, vivir para contarlo y no llegar a ninguna de las dos cosas. Dicen que la muerte es capaz de igualar, que no distingue. En el Titanic, que se sabía invencible, primero se salvaron los ricos. Ahora mientras seguimos, minuto a minuto, la búsqueda de estos millonarios, cientos de migrantes mueren ahogados en el mar. Supongo que empatizamos más con los ricos. Y eso pese a la excentricidad de pasar a la historia en un sacrificio pop que ellos mismos han elegido y abonado, cansados ya de la felicidad que de por sí da la vida. De lejos, pero más cerca, está quien no arriesga su vida simplemente para darse el gusto, sino en la mera necesidad de sobrevivir que, a veces, mata. Hay muertos de primera y muertos de cuarta, y es la vida la que se hunde.
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