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María Rita de Barrenechea, dramaturga y «dulce amiga» de la escritora malagueña María Rosa de Gálvez, en un cuadro de Goya.
La sororidad ya existía en el siglo XVIII

La sororidad ya existía en el siglo XVIII

Feminismo ·

En la Ilustración se las consideraba incapaces para el trabajo intelectual e incluso para la amistad. Pero ellas sabían que podían y lo defendieron por escrito. El ensayo 'Escritoras ilustradas. Literatura y amistad' de Herminia Luque les da el lugar vedado durante siglos

Sábado, 21 de noviembre 2020, 01:59

Estaban en una situación de absoluta desigualdad y ellas lo sabían. Por eso María Rosa de Gálvez confiaba en que la posteridad le diera el lugar por el que había peleado en las letras; por eso Inés Joyes y Blake se atrevió a hacer una 'Apología de las mujeres', y por eso mismo Josefa Amar y Borbón se vio en la necesidad de escribir su 'Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres'. Herminia Luque recoge el pensamiento y el sentir de las autoras del Siglo de las Luces en el ensayo 'Escritoras ilustradas. Literatura y amistad' (Ménades, 2020). Y llega a una conclusión: la sororidad, esa hermandad entre mujeres respecto a cuestiones sociales de género considerada una conquista de estos tiempos, ya existía entonces. Ayer lo presentó en el Ateneo de Málaga en un coloquio con Cristina Consuegra.

En plena Ilustración, «persistía esa misoginia medieval de la antigüedad» que consideraba a las mujeres «incapaces de establecer relaciones desinteresadas». Se decía –e incluso algunas nobles mujeres lo defendían– que carecían de las virtudes que se necesitan para entablar una amistad. «Tenían que estar volcadas en la familia y en los hijos, pero la amistad requería tiempo libre y una serie de cualidades morales que ellas no podían tener», explica Luque. Además, las mujeres no podían ser amigas entre sí porque ante todo eran rivales. No tenían sitio en las tertulias o en los salones en los que se fomentaba la sociabilidad. Solo se les estaba permitido dedicarse a «las modas y el cortejo».

Extracto de 'Apología de las mujeres' de Inés Joyes y Blake.

Precisamente Inés Joyes y Blake, nacida en Madrid pero residente en Málaga y en Vélez-Málaga, conmina en una carta a sus hijas a no dedicarse al chismorreo y al cortejo y las anima a formarse y a tener una vida de relaciones estables y sólidas. Al final de una traducción de 'El Príncipe de Abisinia', Joyes y Blake (que vivió en el edificio que ahora es el Ayuntamiento de Vélez) incluye un ensayo breve titulado 'Apología de las mujeres' donde defiende «su capacidad racional para educarse y para establecer lazos afectivos entre ellas».

A esos prejuicios se enfrentaban las mujeres que, pese a todo y contra todo, ponían su firma en los libros. No sin antes dejar claro que no eran escritoras, que simplemente respondían a una demanda de alguien con la esperanza de ser útiles a otros. «Hay un lugar común que es la modestia y las mujeres si quieren ser escritoras tenían que hacer profesión de modestia y humildad«, detalla Herminia Luque.

Todas menos la malagueña María Rosa de Gálvez, de los reputados Gálvez de Macharaviaya. «Ella está muy orgullosa de su competencia literaria», explica la autora. Es la única de todas las que aparecen en el ensayo que se dedica profesionalmente a la literatura, entrando incluso en las tragedias, un género vedado para las mujeres. En su poema 'La poesía' apela a la fama con el convencimiento de que en algún momento se reconocerá la valía de su obra.

Otros versos suyos ('La noche') desvelan que entre las mujeres ilustradas y con inquietudes intelectuales sí existía la amistad. «Yo que tuve / en ti una amiga fiel, una defensa / contra mi adversidad, ¿pintaré acaso / tu admirable talento, el noble fuego / de tu imaginación, las gracias todas / que en tus acciones sin cesar brillaban, / aquel carácter franco y generoso, / que arrastraba hacia ti los corazones / o tu genio inmortal, que de las artes / protegió notablemente las tareas?», escribió María Rosa de Gálvez en recuerdo de su «dulce amiga» fallecida prematuramente María Rita de Barrenechea, dramaturga bilbaína de origen noble autora de dos comedias. Como se deduce de sus palabras, la condesa del Carpio la apoyó en sus momentos difíciles, que fueron muchos. Arruinada y sin recursos por los malos negocios de su marido, que se pulió toda su fortuna, María Rosa de Gálvez se vio impulsada a escribir para sobrevivir.

Herminia Luque presentó en el Ateneo el ensayo 'Escritoras ilustradas. Literatura y amistad'. Migue Fernández

Había entonces «una incipiente sororidad» a finales del XVIII y principios del XIX. Evidentemente, ese término no estaba en uso en la época, pero ellas «sí sienten que pueden establecer lazos emotivos, emocionales y literarios y que comparten aspiraciones comunes». Y todas «tenían conciencia de la desigualdad que sufrían», de lo injusto que era, de lo desfavorecido que salía siempre el sexo femenino. «Pero también mostraban confianza en la educación, en la razón», apostilla Herminia Luque. Estaban convencidas de que con esas herramientas «podían cambiar las cosas». Como aclara la autora, no eran mujeres revolucionarias, la mayoría vivía de forma acomodada y no renunciaba a ese estatus, pero sí «eran conscientes de que las cosas no tenían que ser así siempre». De hecho, animan a otras mujeres a educarse y prepararse para ello.

«Usad las luces que Dios os dio», escribe por ejemplo Inés Joyes y Blake. La zaragozana Josefa Amar y Borbón firma un 'Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres' en el que argumenta que ellas tienen iguales aptitudes que los hombres para realizar trabajos intelectuales. Sin embargo, se les privaba de todos los empleos «y también de los honores». Debían tener por tanto una enorme fuerza de voluntad para seguir adelante con su vocación, porque los logros que obtuvieran nunca serían aplaudidos.

Rita Caveda, asturiana autora del tratado pedagógico 'Cartas selectas de una señora a su sobrina', o la gaditana María Lorenza de los Ríos, marquesa de Fuerte-Híjar, autora de las comedias 'La sabia indiscreta' y el 'Eugenio', son otras de las escritoras ilustradas que recupera Herminia Luque en su ensayo. Porque ellas tenían razón, el tiempo pone cada cosa en su sitio.

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