Aquel Viernes de Dolores llegó el amanecer bajando la calle Alcazabilla, camino del Ayuntamiento. La espera no se prolongó tanto como en ocasiones anteriores y una hora después de la cita entraba la comitiva a la estrecha sala de reuniones, donde la frialdad del escenario ... contrastaba con la emoción contenida de un sistema de puntuaciones digno de Eurovisión. Cada candidato iba escuchando las notas de los demás, sumando con cara de póquer. Siempre ha habido gente bien informada, que sabe cosas incluso antes de que éstas sucedan, pero cuando terminó el conteo hubo quien no se lo terminaba de creer, sobre todo en el equipo ganador. Llegaron los besos, los abrazos y algunas lágrimas nerviosas al modo de las reinas de la belleza que se abanican la cara con la mano floja mientras le colocan la tiara. Pecados de juventud. Porque sin salir del bando de los vencedores, una de ellos mantenía una diplomática distancia donde parecía pesar más el aplomo que la euforia, puede que intuyendo lo que se venía encima. Han pasado seis meses y medio y parece que todavía les dura el susto de tener que enfrentarse a un escenario con el que quizá habían dejado de contar desde hacía tiempo.

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Y pasa el tiempo, medio año desde el anuncio de su nueva licitación, casi tres semanas desde la reapertura del centro, y el nuevo/viejo CAC Málaga todavía tiene espacios sin uso; es decir, sin obra expuesta. Esta semana ha inaugurado la segunda exposición de su nuevo ciclo con su vieja concesionaria. Dos exposiciones, las dos alquiladas. La primera trajo a Sean Scully desde el Museo Albertina de Viena, donde pudo verse este mismo año, y la segunda llegaba desde bastante más cerca en el tiempo y en el espacio, porque el montaje inaugurado este jueves estuvo hasta el domingo anterior en la Fundación Valentín de Madariaga de Sevilla. La siguiente muestra será el estreno de los responsables del CAC en las salas de La Coracha y para la ocasión ha escogido a una artista que protagonizó una exposición individual en el Centro Cultural Provincial hace apenas un año.

En los tres casos parecen proyectos cabales para el centro, pero cuesta contener cierto desengaño al comprobar el momento, incluso el lugar, para ofrecerlos. Porque la colectiva abierta este jueves parece encajar mejor en las salas de La Coracha que van a dedicarse a esos «artistas de proximidad» que nutren esta muestra en torno al helado Drácula presentada en el preámbulo de Halloween. Porque estrenarse con un montaje traspasado desde un museo europeo parece una carta de presentación mejorable para quienes se han presentado como los grandes artífices de haber traído el arte contemporáneo a la ciudad con un adanismo propio de quien desconoce –o desprecia– todo lo que hubo antes que ellos.

Y puede que resulte entretenido seguir la corriente de la pantomima sobre quién maneja en realidad los hilos en el nuevo/viejo CAC, pero más allá de las posibles derivadas administrativas, políticas o judiciales del asunto, esa cuestión resulta, al cabo, accesoria. Quizá el asunto crucial resida en comprobar qué va a recibir la ciudad por un contrato de 12.973.535,30 euros durante cuatro años, a razón de 3,24 millones de euros por año. Los nuevos/viejos rectores del CAC Málaga ya han avisado de que tienen menos dinero que antes y que, por tanto, habrá menos exposiciones. El argumento puede rebatirse sin demasiado esfuerzo, invocando razonamientos como la capacidad o la imaginación en la gestión, pero incluso comprando esa correspondencia, las primeras exposiciones siembran la duda razonable respecto a la posibilidad de que no sólo se vaya a recortar el número de exposiciones, sino también la ambición de las mismas.

Claro que quizá el problema, con en todo lo que tiene que ver con el CAC, seamos nosotros. Nuestras expectativas. Al fin y al cabo, tenemos justo lo que ha salido del concurso: la empresa con la mejor oferta económica y la tercera mejor propuesta artística. La tercera de cuatro; es decir, la penúltima, si empezamos a contar por el final a los finalistas. Es lo que hay, aunque parece que los propios ganadores todavía les dura el susto y no terminen de creérselo, ofreciendo a menudo una impresión de interinidad que alcanza uno de sus ejemplos más notorios en la referencia constante a su actual directora artística como una profesional que ejerce su labor «en funciones». Lo dijeron en la presentación del nuevo ciclo y lo repiten a nada que pueden, como si los demás no estuviéramos en funciones cada día, como si la alusión reincidente a la provisionalidad de ese puesto no fuera un pago desagradecido, casi pueril, a la labor que esa directora «en funciones» ha mantenido en la institución desde sus orígenes, en un segundo plano en el que seguro que se ha sentido más cómoda.

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A la directora «en funciones» le toca ahora lidiar con el susto de los focos y en ese trance parece compartir extrañamiento con buena parte de su hipotético equipo, quizá conscientes de que están ahí no porque hayan ganado el concurso, sino porque hubo otros que lo perdieron. Y aunque sea pronto para enjuiciar al nuevo/viejo CAC, las dos primeras exposiciones ofrecen indicios preocupantes de inercia y desencanto. El veredicto final de decepción queda en suspenso. Todavía faltan pruebas.

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