![Sirenas](https://s3.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/202203/05/media/cortadas/web-cruce5-kdZD-U1601202866765isH-1248x770@Diario%20Sur.jpg)
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Ayer Emilio se despertó cansado, como si no hubiera pegado ojo en toda la noche. Recordó la pesadilla que había tenido durante el sueño. Iba corriendo por la ciudad vacía huyendo del sonido de las sirenas. Hubo un tiempo en que relacionaba las sirenas con ... barcos y aventuras; pero de eso hacía muchos años. Las otras sirenas le producían tristeza, inquietud y miedo. Las sirenas de las ambulancias, las sirenas de los bomberos, la sirena de la policía. Y la sirena de la guerra que últimamente oía en los noticiarios y resonaba en el interior del cerebro como una amenaza constante. El hombre es un lobo para el hombre, pensó.
El sueño de la noche le había dejado un sabor rancio en la boca, como a sangre seca. El día estaba nublado. Al ir a ducharse, dio si querer un golpe al móvil que había depositado sobre la cisterna del váter y el teléfono se fue a la mierda. Lo rescató y se puso a secarlo con mimo, como si fuera el objeto más íntimo y delicado que poseía. Se vistió y salió a la calle con la intención de llevarlo a urgencias. Al pasar por delante del supermercado entró a comprar algunas cosas. Luego cruzó de acera y dio un traspié; no pudo mantenerse en pie y frenó sobre el asfalto con el tabique nasal. La sangre brotaba de la nariz como si fuera un grifo. De pronto, Emilio se vio rodeado de personas que le ofrecían pañuelos para contener la hemorragia. La bolsa de la compra se llenó de cristales rotos y despedía un intenso olor a alcohol.
Un hombre con acento extranjero dijo que no hacía falta llamar a la ambulancia ni llevarlo a urgencias. Descorrió la cremallera de un pequeño bolso de mano y sacó dos pequeñas bolsas con sendos apósitos que introdujo en las cavidades nasales. También cubrió con otra venda la herida superficial. Entonces le dijo a Emilio que echara la cabeza hacia atrás y la mantuviera tres minutos en esa posición. Y se hizo el milagro. La hemorragia se detuvo. No hubo necesidad de que sonara la sirena desapacible de la ambulancia. Los curiosos se dispersaron después de entregarle más pañuelos.
Emilio atravesó el centro de la ciudad para dirigirse al aparcamiento donde había estacionado el coche. Llevaba el rostro, las manos y la ropa cubiertos de sangre. La gente lo miraba sin saber si tenía delante al agresor o la víctima de un acto violento. Se montó en el coche y condujo hasta casa. Le hubiera gustado hacerse una foto con el médico extranjero y, tras agradecer la enorme atención que le había prestado, preguntar el nombre y la dirección para enviarle un regalo. Emilio pensó que era un hombre con suerte. Ya en casa, puso la tele y volvió la pesadilla.
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