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Tatiana Abellán: la eternidad cabe en la memoria de quienes nos amaron
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La Galería Isabel Hurley de Málaga capital brinda una exquisita exposición de la creadora murciana sobre la imagen, el paso del tiempo y el recuerdoTu esposa, hijos y padres; tus sobrinos; tus hijos y nietos. No te olvidan. Han mandado que lo graben en piedra blanca, negra, marrón y gris. No te olvidan. Lo dice esa lápida colocada sobre tus restos. Para los restos. No te olvidan. Está escrito en piedra, imborrable. Pero puede que la eternidad ni siquiera descanse ahí en paz, sino en un lugar menos físico, ni siquiera sólido, etéreo y definitivo como el amor y el recuerdo.
Porque quizá la posteridad quepa en la memoria de la gente que nos quiso, pese a todo, aunque después quede escrita en piedra, como en los fragmentos de estas lápidas mortuorias que Tatiana Abellán ha colocado a modo de un políptico emocionante y sereno en 'A perpetuidad', la pieza que da título a la exquisita exposición que la artista brinda hasta el próximo día 27 en la Galería Isabel Hurley de la capital.
'A perpetuidad' habla de la memoria y del paso del tiempo, del olvido que seremos, del amor y la muerte en carne viva a través de un montaje tan medido como sentido, tan delicado como tenaz, a partir del soporte fotográfico no como simple medio, sino como la raíz propia de un proyecto hundido en la profunda reflexión sobre la imagen que somos y la que creemos ser, sobre la vida como huella.
«La poética de Tatiana supone un sentido homenaje a la historia de la fotografía, a sus primeros pasos en las décadas centrales del siglo XIX, cuando transitaba por un territorio limítrofe entre lo tecnológico, la curiosidad, el invento, lo mágico o, gracias a su inicial condición alquímica, el eco de la calcografía», avanza el profesor de la Universidad de Málaga (UMA), crítico de arte y comisario de la exposición, Juan Francisco Rueda, artífice de este montaje a modo de retrospectiva de la última década de trabajo de una autora que ha mostrado su trabajo en instituciones como la Gabarron Foundation de Nueva York o el Instituto Cervantes de Pekín.
Así, «ese conflicto entre el existir y el desaparecer, entre el olvido y el recuerdo, entre lo tangible y lo intangible, entre la aurora y el ocaso» late en la obra de Abellán (Murcia, 1981), como lo pone en palabras el comisario de la exposición que ahora puede verse en la galería malagueña. Ahí están los ferrotipos de 'Cinerarias' como herederos del proceso nacido a mediados del siglo XIX que aquí quedan abrasados por el fuego y, pese a todo, dejan ver todavía una imagen latente, casi a perpetuidad, como el título del montaje donde Abellán toma las fotografías antiguas encontradas y convertidas en metáfora de la memoria y la vida, pero también del olvido y la desaparición, al menos, física.
'La imagen que resta' (2019) cambia el metal por el cristal, para ofrecer de nuevo ese sutil juego entre la imagen y las sombras, lo presente y lo ausente, que marca buena parte de la trayectoria de esta artista. Así dialogan en la sala de Isabel Hurley las instantáneas sobre vidrio de 'La imagen que resta' con una de las series más potentes de Abellán: 'Encarnados (2012-2019)'. Porque aquí la autora ha tomado ese mismo cristal a modo de negativo sobre el que ha aplicado una potente luz ultravioleta para transferir esas imágenes a su propia piel como quemaduras en carne viva.
«La fragilidad icónica de esos retratos –sigue Rueda– se encarna en la fragilidad del cuerpo lacerado, llamado inexorablemente a desaparecer, aunque perviva ahora, probablemente de modo perpetuo, en estas imágenes, en el cuerpo de Abellán convertido en soporte o testamento de la identidad de los otros».
'Memoria líquida' (2016) y 'La niebla de la memoria' (2016) ahondan en esa indagación de la artista sobre la identidad y la presencia. O ausencia, ahora a partir del borrado de antiguos retratos que Abellán ha ido buscando y encontrando en un devenir azaroso, pero con la proa bien clara.
Rostros y cuerpos siempre anónimos. Vidas de nadie que sólo encuentran nombre y apellidos en Elvira Sánchez de la Orden Castrillo de Cavia, Juan Peris Masip y su hija Elvirita. Vidas cruzadas en las más de 400 cartas que Elvira mandó a su prometido entre 1896 y 1902, aquí seleccionadas y usadas también como soporte artístico entre lo textual y lo plástico.
Entre la memoria y el olvido, la vida y la muerte, la eternidad y un día, delante de cada pieza de Tatiana Abellán.
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Lucía Palacios | Madrid
María Díaz y Álex Sánchez
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