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Hay vidas que no se cuentan, se desencadenan. La de Karla Sofía Gascón es una de ellas: contradictoria, volcánica, brutalmente viva. Hoy estará en el ... Festival de Málaga para entregar la Biznaga a la mejor dirección, y su sola presencia basta para agitar el aire. Hace unas semanas escribí sobre ella a propósito de sus tuits, sus polémicas, su manera de habitar la exposición como si fuera un campo de batalla. Hoy vuelvo a hacerlo, aunque esta vez desde otro lugar, motivado por su mera presencia, con menos distancia, pero no con menos atención.
Está a punto de publicarse 'Lo que queda de mí' (en Almuzara, porque hay otra editorial que no se ha atrevido a publicarla), una revisión de sus memorias, escrita -según ella misma ha contado- desde el dolor, la rabia y la necesidad de no dejarse definir por nadie. No hace falta haber leído el libro para entender que Karla se ha convertido, sin quererlo o queriéndolo mucho, en una figura que desborda cualquier etiqueta. Su presencia descoloca. Sus palabras, también. A menudo se expone sin red, con una mezcla de verdad, provocación y caos. Y eso, en estos tiempos tan higiénicos, tan propensos al linchamiento moral, parece imperdonable.
Su interpretación en la película 'Emilia Pérez' fue uno de los grandes trabajos actorales del año. Poderosa, vulnerable, furiosa. Y, sin embargo, ahí donde otras habrían sido celebradas con todos los honores, a Karla la industria prefirió esquivarla por una serie de mensajes erráticos publicados en redes sociales. No estuvo nominada al Goya. No se la mencionó en las quinielas del cine español. No se la invitó a compartir un escaparate que, por talento, le correspondía. Quedó apartada por sus propios compañeros. Pero ella, lejos de esconderse, se presentó en los Oscar con la cabeza alta y el vestido más libre de la alfombra. Como diciendo: aquí estoy, aunque no sepáis qué hacer conmigo.
Ser una mujer trans parece conllevar una obligación extra: la de ser ejemplar. Como si por el hecho de pertenecer a una minoría hubiera que cumplir con un manual de perfección, dulzura y responsabilidad cívica. Pero la libertad, si es verdadera, no entiende de estereotipos ni pide permiso. Karla ha incomodado, posiblemente sin querer porque si hubiera borrado aquellos mensajes no estaríamos hablando de esto. Lo que dijo puede parecer ofensivo, incluso despreciable. No estoy de acuerdo con lo que dijo. Pero lo que se desató contra ella fue desproporcionado, inhumano. Insultos, amenazas, comentarios crueles. Ella llegó a insinuar que estuvo al borde del suicidio. Hay cosas que no se pueden soportar. No hace falta estar de acuerdo con alguien para defender su derecho a hablar y a no ser triturado por ello.
Luis Cernuda escribió: «Lo que los otros censuran, eso eres tú». Esa frase, sin buscarlo, le encaja. Porque Karla ha sido dejada sola por algunos de sus compañeros, ignorada por instituciones, atacada por personas que jamás darían la cara. Y ahí sigue, de pie. Con contradicciones, sí. Con aristas. Con espinas. Como todos.
El ser humano lo es todo al completo, con su circunstancia y sus imperfecciones. Karla no vino a gustarle a todo el mundo. Vino a contarse. Y a veces, solo eso -el derecho a contarse sin pedir perdón- ya es una forma de libertad.
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