No recuerdo si fue en un libro, en una entrevista, en un artículo de prensa o en nada de lo anterior o en todos esos sitios que le leí a Enrique Vila-Matas una revelación personal que me ha acompañado desde entonces: «Yo no sabía ... que para ser escritor había que escribir». Porque parece que, de joven, Vila-Matas se había enamorado de una imagen, la del escritor, sin caer demasiado en la cuenta de que, quizá, antes de llegar hasta ahí, convenía ponerse primero a escribir. La frase de Vila-Matas me viene a la cabeza cuando tengo enfrente a Isabel Bono. Estamos en el salón de actos del Centro Andaluz de las Letras, hablando de 'Me muero', su nuevo libro de poemas que no son nuevos, tienen una década por lo menos, pero acaban de salir encuadernados y para el caso es lo mismo. Comparte con la concurrencia Isabel un asunto del que casi siempre terminamos hablando: su manera de escribir. Porque ella sostiene que no escribe, sólo transcribe. Los poemas, las novelas, le «vienen» a la cabeza, las escucha, y ella copia al dictado de una voz que a veces escucha y otras no. Por eso no se da importancia, porque dice que sus libros no son suyos y al final acaba pensando, diciendo, que escribir es fácil, aunque todos sepamos que nada de eso.
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Escucho a Isabel Bono, pienso en las palabras de Vila-Matas y me acuerdo de alguna gente quizá más pendiente de la construcción mental que se han hecho de un escritor, de un pintor o de un músico, que de la tarea cotidiana en la que consiste ser un escritor, un pintor o un músico. Gente que quiere publicar, pero no escribir; que quiere exponer, pero no pintar; que quiere dar un concierto, pero no ensayar. Gente que quizá prefiere tocar de oído, atender a lo que se lleva para subirse a ese tren, al rebufo que les lleve a una presentación, a una inauguración o un concierto con el engorro mínimo para tener algo que mostrar, un objeto con el que poder fotografiarse para subir la imagen a sus perfiles en las redes sociales y refrescar de vez en cuando para ver qué comentan y compartir la experiencia.
Alguien a quien quiero y admiro escuchó hace tiempo esta teoría mía (siempre he tenido más teorías que ideas) y decidió que aquello podría bautizarse como el Síndrome de 'Operación Triunfo': cantantes que quieren ser famosos cantando las canciones de otro, con mucho afán pero sin ideas propias, atentos a la pose y alérgicos al callo. Que muchos cantan las canciones escritas por otros, vale, pero aquí entra en liza algo parecido al deseo de popularidad por encima del farragoso trámite de la disciplina sin que nadie que aplauda mientras tanto o le vaya dando al 'Me gusta' a cada rato. Lo dice Marta Peirano, especialista en ciberseguridad y sin embargo escritora luminosa: «Somos menos felices y menos productivos que nunca porque somos adictos». Y nuestra droga es la pantalla. El 'like'. O la gresca, pero nos hagan casito.
Y al final volvemos a Isabel Bono, que hace años se hizo «un Facebook», en unos días vio que tenía 500 amigos y lo canceló para siempre, porque aquello le pareció un disparate. 500 amigos. Eso no hay quien se lo crea. Como que para ser escritor hace falta escribir.
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