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Sr. García .
Sonja Graf, la ajedrecista que jugaba vestida de hombre

Sonja Graf, la ajedrecista que jugaba vestida de hombre

Cuentos, jaques y leyendas ·

Fue la eterna segunda, tras Vera Menchik, pero luchó como nadie por la igualdad de género y la libertad

manuel azuaga herrera

Domingo, 10 de mayo 2020, 00:49

La ajedrecista irlandesa Beth Cassidy escribió un artículo en 'British Chess Magazine' en el que definió a Sonja Graf como una mujer «deliciosamente bohemia». Sonja –según la versión de Cassidy– escapó de casa y pasó por delante de un café de Múnich donde jugaban al ajedrez. Aquella estampa la dejó paralizada. Se quedó mirando un buen rato desde fuera, a través del cristal de la cafetería. Alguien del local la observó y la invitó a que pasara y probara. Sonja aceptó. Sorprendió a todos en su primera jugada: movió al mismo tiempo los peones del rey y de la dama. Le explicaron que aquello era ilegal, que solo podía mover una pieza, no dos. Entonces «…se puso en marcha de nuevo y se enfrentó a su rival con firmeza». Más tarde, cuando los jugadores abandonaron el café, Sonja se las ingenió para entrar de nuevo y dormir en el suelo. A la mañana siguiente, «un amable portero la descubrió y le proporcionó una manta y una almohada». Cuenta Cassidy que durante nueve meses Sonja vivió como un huésped en la clandestinidad: «Abandonaba el club todas las mañanas a las 9 y volvía cuando el local abría al público, a las 10. Jugaba catorce horas seguidas y sobrevivía con los cafés y los pasteles que obtenía de sus rivales». Hasta donde he investigado, nada ocurrió así. En realidad fue parecido, solo que menos novelesco (o quizás más, según se mire), aunque la escena es tan conmovedora que me permite presentarles la azarosa aventura de Sonja Graf (1908-1965), una de las más grandes y valientes mujeres de la historia del ajedrez. Una heroína del tablero de la que, les confieso, estoy enamorado.

Nuestra protagonista vino al mundo en 1908 como Susanna (tiempo después lo cambió por Sonja), pero las distintas fuentes no se ponen de acuerdo con el día exacto de su nacimiento. Su padre, Josef Graf, fue un sacerdote ruso ortodoxo y su madre, también Susanna, pertenecía a una familia bielorrusa que se opuso desde un principio a su relación amorosa, así que la pareja huyó a Alemania. Allí tuvieron catorce hijos, de los que sobrevivieron ocho. El padre cambió de oficio, se dedicó a la pintura y a cultivar otras artes. Sonja aprendió a mover las piezas en familia, a los 5 o 6 años, gracias a que su padre era un jugador entusiasta. Pero enseñarle fue quizás lo único bueno que hizo por ella, todo lo demás se construye sobre una historia de abuso, violencia y maltrato físico y psicológico, como contó la propio Sonja en su libro 'Yo soy Susann (1946)', escrito en español muchos años más tarde. Su infancia representó un episodio desgarrador y llevó a Sonja a refugiarse en el tabaco, el alcohol, las noches en vela, el sexo y el ajedrez. El juego representaba una metáfora perfecta de otra vida en la que sí podía doblegar al infausto rey enemigo: su padre.

Sonja Graf aprendió a mover las piezas en familia, a los 5 o 6 años, gracias a que su padre era un jugador entusiasta

Sonja se marchó de casa, como contó Cassidy, y frecuentó las calles de Schwabing, el barrio muniqués de los artistas. Pero la secuencia del club de ajedrez es distinta, al menos Sonja la narró de otro modo. La invitaron a entrar, eso es cierto, y entonces buscaron «…un contrincante, del cual no tuve ningún interés en saber quién era. Fue algo cómico porque le gané. Y los aplausos no tuvieron fin. Usted debe venir todos los días –me dijeron–, porque no puede llegar lejos en el ajedrez con sólo desearlo». El doctor Eduard Dyckhoff, un experto jugador (campeón del mundo por correspondencia), la estuvo observando durante meses. Enseguida se dio cuenta de su gran potencial, por lo que se ofreció como maestro. También recibió clases de Siegbert Tarrasch, una de las grandes figuras de la historia del ajedrez. Con solo 17 años, Sonja se convirtió en campeona de Munich. Su progresión fue asombrosa. Hasta en dos ocasiones consiguió derrotar a uno de los mejores ajedrecistas del momento, el austríaco Rudolf Spielmann, el último romántico.

La escritora francesa George Sand (amante de Frédéric Chopin y amiga de Julio Verne, Flaubert o Victor Hugo) tuvo una gran influencia en Sonja Graf. «Al igual que ella –escribe Graf–, comencé a preferir el uso de vestimentas masculinas. Y este disfraz de hombre me permitió vivir en plena libertad». Las fotografías de la época nos muestran a Sonja con el pelo corto, chaqueta y corbata. Y fumando, siempre fumando. Fumaba un cigarrillo tras otro. Con ese aire arriscado y vanguardista se presentó a incontables torneos por toda Europa. Su sola presencia se hizo reclamo. Visitó varias veces España, donde «el sol brilla más intensamente que en cualquier otra parte del mundo». Poco antes del comienzo de la guerra civil, ofreció unas simultáneas frente a 23 jugadores en el Café Royal de Palencia. Leo que la exhibición terminó a las 3 de la madrugada. Y en este punto les diré que me he llevado una sorpresa al descubrir que una de las partidas la jugó contra Fernando Unamuno, primogénito de Miguel Unamuno, quien logró hacer tablas.

En septiembre de 1936 Sonja pasó por Burgos. Años más tarde, contó con detalle cómo los burgaleses se sorprendían en la calle por «mi pelo cortado, mi atractivo sexual. […] Muchas veces tuve que contenerme de hacer muecas al escuchar las expresiones absurdas y los comentarios de personas que no podían ser señaladas por sus cualidades intelectuales». En su libro 'Así juega una mujer' (1941) también nos dejó un párrafo esclarecedor: «Yo sé bien que, aunque no soy fea ni mucho menos, tampoco soy un dechado de hermosura. […] Considero la belleza corporal como una cosa secundaria […] Entre la gente que comenta mis cabellos cortos o mi andar enérgico, son siempre más abundantes los comentarios de las mujeres que los de los hombres, y de entre ellas, el 99% de las que más se asombran son feas como una desesperación, y ridículas en sus maneras y sus vestidos. De las mujeres inteligentes, en cambio, siempre he recibido elogios, y hasta alguna que otra confidente palabrita de sincera y cariñosa admiración».

Estuvo a punto de arrebatarle la corona a Menchick en un campeonato del mundo en Buenos Aires

Los círculos ajedrecistas consideraban a Sonja como la segunda mejor jugadora de ajedrez femenino, por detrás de Vera Menchick, con quien se enfrentó en varias ocasiones por el título de campeona del mundo, a veces en duelos directos (Róterdam, 1934; Semmering, 1937) y otras mediante un formato de liguilla con más participantes (Estocolmo, 1937; Buenos Aires, 1939). Nunca pudo arrebatarle la corona, aunque estuvo a punto de hacerlo en el Campeonato Mundial Femenino de Buenos Aires (1939), competición celebrada en paralelo al Torneo de Naciones en el que Alemania jugó con la bandera nazi. El 1 de septiembre, mientras se disputaban las partidas, las tropas de Hitler irrumpían en territorio polaco. Curiosamente, Alemania se proclamó campeona y Polonia quedó segunda. El ministro de Propaganda del Tercer Reich, Joseph Goebbels, firmó expresamente una orden en la que prohibía la participación de Sonja Graf como representante alemana, a pesar de que era, de largo, la más fuerte de las jugadoras. Su carácter independiente no cumplía con las exigencias. Así que Sonja tuvo que ingeniárselas para llegar a Argentina bajo el auspicio del presidente de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE), el holandés Alexander Rueb, abogado de profesión y buen tipo, sin duda. Finalmente, Sonja participó, pero en condición de apátrida. «Los argentinos me hicieron una bandera blanca con la palabra 'LIBRE' y jugué el torneo con ella».

Les decía que estuvo muy cerca de lograr la corona de campeona, pero una fatídica partida contra Menchik la dejó con la miel en los labios. A pesar de que tuvo una posición inmejorable, con negras, no supo encontrar varios golpes tácticos que la hubieran llevado a una victoria segura. «Nunca sufrí un dolor más grande en toda mi carrera ajedrecística», reconoció Graf.

Reviso la partida. Realmente fue una pena, querida Sonja. Se me ocurre enviársela al gran maestro y amigo Ernesto Fernández Romero, sin decirle nada, él no sabe ni quiénes juegan. Solo le pido que me diga algo sobre lo que ve. Al rato, me escribe: «Parece el típico peloteo de tenis donde no juegan muy bien, pero perder esto con negras es tremendo. Tiene opciones de mate y no solo no remata, sino que, de forma inexplicable, pierde un peón. ¿Qué partida es esta?». Le cuento de qué se trata. Nos llamamos y hablamos más de una hora. Pobre Graf, coincidimos, tuvo la gloria a su alcance.

Tras el torneo, Sonja decidió quedarse en Argentina. Allí escribió uno de los capítulos más bellos de su vida. Aprendió el idioma y tuvo una vida social muy ajetreada entre torneos, exhibiciones y fiestas. Me pongo en contacto con la gran maestra argentina Claudia Amura, quizás la mejor ajedrecista iberoamericana de la historia. Claudia es un referente en la lucha por la igualdad en este deporte. Con 7 años, un árbitro quiso expulsarla de un torneo porque pensaba que recibía ayuda de su padre. Le pregunto por Sonja Graf, por si realmente es hoy recordada como merece. «No tanto como debería. Mi padre la vio jugar en el 39. Fue una mujer valiente, una precursora que luchó en una época mucho más dura que la nuestra, y lo hizo sola. Te agradezco que me traigas el recuerdo, voy a recuperar su memoria».

Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, Sonja viajó a los Estados Unidos. En 1947 se casó con un marino mercante, Vernon Stevenson, con quien se mudó a Los Ángeles. No deja de ser extraordinario que Vera Menchik (muerta en 1944 durante un bombardeo alemán sobre Londres) también hubiera estado casada con otro Stevenson. Extraña coincidencia. Sonja tuvo un único hijo, Alexander, y decidió dedicarse a él antes que participar en un torneo en Moscú del que saldría la segunda campeona del mundo, Lyudmila Rudenko.

En Estados Unidos, Graf visitó con frecuencia el famoso club de ajedrez de Hollywood de Herman Steiner, donde jugó contra los mejores ajedrecistas del momento, entre ellos Arturo Pomar, de gira americana. Sonja pasó el último periodo de su vida en Greenwich Village, Nueva York. Daba clases de ajedrez. El 6 de marzo de 1965, con 56 años, murió de una enfermedad que le afectaba el hígado. Las noches de alcohol y bohemia. Y así se apagó la estrella de una mujer que abrió camino a través del juego y se enfrentó a los convencionalismos, al maltrato, a la locura de los nazis y a sus propios miedos. Y aún hoy, Sonja sigue siendo una mujer de la que, si no ponen remedio, pueden enamorarse. Si no lo están ya.

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