Las fotografías de Toñi Guerrero, en La Térmica hasta el 8 de diciembre. Francisco Hinojosa

El silencio de Hiroshima

Línea de Fuga ·

Las ostras estaban riquísimas, aunque a mí no se me quitaba de la cabeza que a la mañana siguiente íbamos a amanecer como el pez de 'Los Simpson' con tres ojos por culpa de las fugas de la central nuclear

Domingo, 25 de octubre 2020, 09:49

De Hiroshima recuerdo las ostras y el silencio. La quietud llega pronto, casi nada más poner el pie en la ciudad desde un lugar tan poco propicio para la calma como una estación de tren. Bajas del vagón al que te subiste en Kioto y ... el silencio está allí, esperando en el andén para acompañarte en el paseo por la ciudad sumida en una calma extraña. La Cúpula de Genbaku como un huevo cocido mal pelado. La piel cocida y pelada de los habitantes de la ciudad arrasada por la bomba. El silencio denso en todas partes. La mirada resignada de quienes casi parecen acostumbrados a los turistas que hemos ido hasta allí para comprobar que de verdad aquello sucedió y que luego nos movemos junto a ellos con una mezcla de pavor y culpa.

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Recuerdo el silencio de Hiroshima, el orgullo calmado de sus habitantes curtidos en la memoria del horror y la dignidad del superviviente. Recuerdo que el tren de regreso salía tarde y que el día parecía ya hecho a la medida de la melancolía cuando llegamos a uno de los restaurantes que recomendaba la guía de viajes. Un local minúsculo junto al río Motoyasu. La especialidad eran las ostras y nos pusimos las botas porque nos parecían muy baratas y la sala de mostaza estaba espectacular, aunque a mí no se me quitaba de la cabeza que a la mañana siguiente íbamos a amanecer como el pez de 'Los Simpson': con tres ojos por culpa de las fugas de la central nuclear donde trabaja Homer Simpson. Pero es que las ostras estaban riquísimas a la brasa y también crudas y nos habían puesto sake caliente y después otro fresquito y estábamos tristes y cansados y de viaje de novios y al final caía la tarde y encendieron unos farolillos de papel de colores como los que ahora llegan desde una de las fotografías de Toñi Guerrero expuestas en La Térmica.

La sala está desierta y recién abierta una mañana entre semana, envuelta en un silencio casi idéntico al de Hiroshima hace justo diez años, cuando fuimos M y yo y vimos también callados la imagen de una niña hecha jirones, como en la que sostiene Tatako Gokan. Era alumna de sexto de Primaria y hoy es la única superviviente de su clase. Tatako posa ante la cámara de Toñi Guerrero, como un poco más allá lo hace Tanaka, de 77 años, que tenía dos cuando Estados Unidos lanzó la bomba que le ha dejado maltrecho el gesto, el horizonte y el oído derecho para siempre. Después, unos pasos adelante, hay sonrisas, claro. Niños y adolescentes, garzas de papeles de colores, palomitas de cartón y una esperanza contenida. Un tipo con el artículo 9 de la Constitución japonesa impreso en la espalda de la camiseta, donde puede leerse que Japón renuncia a tener un ejército y a entrar en una guerra. El gobierno quiere cambiar el texto, pero otro texto, el del catálogo que acompaña a la exposición en La Térmica, recuerda que muchos en el país quieren mantenerlo tal cual, pese a que fuera una imposición de quienes lanzaron la bomba. Quizá prefieran mantener la paz, el silencio de Hiroshima.

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