No puede haber en el mundo muchos más eventos televisivos cuyo intermedio genere más interés que el propio programa. Ese es el caso de la ... Super Bowl, el partido final de la liga de fútbol americano del que lo último que interesa es el deporte. La celebración de algún tipo de actuación en los descansos, desde un concierto a un concurso de mates, es un clásico en Estados Unidos y está institucionalizado como 'espectáculo de medio tiempo'. Aquí nos conformamos con poner anuncios o ir a la barra, y está mejor así, porque un Real Madrid-Barcelona con un conciertito de un grupo español, ya sea El Canto del Loco o Loquillo, habría resultado demasiado corrosivo para el juego limpio. En definitiva, otra excusa más para odiar el fútbol.
Un enlace a la cultura pop
Por el intermedio de la Super Bowl, que se lleva retransmitiendo desde 1967, han pasado todo tipo de artistas. Al principio eran cantantes de músicas del mundo, marchas universitarias o figuras del jazz (estuvo Ella Fitzgerald). Luego no se le tuvo consideración hasta que se percataron del bajón de audiencia que generaba dicho intermedio. El punto de inflexión se produjo en 1993: Michael Jackson vino a salvar la Super Bowl en uno de los peores años de su vida. Su actuación fue memorable y, pese a su hierática introducción, fue la primera ocasión en la que la audiencia del descanso superó a la del propio partido. La cuota de la Super Bowl puede llegar al 60%, lo que se traduce en más de 120 millones de espectadores, y eso sólo en Estados Unidos. Con el tiempo, el intermedio se ha convertido en un enlace fundamental con la cultura pop; los artistas no cobran honorarios y asumen el encargo como un reto. Por allí han pasado U2, Coldplay, Bruce Springsteen, Rolling Stones o Paul McCartney, este último como contraste al año anterior, en el que Justin Timberlake invitó a Janet Jackson y ella, ufana, enseñó una teta. Aquel desliz provocó, en 2004, uno de los escándalos moralistas más bochornosos de la historia de Estados Unidos, y desde entonces casi todo el mundo recuerda aquel pezón. El año siguiente, con el exBeatle, los organizadores tenían claro que no se iba a ver nada.
La cuestión del 'playback'
Desde un punto de vista artístico, el interés de la actuación del intermedio reside en su aportación a la puesta en escena de un gran evento de música pop. Sus 12 minutos de duración provocan una clara tendencia al popurrí, que es la máxima expresión del consumo rápido desde que se inventaran las fiestas de los pueblos. Creo que Shakira (que dividió su tiempo con Jennifer Lopez en un enorme trance latino) tendrá el récord de entonar el mayor número de canciones en los 6 minutos en los que actuó. Hay además quien dice que hacer 'playback' es imprescindible en un espectáculo de esta complejidad, aunque hay algunos artistas que han preferido cantar en directo. Madonna, en 2012, hizo 'playback' porque es imposible entonar con esos movimientos y haber vivido 53 años repletos. En 2017, su exfan Lady Gaga, que llegó volando, quiso demostrar que se podía cantar en directo, pero no estuvo tan bien. Una de mis actuaciones favoritas, junto a la de Prince o la de Beyoncé, es la de Katy Perry porque, aunque su música me interese un pimiento, la actuación fue espectacular y rescató a Missy Elliot, dándole su tiempo. Y de eso se trata, de admirar a la industria de la música y del espectáculo apoyándose en la técnica para lucirse en todo su esplendor. Tan satisfactorio como una hamburguesa.
El próximo descanso de la Super Bowl se celebra el domingo y su anfitrión será el canadiense The Weeknd, que llega con las credenciales de su último disco, 'After Hours'. Él mismo ha puesto siete millones de dólares para añadir al presupuesto de un espectáculo que será más largo de lo habitual. Con todas las limitaciones de este año, promete hacer historia.
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