En esta sociedad multipantalla, hoy todas nos devuelven el horror de una guerra, de una infancia bombardeada y de imágenes dolientes de miles de refugiados en huida congelada hacia la nada. La vida puesta en vilo y cargada en una mochila, con las esperanzas a la intemperie, con el miedo helado metido en el cuerpo y los móviles ayudando no se sabe si a encontrar un camino o una cobertura que alivie la incertidumbre. Los teléfonos que días antes fotografiaban una fiesta sirven ahora para televisar una guerra desde abajo. Los cormoranes bañados en petróleo de aquella primera guerra del Golfo, o los corresponsales «encamados» en los ejércitos americanos, dan paso hoy, tras acostumbrarnos durante la pandemia a la imprecisión de sus emisiones, a conexiones por Skype y a historias en directo que brindan una estampa múltiple y herida. Retratos de solidaridad, de lágrimas, de niños muertos, ay, o de niños vivos empuñando peluches en caravanas hacia no se sabe dónde. El canal vacuo donde los seres 'influencers' despliegan su inanidad, lleno ahora de las briznas de realidad que todo conflicto permite entrever y que solo el buen periodismo ayuda a contextualizar.

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Se preocupaba María Casado el otro día en el programa de TVE 'Las tres puertas' por las cifras de la humilde acogida a este formato elegante de entrevistas de La 1. Las audimetrías televisivas, como todo método estadístico, no escudriñan en la calidad ni en el esfuerzo que otorgan la valía intrínseca a un producto televisivo. La otra noche Carlos Franganillo nos ofreció, además de un alarde de su temple y saber hacer, un ejemplo grandioso de cómo un telediario con medios y profesionalidad puede retratar un momento real como el que atravesamos: con móviles claro, pero también con muchos desplazados in situ a Ucrania y Polonia. Con Mijallo y García Guerrero en sus retenes, con Reija casi haciendo las maletas para volverse de Rusia. Su esfuerzo 'solo' obtuvo el 10% de cuota de pantalla: los números no hablan del orgullo compartido por todo su esfuerzo en pro de un servicio público.

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