Familiares, amigos y compañeros parten de uno de sus poemas más populares, 'Telegrama a Bécquer', para evocar la vida y la obra de Manuel Alcántara en el primer aniversario de su muerte
Fue una de sus composiciones más breves; también, una de las más recordadas. Apenas tres versos donde afiló su magisterio para la precisión y la melodía, tres renglones donde Manuel Alcántara se acercó casi como nunca a la destilación poética del haiku japonés. Desde aquel 'Anochecer privado' (1983) llega su 'Telegrama a Bécquer': 'Mis cuentas no están cabales: / me falta una golondrina / y me sobran tres cristales'. Un mensaje desde el futuro a un colega del pasado, cuajado como de costumbre con sensibilidad, destreza y un toque de ironía. Y en ese espejo se han mirado familiares, amigos, escritores y compañeros para remitir un telegrama al maestro justo hoy, cuando se cumple un año de su muerte. Doce telegramas, uno por cada mes desde que no está.
El mar, los recuerdos compartidos, la añoranza de las tertulias hasta la madrugada y la orfandad de sus lectores en la contraportada de SUR y del resto de las cabeceras de Vocento van desfilando por estos mensajes de apenas un centenar de palabras. Su hija Lola y su nieta Marina brindan la aproximación más íntima y familiar a la figura del articulista y poeta. Amigos a lo largo de las décadas como el cineasta José Luis Garci, el arquitecto Salvador Moreno Peralta y el empresario Juan López Cohard vuelven a quedar con Manolo en estas líneas para seguir comentando los asuntos banales y esenciales que componen cualquier lazo estrechado a lo largo de toda una vida.
Compañeros de profesión periodística como Ignacio Camacho y Manuel Castillo rinden tributo al maestro de columnistas; mientras que los escritores Antonio Soler, Pablo Aranda y Sora Sans se asoman a la pasión literaria de Alcántara. La poesía se abre paso en estos telegramas a través de los endecasílabos compuestos por el también catedrático Francisco Ruiz Noguera en recuerdo de su amigo, mientras que el presidente de la Fundación Manuel Alcántara, Antonio Pedraza, reivindica en su misiva la figura el poeta y articulista como pieza clave del patrimonio cultural, periodístico y sentimental de generaciones y tierras diversas.
Memoria y presente
Y así, junto a la memoria y la añoranza, también va asomando en los telegramas la actualidad de estos días, casi al modo de las propias columnas de Alcántara. El confinamiento y la alerta sanitaria, la duda juguetona sobre lo que él habría dicho y escrito sobre todo esto, la nostalgia de su mirada lúcida y dionisíaca para burlar a los cenizos a golpe de verso y de artículo forman parte también de este paisaje profesional y sentimental hilvanado a partir de estos mensajes.
Textos que un año después traen de nuevo al periódico el magisterio de Alcántara, como el que cada día, a eso de las cinco de la tarde, clavaba en su columna con el folio en blanco plantado en la Olivetti. El repiqueteo de las teclas de plomo frente al mar para tomar el pulso de lo más cercano y del mundo entero, evocado ahora por sus familiares y amigos, conscientes quizá de que Alcántara, como el mar de su poema, en realidad, no puede morir.
Lola Alcántara
Contando gaviotas
Durante este año han pasado muchas cosas, algunas inimaginables.
Me dejaste «en primera línea de playa», como decías, de matriarca de la familia. Lo hago lo mejor que puedo. Los que sabíamos que eran los mejores de tus amigos siguen siéndolo míos. Se nos han muerto Eugenio Chicano y Piero Tedde, niño del 40.
Intento cumplir, lentamente, eso sí, tus instrucciones acerca de tus papeles y tus libros. Ninguno de los dos sabemos tirar nada, y eso de considerar que los libros —todos— son sagrados tiene mucho peligro.
También he tenido un protagonismo nunca deseado en la mayoría de los muchos homenajes que te han hecho. Ya sé que descreías de los homenajes póstumos («¿Qué le importa a Cervantes que se llame así el Teatro Cervantes?»), pero no puedes quejarte porque en vida has tenido de todo: calles, plazas, un instituto, una biblioteca... y ahora una estatua en el Rincón con la que conmemoramos tu cumpleaños.
Te fuiste con la preocupación de que se rompiera España. No ha sucedido. Lo impensable sí ha ocurrido: una pandemia terrible nos tiene desde hace un mes encerrados en nuestras casas. Conociéndote, papá, sé que te gustaría saber que eres el único vecino del Rincón de la Victoria que se ha saltado el confinamiento: tu estatua sigue contando gaviotas.
Pablo Aranda
Querido don Manuel
Querido don Manuel:
«Don Manuel, hace mal tiempo aquí y los bares están cerrados. El mar, esa otra muerte, que escribió Borges, se muestra oscuro, y da la impresión de que se ha perdido la compasión por los mayores. Creo que elegiste el momento adecuado para dejarnos solos, a pesar de que tu columna nos reconfortaría ahora más que nunca: nos harías sonreír mientras cruzamos el páramo y nos harías fijarnos en algo que se nos habría escapado. Con frío no salías, si el día andaba nublado, y ahora todos seguimos tu ejemplo. Disfruta con tus tertulias en alguna orilla propicia de ese lado.»
Ignacio Camacho
Mira qué cosas tan raras
Querido Manolo, no sé si Dios te habrá dado ya la explicación que le pediste en un poema, pero si lo ves por ahí dile que ahora nos la debe a nosotros. Porque aquí abajo están pasando cosas muy raras y ni siquiera te tenemos a ti para glosarlas con esos quiebros tuyos de ironía suave y de piedad franciscana. Y tu generación, la que reconstruyó España, se está quedando diezmada, tanto que ni siquiera somos ya capaces de contar las bajas. Quizá te gustaría ver ahora Málaga: desierta, tan solitaria que parece deshabitada, pero esplendorosa bajo la luz diáfana de esta primavera robada. Y tus gaviotas del Rincón aparcando a sus anchas en la playa. En fin, que te echamos de menos, maestro. Y el mar sigue aquí, sí, pero no nos da consuelo porque también nosotros estamos muertos. De miedo.
Manuel Castillo
Encerrados y sin tus columnas
Querido amigo y maestro. Aún en la redacción se escucha el eco de tu ausencia. Un vacío que, con el paso de los días, se va llenando de versos y rimas; del sonido de tu poesía. Creo que te gustaría saber que tus poemas han echado raíces robustas en el imaginario de los que siempre te leyeron; y siempre te quisieron. Y de ahí, seguro, saldrá un enorme ficus, de esos con copas inmensas que se ven por la ciudad. Ahora estamos encerrados por un virus y no hay día que me pregunte cómo se vería este confinamiento a través de tus columnas. Al menos, nos queda el mar, aunque algunos lo veamos muy de lejos. Que sepas que la plaza que lleva tu nombre aún sigue en obras; pero descuida, lucharemos para que luzca en el futuro, sin virus y con poesía, con todo su esplendor para que podamos así pasear desde la Alameda hacia la plaza Manuel Alcántara. Te echamos de menos.
José Luis Garci
Última tarde
Mi última tarde con Manolo fue tres días antes de morir. Habíamos quedado para comer en el María, era sábado y llamó a última hora para decir que no venía, así que Salva Moreno y yo fuimos a verle después del almuerzo. Estaba viendo el Huesca-Barcelona y le llevé un libro, como siempre que nos veníamos. Era 'El hombre de bronce' de Doc Savage, que él leía de chaval. Me preguntó qué combate había aquella noche y le respondí que Lomachenko contra Crolla y que no quisiera verlo ya me pareció raro. Estuvimos charlando y tuvimos la sensación de que se estaba apagando. Soy hijo único y para mí era como mi hermano mayor, así tengo varios libros suyos dedicados: 'A mi hermano'. Él escribía como boxeaba Ray Sugar Robinson, sorprendiendo siempre. Tenía la precisión de los grandes campeones al colocar los golpes, así colocaba los adjetivos. Al despedirnos, me dio un beso y me dijo: 'Muchas gracias por haber venido a verme después de muerto'.
Juan López Cohard
El mar sigue aquí
Maestro, hace un año que te fuiste y el mar sigue aquí, porque como tú mismo dijiste: el mar no puede morir. Yo lo miro y no puedo dejar de pensar en ti.
Pero no es verdad que te hayas ido, sigues aquí. Todos los días te veo. Te recuerdo tomando nuestro dry en mi casa: Copa transparente, cónica, helada. Ginebra, solo perfumada de martini. Una aceituna verde, con hueso, ensartada. Nota de color. Sorbo a sorbo. Como beso de amante. Beso, pausa, cita. Cigarrillo encendido, calada efímera. Beso, pausa, poema. Fijas la mirada, observas, sentencia. Beso, pausa, calada.
Seguimos juntos, Manolo, porque, como el mar, tú no puedes morir, tus versos seguirán con nosotros, aunque no haya nadie aquí.
Marina Maier Alcántara
La vida sigue igual y nosotros, distintos
Abuelo, como ya te habrá contado más de un amigo, la vida sigue igual y nosotros, distintos.
Si pudieras asomarte a tu balcón te sorprendería ver que no hay ningún niño haciendo castillos en la arena, ni gente paseando. Las únicas que siguen, ajenas a todo, son tus gaviotas.
Tu bisnieto Pablo ha comenzado el colegio, primero de infantil; y tu bisnieta Alba ya tiene 1 año y 4 dientes. Habla poco, ríe mucho y sigue durmiendo toda la noche casi del tirón (lo que hace muy feliz a sus padres)
Cuando volvamos a la normalidad lo primero que haremos será ir a la playa. A tu playa, a visitar a tus gaviotas y sentir el viento, la sal y el mar. Tu mar.
Te quiere, tu nieta Marina.
Salvador Moreno Peralta
No te lo vas a creer
Manolo, no te vas a creer lo que está pasando en tu aniversario: hay jabalíes con sus jabatos correteando por El Limonar y se ha visto anadear una pata con sus crías por Teatinos; el cielo está limpio, como lo están las aguas de Venecia; el mar del Rincón está igual que lo dejaste. Y, fíjate, hay gente que, confinada en sus casas, ha descubierto la lectura; igual ahora te leen aquellos que te querían tanto, aunque nunca te hubieran leído. Ya sé que tienes curiosidad por ver esto, pero espera a que se vayan los que han decidido que nos vayamos nosotros. Los viejos. Y algo peor: ¡se han prohibido los abrazos!
Antonio Pedraza, presidente de la Fundación Manuel Alcántara
Siempre tan nuestro
Querido Manolo, maestro, ¡cuánto te echamos de menos!
Sigues estando presente entre nosotros. Lo percibimos en tu Fundación, en todas nuestras actividades, en las puertas y corazones que se nos abren con solo nombrarte. En esa especie de halo que nos acompaña, ejerciendo poderosa tracción sobre cuantos nos dedicamos a ella. Nos invaden los recuerdos, hasta parecer envueltos en volutas de humo de aquel tan contumaz cigarrillo. Percibiendo tu aliento, el acento lejano de una voz genuina, rota por los años, que destilaba perlas preñadas de saber, humor e ironía. Efluvios placenteros, inconfundibles siempre, emanando de la copa que alargaba las sobremesas, mezclando en ritual inolvidable, el sorbo pausado con un prolijo desgranar de anécdotas y vivencias plenas de erudición, brotando con incontinencia de la bodega prodigiosa de tu memoria.
Nuestro agradecimiento a cuantos mantenéis vivo su recuerdo. Muy especialmente a nuestros patronos, colaboradores de entidades públicas y privadas, amigos de la fundación, medios de comunicación… sin su apoyo, reiterado y entrañable, no sería posible lo que con tanto empeño y entusiasmo perseguimos: preservar su legado y fomentar la cultura.
Francisco Ruiz Noguera
Un telegrama en sílabas contadas
Mi querido poeta: en este año —de abril a abril—, sólo quiero mandarte la cumplida noticia de tus versos. En la hermosa Ciudad del Paraíso, las páginas —ya sabes— que celebran voces de los poetas malagueños, está ya Mar de fondo: la memoria de tu pasión de vida, la poesía, los versos luminosos donde viven los días de tu infancia victoriana, el hombre que pidió cuentas al cielo y tecleó palabras cada tarde a la vera del mar Mediterráneo. Y en la retina del lector se queda la imagen de aquel niño, ya por siempre estudiando segundo de jazmines.
Sora Sans
Si supieras
Manolo, tu brazo, el mío. Caminábamos sosteniendo un recuerdo, encendiste un cigarrillo, y Neruda y el Negro. Viajamos a Madrid en una máquina de escribir, vimos las fotos del pasado porvenir. Me llamaste un jueves por la tarde, hacía sol, yo estaba adentro. Me dijiste que estabas de acuerdo, que pocos entendían el valor de tener un momento sincero en un balcón desierto. Si supieras. Ahora nos miramos de nuevo. Hemos vuelto a ser personas que añoran el encuentro, hemos poblado ventanas y balcones y todos los corazones están latiendo de nuevo. Si supieras. Claro que lo sabes, Manolo. Tu brazo, el mío, estás aquí viviendo en todos nuestros caminos.
(Aunque te eche de menos).
Antonio Soler
Un año después
Un año después y ya no suena la voz rajada al otro lado del teléfono, que así, telefónicas, fueron las últimas conversaciones con él, con un Alcántara que había adquirido vocación de difunto y rigurosamente afirmaba que daba su vida por zanjada. Apenas sobrevivió a sus artículos. Una vez arriada esa bandera, su ironía se redujo al entorno íntimo. Todavía soltó alguna descarga digna de letras de molde, pero se quedó en eso, en metralla de lo cotidiano, y el periódico y el periodismo quedaron más vacíos. Su espacio, por mucho que la terna femenina urbanice, es un solar donde crece la hierba y sopla el viento fino de aquella ironía. Y así, entre ecos, hierbas que amarillean y silencio, nos queda imaginar los artículos del confinamiento que él habría escrito y con los que sabiamente nos habría descrito
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