Sr. García .
Cruce de vías

Sentimientos y necesidades

Pasaba el tiempo espiando vidas privadas y objetos ajenos con el propósito de ganarme la vida

Antes de empezar a ganarme la vida escribiendo realicé diversos trabajos, pero entre todos ellos hay dos bastante curiosos que combiné a lo largo de un mismo año y después apenas mencioné en las novelas, uno fue empleado en una tienda de antigüedades y el ... otro detective privado. Únicamente recuerdo escribir sobre los anticuarios que se encargaron de desvalijar la casa de mis padres. Ninguno de los dos oficios exigía un horario estricto y los alternaba según me conviniera. Era el año 1980 y sendas ocupaciones me enseñaron a mover por mundos secretos y misteriosos. Lo malo de ser detective privado es que acabas desconfiando tanto de las personas que investigas como de los clientes que pagan para que espíes otras vidas. Al final solían confirmarse los peores presagios que el propio cliente sospechaba. Respecto al otro trabajo, cuando había que poner precio a un lote de muebles y objetos antiguos, el dueño del anticuario comenzaba a restar valor a la mercancía hasta conseguir adquirirla a precio de saldo. Yo no comprendía que pudiera aprovecharse hasta tal extremo de las circunstancias y sentía auténticos remordimientos de conciencia cada vez que llenábamos la furgoneta con los muebles y objetos preciosos que la gente vendía por problemas económicos. Pasaba el tiempo espiando vidas privadas y objetos ajenos con el propósito de ganarme la vida.

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Cuando me tocaba trabajar de espía iba a la dirección que el jefe indicaba y aguardaba en la acera de enfrente hasta que aparecía la persona que teníamos que vigilar. Una mujer, un hombre, alguien que habitualmente llevaba una doble vida. Yo seguía a la persona sospechosa, tomaba notas y fotografiaba todos sus movimientos hasta que regresaba al hogar. La mayoría de las ocasiones, la búsqueda estaba relacionada con engaños de pareja y solía resolverse fácilmente. Después el jefe era el encargado de informar a la víctima del engaño; un mal trago, una situación incómoda que el detective olvidaba inmediatamente al recibir el resto del importe acordado. Entonces el cliente abandonaba el despacho abatido como quien sale de un funeral.

Yo no me manejaba bien en ninguno de los dos trabajos. El hecho de jugar con sentimientos y necesidades sólo me resultan atractivos cuando las historias forman parte de la ficción. Recuerdo comprar una cómoda isabelina al dueño del anticuario. Le dije que me gustaba para el dormitorio y después se la devolví a la mujer que nos la había vendido para pagar deudas. El dueño me hizo un buen descuento y dijo que un vendedor de antigüedades no se puede enamorar de nada de lo que compra porque entonces se carga el negocio. En otra ocasión convencí al cliente que nos había ordenado vigilar a su pareja que la olvidara porque alguien que no se fía de la persona con la que convive nunca terminará de creerla.

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