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Es solo una tarjeta de visita. Pero tiene detrás el episodio que marcó el cambio de siglo de la España decimonónica que desembocó en el desastre del 98. Y el relato es de película de espías con final trágico. El pequeño trozo de papel presenta ... a un tal «Emilio Rinaldini. Tenedor de libros. Corresponsal del periódico Il Popolo». Pero nada de lo que anuncia el documento es cierto. El verdadero nombre de su portador era Michele Angiolillo y estas letras de imprenta fueron su pasaporte para introducirse en las esferas periodísticas de Madrid hasta que consiguió acceder al balneario de Santa Águeda (Guipúzcoa) en agosto de 1897. En los bolsillos no solo llevaba su identidad falsa, sino sus intenciones verdaderas. Una pistola con la que descerrajó tres tiros al presidente del Gobierno, el malagueño Antonio Cánovas del Castillo. La víctima no murió en el acto, pero la primera bala ya era mortal. El asesino no puso resistencia a ser detenido. Al registrarlo, le encontraron un sobre con una tarjeta de visita. Esa carta de presentación ficticia ha sido puesta a la venta en una subasta en internet: su precio de salida es 650 euros.
«Documentar manuscritos y este tipo de material no es fácil y requiere mucho tiempo y, en este caso, se hicieron más tarjetas, pero ésta tiene un valor singular no solo porque es la única que nos ha llegado, sino porque es la que llevaba el asesino encima y utilizó para hacerse pasar por periodista», ha explicado a SUR la anticuaria Marta Micaela Fernández de Navarrete, que ha puesto a la venta este objeto cargado de historia. La credencial apareció dentro de un sobre y en el reverso del nombre del falso periodista y tenedor de libros se escribió a lápiz: «Esta tarjeta se encontró en el bolsillo del asesino de Cánovas del Castillo, Angiolillo». La vendedora ha trazado además la línea de tiempo del documento hasta el momento del magnicidio.
«Este documento está en nuestro poder desde hace dos décadas, cuando compramos el archivo personal Mariano Ordóñez García, que fue ministro de Justicia durante el reinado de Alfonso XIII. Entre sus documentos también conservaba material de su suegro, el antequerano Francisco Romero Robledo, que igualmente fue ministro de Justicia con Cánovas del Castillo», relata Fernández de Navarrete que señala que, en algún momento de la investigación por el atentado que provocó la muerte del político malagueño, este documento del asesino pasó al archivo personal de los entonces ministros.
Las anotaciones a lápiz no dejan lugar a duda de la procedencia de la tarjeta de visita, lo que la convierte en una pieza única. «No suelo poner artículos en subasta, solo con piezas especiales como ésta», argumenta la especialista en venta de antigüedades que reside en Huelva y que hace unas semanas protagonizó otra venta sonada cuando un jubilado vasco residente en Málaga, Rubén Acedo, le compró por 2.200 euros el manuscrito de una obra inédita del premio Nobel José Echegaray, que llevaba dos décadas a la venta sin encontrar postor.
La publicación en prensa de la existencia de este valioso documento original y desconocido provocó la rápida compra por parte de Acedo, aunque después se llegó a interesar hasta la Biblioteca Nacional. Pero el acuerdo ya estaba cerrado. «Tuve incluso que apagar el teléfono porque no paraba de sonar y ya lo había vendido. ¡Después de veinte años sin que nadie se interesara!», exclama todavía con estupor la anticuaria, que todavía no ha recibido una puja por la tarjeta de visita del asesino del malagueño Cánovas. La subasta en Todocolección acaba hoy mismo, martes 21.
El anarquista Michelle Angiolillo Lombardo, natural de Foggia, cerca de Nápoles, tenía sólo 26 años cuando llegó a España en 1897. Vestía traje, una barba generosa, tez pálida, fe ciega en el uso de la violencia con fines anarquistas e intenciones asesinas. Lo primero que hizo al llegar a Madrid fue dirigirse a una imprenta de la calle de Carretas y encargar unas tarjetas con su identidad falsa del periodista Emilio Rinaldini. Un documento que en la época abría puertas, como bien sabía el italiano cuyo oficio era el de tipógrafo. Una de esas tarjetas se la entregó al periodista de 'El Motín' José Nakens, con el que tuvo varios encuentros y al que llegó a confesar que venía a matar a Cánovas, al joven rey o la Regente. El redactor no le creyó, «pero cuando se enteró de la muerte del presidente quemó todo lo que le relacionaba con Angiolillo», cuenta la anticuaria.
Aunque la policía italiana tenía fichado al anarquista, el supuesto Rinaldini se movió con toda libertad. Conocedor del destino veraniego de su víctima, llegó a al balneario guipuzcoano cuatro días antes que la comitiva presidencial para tratarse una faringitis. La treintena de policías y guardias civiles que acompañaban a Cánovas nunca sospechó del italiano, que tuvo absoluta libertad de movimientos y no tardó en ejecutar sus planes. La mañana del domingo 8 de agosto, después de misa, el político malagueño se sentó en un banco a leer el periódico. Rinaldini se le acercó convertido ya en Angiolillo, sacó un revólver del bolsillo y disparó tres veces.
Hubo un cuarto disparo al techo. Probablemente de advertencia a los testigos, pero no opuso resistencia a su captura. Y justificó su magnicidio como venganza por la muerte de cinco anarquistas en Montjuïc, que fueron fusilados tras cometer un atentado el Día del Corpus de 1896. Apenas una semana después, se celebró el juicio en el que el italiano aseguró que había actuado solo. Fue condenado a muerte y, once días después del asesinato, el garrote vil acabó con su vida.
Cuando lo registraron al detenerlo, encontraron la tarjeta de su falsa identidad como periodista. Probablemente, algún miembro de la investigación apuntó a lápiz en el reverso de aquel trozo de papel era la prueba material del complot de este lobo solitario para matar a Cánovas del Castillo. Y que fue la clave para que la mascarada de Angiolillo acabara marcando la trágica historia de esa España que cerró en desastre su tormentoso capítulo del siglo XIX.
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